Nunca sin el Otro: JUAN PABLO Iº ¿tan solo el Papa de la sonrisa?

Hace 42 años fallecía el 28 de septiembre de 1978, después de 33 días de pontificado, el papa Juan Pablo Iº. Al aproximarse su beatificación, queremos destacar su figura, algo desconocida, de profeta de la renovación de la Iglesia y recordar los sueños que no pudo realizar.

ESE ESTILO DE POBREZA
Los años finales del pontificado de Pablo VI fueron de amargura y sufrimiento. La contestación en la Iglesia desde 1963 a 1970 había causado el abandono del ministerio sacerdotal de entre 22 mil y 25 mil sacerdotes, además del cisma de los Lefebvristas. Por eso la ancha sonrisa de Juan Pablo Iº al presentarse por primera vez al público y que repetía en todas sus audiencias, le ganó el título de “Papa de la sonrisa”. Pero el papa Albino Luciani fue mucho más que eso. Su padre había sido obrero y socialista; su madre lavaba platos en un asilo.  Según contó su hermano Eduardo, siendo chicos iban descalzos todo el verano para no gastar zapatos. Luciani conservó ese estilo de pobreza durante toda su vida. Su madre le transmitió el don de la fe y su padre desde Francia donde había ido  a buscar trabajo, le daba el consentimiento para entrar en el seminario pero le decía: “tengo la esperanza de que cuando llegues a ser cura, te pondrás del lado de los pobres porque Jesús estaba a su lado”. Siendo patriarca de Venecia se destacaba por su sencillez, humildad y bondad, las que hacían recordar la figura del papa Juan XXIII. Cuando entró en Venecia lo hizo en lancha, rechazando el tradicional cortejo de góndolas. Se lo veía caminar  por las calles, visitar los hospitales, las fábricas. No participaba en las recepciones y cuando tenía que viajar pagaba como todos. Escribió un libro que tuvo gran difusión: “Ilustrísimos señores”. El libro consiste en una serie de cartas sabrosas dirigidas a Jesús, al rey David, a la emperatriz Maria Teresa, a Pinocho, a Mark Twain, Charles Dikens etc., donde demuestra su cultura literaria e histórica. En el Sínodo de obispos de 1971 propuso que las Iglesias Locales de Europa y América del Norte se pusieran un autoimpuesto del 1% de sus ingresos para ayudar a los países pobres “no como limosna sino para devolver en parte la deuda que tenemos para con ellos”. Luciani era amigo del obispo brasileño Helder Cámara, del argentino Eduardo Pironio y en el cónclave votará al brasileño Aloisio Lorscheider porque apreciaba la pastoral latinoamericana. Pensaba viajar para participar en la Asamblea de Puebla en 1979. En 1976 vendió muebles y cosas de gran valor para crear un fondo a favor de los niños minusválidos y una vez llegado al  Vaticano también quería que se hiciera allí una obra para hospedar a aquellos que dormían en la calle. En 1977 encabezó una peregrinación a Fátima y habló a lo largo de dos horas con la hermana Lucia, la vidente, en su monasterio de Coimbra. Cuenta su hermano Eduardo que salió de allí muy perturbado por lo que le había dicho la hermana. “Después que murió, supimos que Lucia le había dicho que sería Papa pero que su pontificado sería breve y que después de él habría de llegar un extranjero”, dejó dicho Eduardo. El Papa Luciani confirmó eso hablando con su teólogo Germano Pattaro, con el obispo Jaime Sin de Manila, con la hermana Vincenza Tafarel y otros. Una vez proclamado Papa el 26 de agosto de 1978, en su primer discurso como Papa manifestó: “No tengo la sabiduría  de Juan XXIII ni la cultura de Pablo VI; confío en las oraciones de ustedes”. El lema de su pontificado fue: “Humilitas” (=humildad). Rechazó el trono, la coronación y la tiara; no quiso la silla gestatoria. Eliminó en sus discursos el plural mayestático. Rechazó la “pompa” vaticana; solo aceptó el “palio”, una estola de lana que le recordaban las ovejas de las cuales él era pastor.  Los primeros días confesó que de noche lo torturaban los escrúpulos por haber aceptado ser Papa y no dejar que eligieran a uno más preparado. Sin embargo su humildad no le impedía ser audaz y decidido. Pocas fueron las intervenciones públicas del Papa Luciani. Pero las confidencias que dejó al p. Pattaro y al secretario de estado Jean Villot son extraordinarias y revelan cómo no fue simplemente el “Papa de la sonrisa” sino que ya tenía un programa fuertemente renovador. Estas confidencias fueron recogidas por el periodista Camilo Bassotto, amigo personal del Papa en su libro: “Mi corazón está todavía en Venecia”.

 

LA GRAN REFORMA
El Papa Luciani le dijo al teólogo Germano Pattaro: “Jesús, Pedro , Pablo y Juan no fueron jefes de estado. No cambiaré reglas codificadas hace siglos, pero la Iglesia no debe tener poder ni riquezas..No quiero escoltas ni soldados. No quiero que los guardias suizos se arrodillen a mi paso y que ningún otro lo haga”. Al leer los títulos que el Anuario Pontificio le daba al Papa, sonreía diciendo: “Falta solo el título de Papa-Rey. Yo soy tan solo el obispo de Roma y por ello sucesor del apóstol Pedro y  por ello siervo de los siervos de Dios. ¿Cómo puedo hablar a las Iglesias hermanas investido de todos esos títulos? Tengo la impresión que la figura del Papa  sea demasiado ponderada y alabada. El Papa es infalible solo en determinados momentos de la historia de la Iglesia; no es omnisciente, no es el más sabio, no está exento de imprudencias y errores. Hay un cierto riesgo de caer en el culto de la personalidad, que yo no quiero en modo alguno”. Frente a la burocracia de la curia que él no conocía le dijo un día al cardenal Villot: “Yo recibo cada día dos maletas de papeles. No he sido elegido Papa para hacer de empleado. El Papa también debe orar, estudiar, atender a la gente. Sobre estos papeles el Papa no es infalible; aquí hay estupendos colaboradores que pueden hacer mucho. Yo quiero ser un pastor, no un funcionario de oficina”. El  Papa había instruido al mismo Villot para que iniciara de inmediato una revisión de todo lo actuado por el Banco Vaticano “de forma discreta, rápida y completa”. Y se había confiado con él: “Hay hombres aquí en el Vaticano que parecen haber olvidado la verdadera finalidad de la Iglesia y la han convertido en una especie de mercado”. En aquel tiempo al frente del Banco Vaticano (IOR) se encontraba el arzobispo norteamericano Paul Marcinkus que había sido nombrado por Pablo VI pero que se había involucrado en operaciones ilegales relacionándose con la logia masónica P2 y banqueros inescrupulosos como Roberto Calvi y Michele Sindona. El largo período de Pablo VI y su avanzada edad habían dado lugar a negocios espurios y sin control. Luciani lo sabía. Le dijo resueltamente a Villot: “Marcinkus y sus colaboradores han de ser inmediatamente destituidos y hay que cortar todas las relaciones con el Banco Ambrosiano (presidido por Roberto Calvi). En cuestión de dinero la Iglesia ha de ser transparente, debe obrar a la luz del sol; va en ello su credibilidad. Pido que las acciones del IOR sean totalmente lícitas, limpias y de acuerdo con el espíritu evangélico. El mundo debe saber qué es, qué hace el IOR, cuales son sus verdaderos fines, cómo se recogen los dineros y cómo se gastan. Debemos publicar los balances controlados en su totalidad. Además los obispos no pueden presidir o gobernar un banco” (se refería a Marcinkus). Y añadió: “La sede de Pedro que se llama “santa” no puede degradarse hasta el punto de mezclar sus actividades financieras con las de los banqueros para los cuales la única ley es el beneficio y donde se ejerce la usura. Hemos perdido el sentido de la pobreza evangélica; hemos hecho nuestras las reglas del mundo”. Juan Pablo Iº deseaba conducir la Iglesia hacia una mayor pobreza, hacia una mayor solidaridad con  los trabajadores y con los pueblos del llamado “tercer mundo”. No eran simples sueños los de Luciani. Según el cardenal Benelli que bien lo conocía: “Quería tener toda la información posible para después tomar decisiones; pero cuando tomaba una decisión o emprendía una acción, era como una roca ladera abajo”. Deseaba que “un pequeño sínodo permanente de obispos” lo  ayudara con sugerencias y consejos. Quería reivindicar a profetas como Antonio Rosmini, Primo Mazzolari, Lorenzo Milani y en América Latina a Bartolomé de Las Casas. Declaraba también: “mis discursos serán pocos, breves y al alcance de todos. He empleado gran parte de mi vida buscando decir las cosas difíciles con palabras claves, simples y comprensibles para todos. No quiero escribir para los intelectuales y  menos para el polvo de los archivos”. Se demostró maestro de la comunicación con sus catequesis. Recordaba con gozo haber visto en las favelas brasileñas retratos del papa Juan y escuchar de esa gente frases del mismo. Pedía que el diario del Vaticano L´Osservatore Romano fuera más ágil, más fácil de leer, más moderno y abierto a  los jóvenes. Se anticipó a Juan Pablo II en el querer pedir perdón por los pecados de la Iglesia en la historia. “A nuestros hermanos judíos los hemos ignorado y calumniado durante siglos. Hemos sido tolerantes frente a los masacres de los indios, al racismo y a la deportación  de los pueblos africanos como esclavos hacia América, por la tristísima Inquisición y los tristisimos tiempos del poder temporal de los Papas. Se dice que no se puede juzgar los hechos de entonces con  la sensibilidad de hoy. No es problemas de sensibilidad. La Iglesia es consciencia crítica desde el Evangelio tanto hoy como ayer”. Pensaba escribir unas encíclicas sobre la unidad de la Iglesia, la colegialidad, la pobreza y los pobres, el rol de la mujer en la sociedad y en la Iglesia; quería  viajar a países pobres donde había hambre y guerra. Todas estas revelaciones se deben a declaraciones papales que fueron recogidas por sus inmediatos colaboradores. El papa Luciani se hizo famoso por haber dicho que Dios era también “madre”. Comentaba  él mismo: “He sabido que los tutores de la ortodoxia han gritado al escándalo porque el Papa blasfema. Esa gente olvida que el primero fue el profeta Isaías hace mucho siglos en hablar de Dios como madre”. Luciani  soñaba un nuevo modo de ser Iglesia: “creíble porque pobre, valiente porque humilde, libre porque privada y alejada de todo poder”. Debido a su improvisa y temprana muerte (tenía tan solo 65 años), no pudo concretar sus sueños.

 

LA MUERTE
El libro de la conocida vaticanista Stefania Falasca del 2017: “Papa Luciani: crónica de una muerte”, reconstruye rigurosamente los últimos días y la muerte del papa Juan Pablo Iº sobre la base de documentos inéditos, testimonios, exámenes clínicos y una investigación en los archivos secretos del Vaticano que le llevó varios años de trabajo. El libro por su solidez tuvo el prólogo nada menos que del cardenal secretario de estado Pietro Parolin. Es sabido cómo con la muerte repentina y prematura de Luciani, se desataron cantidad de conjeturas y especulaciones y hasta se hablò de un  posible asesinato. El secretismo habitual en los asuntos vaticanos de aquel entonces no ayudó a la hora de contrarrestar rumores que llegaron hasta el día de hoy. Hubo datos inexactos y contradictorios, se apuraron los tiempos del embalsamiento, no hubo autopsia. Pero lo que más alentaron esas teorías fueron justamente los cambios sustanciales que pensaba hacer el Papa en el Banco Vaticano contra los mercaderes del templo y en la curia vaticana. Por eso el libro de David Yallop (“En el nombre del Señor”), un entramado de mafias alrededor del Vaticano, resultó ser un cóctel muy verosímil ya que se sabía cómo Luciani estaba enfrentado a Marcinkus y a las mafias desde hace tiempo y antes de ser Papa. Pero Yallop no era un historiador; tenía más fe en su intuición que en las pruebas y en los hechos. Ahora sabemos que, como es costumbre ya codificada, tras la muerte de un Papa no se realizan autopsias. A los Papas no se les hacen autopsias sino que se los embalsama. Esto no significa que los cardenales no se hayan interesado. Interpelaron a los médicos que habían estado en el embalsamado del Papa para saber si se trataba de una muerte natural; no excluían en principio una muerte provocada. Esta sin embargo fue desestimada totalmente por los médicos. Hubo quien atribuyó la muerte de Juan Pablo Iº a un café envenenado. Sin embargo las dos monjas que lo atendían, aseguran que al encontrar su cuerpo sin vida, pudieron comprobar de primera mano que Luciani no había tocado el café que ellas mismas le habían preparado. En cuanto a los médicos, empezando por su médico personal Renato Buzzonetti, todos confirman que murió por infarto al miocardio. Las investigaciones durante el  pontificado de Juan Pablo IIº  confirman lo mismo. Ahora sabemos que Luciani en 1975 había sido hospitalizado por un problema cardiovascular. Su hermano Eduardo afirmó que padecía dolencias cardiacas desde hacía 15 años y los problemas y el estrés que sufrió en su  breve pontificado pudieron haber afectado gravemente su salud, aunque él nunca se quejaba de nada. Esta es la versión más segura de las causas de su muerte. Hoy todas las preguntas relacionadas con su muerte han sido respondidas. Aunque las especulaciones conspirativas nunca se han podido comprobar, las dudas seguirán también en el futuro con la fuerza de los mitos, como ha pasado también con otros personajes históricos. Además se trata de  una literatura, la de los misterios y las conspiraciones, muy atractiva como lo confirma el éxito de la novela “el Código da Vinci”. Lo lamentable en todo esto es que la memoria del papa Luciani se reduzca para muchos al recuerdo de su muerte dramática y no a su vida ejemplar y a los programas de reforma de la Iglesia a la luz del Concilio que se proponía realizar.

Un comentario sobre “Nunca sin el Otro: JUAN PABLO Iº ¿tan solo el Papa de la sonrisa?

  1. Saludos:
    Interesante conocer esos detalles y datos actualizados de Juan Pablo I. Definitivamente fue un santo. Gracias al autor o autores.
    Paz y Bien

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