
La operación de limpieza financiera promovida desde hace tiempo por el papa Francisco en el Vaticano ya ha barrido bastante, pero esta vez ha golpeado en la cúpula misma de la curia vaticana. Se trata del importante cardenal italiano Giovanni Angelo Becciu, hasta ahora presidente de una de las congregaciones vaticanas.
Becciu ha sido invitado por el Papa a renunciar a cualquier cargo e inclusive a los derechos cardenalicios. Seguirá siendo cardenal, pero sin poder participar ni de los Consistorios ni del Cónclave. Detonante del hecho sería, entre otras cosas, la compraventa de un lujoso inmueble en un exclusivo barrio de Londres con fines especulativos, utilizando dinero del Óbolo de San Pedro, es decir las limosnas que de todo el mundo llegan al Vaticano para las obras de caridad del Papa. La compraventa habría sido hecha por la Secretaría de Estado cuando Becciu era Sustituto de la misma. La investigación todavía no ha terminado oficialmente y el cardenal, que se declara inocente y renovó su fidelidad al Papa, no ha sido incriminado judicialmente. No ha sido condenado por ningún crimen y por lo tanto merece el derecho a su buena fama, más allá de lo que el Papa pudo haber concluido en privado en el marco de una visión más amplia de la cuestión. El Papa dispone de la información suficiente y en los últimos tiempos ha marcado también en este campo una línea de “tolerancia cero” para extirpar los malos negocios. No tolera en particular que el dinero para los pobres se use para otras inversiones, sobre todo en operaciones especulativas. El secretario de estado Pietro Parolin ha dicho: “Los escándalos no deben ser tapados, sino corregidos y castigados”. El Papa más de una vez ha dicho: “El pueblo cristiano perdona a un sacerdote una caída afectiva, pero no cuando cede al poder y al dinero”. Este episodio doloroso escandaliza al pueblo cristiano después de una larga seguidilla de hechos semejantes, pero no debe oscurecer el esfuerzo denodado y difícil de reforma y transparencia en acto en la Iglesia gracias al papa Francisco. A la luz de estos hechos también se hace necesaria e inevitable una reforma del Papado (ya no se puede hablar de “soberano pontífice”) y de las estructuras de la Iglesia en un sentido más democrático. Algunos hablan de una nueva conspiración contra Francisco para que renuncie. El 29 de junio de este año decía Francisco: “Cuando Pedro estaba en la cárcel los cristianos no hablaban mal de él; rezaban por él. No hablaban detrás de él; hablaban con Dios. ¿Qué sucedería si rezáramos más y criticáramos menos? Quizás tantas puertas hoy también se abrirían, tantas cadenas caerían al suelo”.
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