(opinión) Después de la pandemia ¿qué?

¿Qué debería pasar después de la Pandemia?
Se han escrito muchas cosas sobre la Pandemia, sobre la biología y la forma de actuar de este nuevo agente patógeno, se han hecho análisis varios sobre el fenómeno, pero conviene ahora analizar con mayor objetividad lo que nos ha ocurrido, y descartar actitudes y comportamientos que no sólo no han solucionado nada sino que han aumentado el miedo o provocado mayores desastres de los que se venían produciendo.

Así que intentaremos analizar a la luz de lo que ha ocurrido lo que debería y lo que no debería pasar en nuestro mundo globalizado, que se ha visto invadido por esta forma de vida que nos ha provocado una megacrisis que no esperábamos vivir.

 

Lo que no puede pasar más y que debemos cambiar:

Confiar en líderes autoritarios y en gobiernos totalitarios
El psiquiatra estadounidense Erich Fromm analizó, ya hace varias décadas, el mundo de los regímenes autoritarios y los líderes paternalistas, y se preguntó por qué tenían éxito en el mundo del siglo XX. El libro en que analiza esto se llamó “El Miedo a la libertad” y fue escrito en 1960; en el siglo pasado, tan racional y científico como el actual.

Analizó el mundo del fascismo y el nazismo, y se preguntó por qué estos dictadores y estos regímenes autoritarios tienen aparentemente tanto éxito, y llegó a la siguiente conclusión:

Existen totalitarismos y dictadores porque el individuo medio prefiere liberarse del miedo que siente al tener que ejercer su libertad, y asumir las responsabilidades que lleva consigo el derecho a ser libre y decidir su propio destino”.

Fromm encontró que era más cómodo depositar esta carga en un líder autoritario, que si bien cercena las libertades individuales, ofrece mediante promesas de felicidad y prosperidad económica y social, la solución a los problemas que la sociedad tiene en su conjunto.

Este líder omnipotente, como Hitler, por ejemplo, ofrece soluciones a todos los problemas. Sólo pide obediencia absoluta.

Muchos incluso pensaban, que le resultaría mucho más sencillo a un régimen autoritario solucionar una crisis que afectara a la sociedad en su conjunto. Porque la democracia, que exige la discusión, el diálogo, y la participación de todos los sectores políticos que representan a los ciudadanos, sería más lenta en resolver los problemas.

El siglo XXI sigue teniendo líderes autoritarios, populistas, y paternalistas como los que describe Fromm.

Pero la pandemia del Covid 19 nos acaba de mostrar que esta creencia es falsa.

La razón es que los líderes autoritarios se rodean al final de consejeros adulones, que sólo le aconsejan lo que éste quiere oír.

Por ejemplo: fijémonos en China, donde la ineficacia e inoperancia de autoridades del partido comunista chino, (el único existente, claro) terminaron destituyendo a la doctora Ai Fen, viróloga de Wuhan, que había detectado el virus en uno de los pacientes en la temprana fecha de enero de 2019. La doctora alertó de que había que cerrar el mercado de mariscos de Wuhan, donde habrían ocurrido los contagios (mercado famoso por la falta de higiene, y por la faena de animales al aire libre). Por no haberle hecho caso, la epidemia se les escapó de las manos y tuvieron que poner en cuarentena a toda Wuhan -ciudad de más de 8 millones de personas- no pudiendo evitar que el virus terminara cruzando fronteras.

El gobierno de China se quejó en febrero de 2020 de que algunos países habían clausurado los vuelos a China, asegurando que se podía viajar seguros. Lo que importaba para el gobierno chino eran las ganancias que le proveía el turismo y no la vida de su propia gente.

Otro ejemplo es Nicaragua, donde el “presidente” Ortega se negó a tomar medidas e interrumpir las concentraciones, no oyendo razones en contra.

En Brasil, aunque existe un régimen elegido por el pueblo, hay un líder autoritario: Jair Mesías Bolssonaro, que se ha negado a gobernar y compartir el poder con otros, no le ha hecho caso ni a sus propios científicos asesores, negándose a tomar las medidas aconsejadas por ellos y la OMS. Esta actitud suya ha terminado por hacer de Brasil el segundo país del mundo con más muertes por el virus.

En Estados Unidos hay un líder muy parecido, (de hecho Bolssonaro lo admira) que es Donald Trump: allí las muertes se acercan a 200.000.

Por el contrario, las democracias como Nueva Zelandia, Uruguay mismo, Alemania, Francia, han logrado contener el virus. Por inexperiencia fue difícil hacerlo también.

En Uruguay tenemos la suerte de ser pocos, y no muy concentrados, y eso explica parte de nuestro relativo éxito.

Tampoco el populismo (no hay más que ver la situación de Argentina) resulta realmente eficaz. Los gobiernos democráticos que nacen de la negociación y funcionan en el diálogo a la larga resolvieron mejor la crisis.

Por otra parte fue bien claro que los ciudadanos en sus esfuerzos personales por trabajar unidos, pueden hacer la diferencia entre eficacia e inoperancia.

 

Dejarnos vencer por el miedo
A esta altura de los acontecimientos, sigue habiendo personas que están aterrorizadas, y están paranoicas, algunos incluso están al borde de lo mentalmente insano.

El miedo y el terror nunca son la respuesta.

Hay que dejar de lado la idea de que la humanidad está viviendo sus últimos días y que vamos a morir todos.

No estamos en la Edad Media, ni en la época de la peste negra, cuando pereció la tercera parte de la población de Europa. Había ignorancia, y desconocimiento. No se cuidaba la higiene, ni había saneamiento, y las supersticiones dominaban a mucha gente.

Hubo gente valiente, y varios médicos que estudiaron el tema y lograron, a pesar del desastre, salvar vidas.

Pero no se sabía nada sobre los virus y las bacterias, y se pensaba que las enfermedades eran provocadas por el demonio, o las malas emanaciones, o que eran un castigo de Dios.

Los adelantos científicos nos permitieron a nosotros, atajar esta crisis, y se trabajó muy bien en su prevención. De hecho, las vacunas estarán listas muy pronto.

Mientras tanto, no nos debemos dejar vencer por el miedo. Sabemos que nos tocará vivir con el virus y que este irá poco a poco perdiendo virulencia. Terminaremos conviviendo con él como hemos aprendido, incluso antes de la invención de la vacuna, con el virus de la gripe, que incluso causó una pandemia peor que esta. La que ocurrió en 1918 y que mató a más de 10 millones de personas. Pero la humanidad no desapareció y el desarrollo científico evolucionó para bien.

La pandemia no es un castigo de Dios, ni tampoco la fe ciega en Dios nos librará del virus.

No hay que creer en un Dios milagrero y castigador, ese no es el Dios Padre del que Jesús nos habló.

Tampoco Dios desea castigar a la humanidad con esta pandemia. Quienes piensan así no tienen una fe madura, y viven en un mundo mágico e irreal, siendo presa fácil de seudo pastores y seudo líderes religiosos, verdaderos delincuentes, a quienes sólo interesa apoderarse de la ignorancia de la gente para su enriquecimiento personal.

Recordemos por ejemplo al pastor Giménez que vendía a $1.000 el frasco de alcohol en gel con nardo puro bendecido, haciendo la promesa de que “sanarían” sus usuarios.

Los creyentes no podemos ni debemos vivir una fe mágica y supersticiosa.

 

Apostar al diálogo y al control responsable
En este sentido, Uruguay es en América Latina un país pionero y exitoso en el combate y la prevención del coronavirus. Cierto que es imposible cerrar del todo las fronteras, y pese a la vigilancia, ha habido rebrotes, pero se controlan debidamente.

Por otra parte, la gran mayoría de la población acató la cuarentena y las medidas planteadas por los asesores científicos del gobierno.

Fue también muy inteligente recurrir a la conciencia de la gente y a su responsabilidad.

Obligar en forma coercitiva a realizar una cuarentena no daría resultado.

Argentina es el ejemplo más cercano que tenemos. Pese a la rigidez de la cuarentena no se ha logrado frenar la pandemia.

Es cierto que hubo desubicados que organizaron fiestas, o reuniones religiosas con contactos estrechos entre los participantes, que terminaron provocando contagios.

Pero también es cierto que las comunidades religiosas responsables han logrado evitar contagios sin dejar de realizar sus encuentros, aunque con los controles que el Ministerio de Salud Pública ha puesto, como la Iglesia Católica por ejemplo.

De todas formas, hay todavía mucho camino que recorrer aún. Sin embargo, vamos por buen camino.

 

La solidaridad y las acciones de los ciudadanos organizados fueron muy importantes
Si bien el gobierno implementó medidas para ayudar económicamente a los afectados, “como el fondo coronavirus” y la extensión en varios casos del seguro de desempleo, también hubo otras iniciativas.

Clubes de barrios, Iglesias, Colegios privados, ONGS varias, asociaciones de fomento barriales, grupos de vecinos, organizaron el reparto de canastas de alimentos, y en algunos casos Ollas populares para darles de comer a quienes se encontraban en dificultades.

Estas iniciativas no lograron resolver el problema por supuesto, pero atendieron las necesidades de los más vulnerables, y aliviaron la tensión y la crisis, lo cual no es poca cosa.

 

Esto impone un cambio de enfoque de las economías a nivel mundial
Ya el papa Francisco lo había planteado.  Debemos pasar de una economía consumista y derrochadora construida en torno al aumento del capital, y no de las necesidades reales de la gente.

Pero esto debe implementarse a nivel mundial.

Hay que pasar de una economía derrochadora a una economía sensata, y humana.

La economía debe estar al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la economía.

Y esto va más allá de las ideologías, que suelen ser construcciones mentales tan cerradas en varios casos, que terminan alimentando temores y prejuicios racistas y clasistas. Lo que deriva en odios y en confrontaciones llenas de violencia.

 

El respeto al medio ambiente y a la casa común planetaria, que el papa Francisco proclamó proféticamente en su Encíclica “Laudato Si”  debe ser tomado en cuenta
El calentamiento global no es una ficción, como Donald Trump proclamara, es una realidad y el deterioro que este provoca en las condiciones del clima y el ambiente no son una abstracción.

La misma pandemia que sufrimos hoy es la prueba más clara de esto.

No se puede ignorar esto, o llevaremos a la humanidad a una condición peligrosa en grado sumo, y que puede terminar por perjudicarnos a los que la estamos provocando.

Si seguimos obrando con tanta irresponsabilidad, enfrentaremos nuestra propia extinción.

Esto implica por supuesto “Escuchar a los científicos” que por algo estudiaron y saben lo que saben. De nada serviría que de boca los elogiemos y en la realidad los ignoremos.

Y por último……  y no menos importante:

 

Todas las religiones deben colaborar buscando un clima para la paz, usando sus influencias
El fundamentalismo religioso, y los líderes iluminados con soluciones mágicas deben ser cuestionados y puestos en evidencia.

Deben acabarse las “guerras santas”, que de santas no tienen nada.

Los que dicen que las religiones provocan conflictos y guerra mienten. Sólo habría que recordarles que los regímenes con ideologías ateas como los fascistas y comunistas, han matado más gente que cualquier guerra religiosa.

Si no hay un verdadero entendimiento entre las religiones más importantes del mundo, no habrá verdadera paz.

Juan Pablo II empezó organizando encuentros en la ciudad de Asís, para reunir a los principales líderes religiosos del mundo y pedir por la paz. Pero hay que dar otros pasos y ejecutar acciones concretas.

No es necesario que nuestras ideas religiosas sean monolíticas, sino que nos pongamos de acuerdo en la regla de oro,  presente en todas las religiones que Jesús enunció:

“Todo lo que deseen para ustedes, haganlo por los demás hombres, pues esta es la Ley los profetas.” Mateo 7,12.    No sólo lo afirman los cristianos, sino también el judaismo, el Islam y el budismo e hinduismo. Hay que predicarlo y enunciarlo, y realizar gestos concretos que ayuden  a los creyentes a abandonar el miedo y obrar con lealtad, viviendo este principio para el bien de todos.

 

Eduardo Ojeda