(tema central) Humanos y Ambiente: cuestión de derechos

Iniciativas como la reciente Semana Laudato Si en el marco de una pandemia sin precedentes, el Sínodo de la Amazonia de 2019, la Carta Pastoral del CELAM de 2018, las corrientes denominadas Ecoteología, Teología de la Creación, el Movimiento Católico Mundial por el Clima, entre otras, intentan analizar, reflexionar y generar propuestas para reafirmar la conexión de los seres humanos con Dios y con la Biosfera. Apostando a la participación, a la Justicia ambiental y al desarrollo integral, la Iglesia tiene un papel relevante, junto a la Ciencia y la Tecnología, a la hora de revertir las principales amenazas para el pleno ejercicio de los Derechos Humanos.

Derechos Humanos y medio ambiente

En el actual escenario mundial caracterizado por la confluencia de diversas crisis financiera, económica, alimentaria y climática todo parece estar pendiendo de un hilo. Un tiempo de incertidumbre como el que estamos atravesando, pone de manifiesto la necesidad de ir hacia un nuevo paradigma de desarrollo, un «nuevo trato» que permita derrotar la pobreza y la desigualdad conservando todos los ecosistemas que son garantes de la sostenibilidad de la vida. El hecho de que América Latina y el Caribe sea la región con la distribución de ingresos más desigual del mundo nos obliga a trabajar aceleradamente en la definición de este nuevo «pacto social», basado en la transformación de los patrones de producción en función de criterios ambientales y a partir de una gobernanza que promueva una mayor sensibilidad colectiva sobre los bienes públicos globales, que camine hacia un desarrollo sostenible y hacia economías bajas en carbono, por ejemplo.

Algunas de las respuestas posibles para alcanzar un cambio de mentalidad son las que se plantean en la carta de 2018 de los obispos del CELAM intitulada “Discípulos Misioneros Custodios de la Casa Común, Discernimiento a la luz de la Laudato Si”, la cual es fruto de un largo proceso de estudio, debate, construcción colectiva y relectura de la Encíclica Laudato Si, a la luz de los desafíos ecológicos de nuestro continente. En dicho texto se convoca a toda la Iglesia a asumir este enfoque de Ecología Integral como dimensión constitutiva de la evangelización en América Latina. Asimismo, se denuncian los graves atentados contra la vida y dignidad de los pobres por parte de la industria extractivista contra los pueblos indígenas y la Casa Común.

Por otra parte, el Papa no se cansa de llamarnos a revisar nuestras prácticas ambientales, tal como lo plantea en la Cumbre sobre la Acción Climática de la ONU en 2019. En dicha instancia nos recuerda que para afrontar el fenómeno del cambio climático, uno de los fenómenos “más graves y preocupantes que está viviendo nuestra época”, es necesario cultivar tres grandes cualidades morales, a saber, la honestidad, la responsabilidad y la valentía.

Laudato Si: el grito de la Tierra es el grito de los pobres

Cinco años han pasado desde la publicación de la encíclica del papa Francisco. Entendida por los estudiosos y comentaristas como un grito que da voz al sufrimiento de esta casa común, “por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella” (n.2), este gemido de la tierra se une al gemido de los pobres, no sólo porque ellos son los más perjudicados por la crisis ecológica, sino sobre todo porque la cultura que subyace a este abuso de la creación es la misma cultura de exclusión. Las afirmaciones y los gestos de Francisco al respecto son muy elocuentes: el problema que la humanidad debe afrontar en este momento no es sólo ecológico o económico, sino una profunda “crisis ética, cultural y espiritual” (n.119) que solo se podrá superar con una “profunda conversión interior” (n.217), con un cambio de rumbo de la humanidad entera y sin perder “la esperanza que nos invita a reconocer que siempre hay una salida, que siempre podemos reorientar el rumbo, que siempre podemos hacer algo para resolver los problemas”.

 

La negación del destino común de los bienes: el “inmediatismo egoísta”

En este documento, Francisco afirma que “no se puede proponer una relación con el ambiente aislada de la relación con las demás personas y con Dios” (n.119). Por esto mismo, estamos frente a un canto a Dios, es una confiada invitación del Papa a reconocer en la naturaleza —y en los sufrimientos de la naturaleza— la existencia de Dios y el verdadero rostro de un Dios que es Amor. No parece sencillo encontrar alternativas para frenar la cultura del descarte: nuestra sociedad en su conjunto descarta algunas categorías de personas incómodas como son los niños, las personas con discapacidad, los ancianos, los pobres. Hacernos cargo contradice  el “egoísmo colectivo” (n.204) para el cual ya no existe “la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos» (n.202): cada uno va a lo suyo, sin importarle el resto. Esta dinámica penetra también el mundo de la economía, donde la maximización de la ganancia tiende a aislarse de toda otra consideración (n.195) y genera graves inequidades; como también penetra el mundo de la política, donde el “inmediatismo” lleva a pensar sólo en los resultados electorales de corto plazo para conservar el poder, y entonces ya no se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo (n.178)

 

El derecho a un ambiente seguro, limpio, sano y sostenible

Una obligación del Estado debe apuntar a proporcionar información acerca de los problemas ambientales y sus riesgos, lo cual permite una toma de decisiones direccionada. Otra obligación es proporcionar acceso a recursos eficaces en caso de daños ambientales, así como también proteger al ser humano frente a la degradación del medio ambiente. Nuestro país reconoce el derecho al medio ambiente en su Constitución, al igual que la mayoría de los países de la región de América Latina, siendo el primero en codificar el derecho al agua como un derecho humano. En los últimos años, Uruguay fue la sede de importantes eventos relacionados al medio ambiente a nivel internacional. Desde 2015 con la Conferencia Internacional sobre Conservación de Humedales en Latinoamérica y el Caribe (Convención de Ramsar) hasta la reunión del Comité de negociación del Acuerdo Regional sobre el Acceso a la Información, la Participación Pública y el Acceso a la Justicia en Asuntos Ambientales en América Latina y el Caribe (Principio 10 de la Declaración de Río); el establecimiento de la Sede Subregional del PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente) y el liderazgo y la pronta ratificación de la Convención sobre Mercurio. Este tipo de acontecimientos nos posicionan como país progresista en materia de cambio climático; comprometido con incorporar nuevas tecnologías y de energías renovables a su matriz energética. Las oportunidades y desafíos en la gestión ambiental nos aseguran las bases sociales de convivencia y de respeto a los derechos humanos ya que un ambiente sano habilita al ejercicio de derechos a la salud, la alimentación, el agua y la vivienda

 

La Tierra sufre: impactos sociales y los riesgos ecológicos

La sostenibilidad de la vida está en peligro si no pensamos en los efectos culturales y sociales, negativos casi siempre, en torno a las plantas de celulosa, los extractivismos, la deforestación, el agua, el cambio climático, los agrotóxicos, transgénicos y plaguicidas, los desechos industriales. A quien se ponga a pensar seriamente, no le cabe otra que generar acciones de mitigación. Idealmente, los derechos humanos y el medio ambiente se apoyan el uno al otro, pero también pueden ir en sentidos opuestos. Por lo tanto, si los Estados no respetan y protegen estos derechos – si no proporcionan el acceso a información, participación y solución – entonces la sociedad no podrá actuar para proteger el medio ambiente. Un capítulo aparte merecen los defensores de esta causa, que siempre ponen en riesgo sus vidas. Los organismos de derechos humanos han dejado muy claro que los Estados tienen la obligación de protegerlos cuando reciben amenazas de violencia y acoso, no poner restricciones en su trabajo, y llevar a cabo investigaciones eficaces. Latinoamérica es una de las regiones más problemáticas en este sentido por la cantidad de asesinatos de ecologistas, sobre todo en Brasil y Honduras. Así fue con Berta Cáceres, hondureña y defensora de los derechos humanos, pero hay muchos otros que fueron asesinados, con menos atención internacional.

Desafíos de cada día

El problema del cambio climático está relacionado con cuestiones que tienen que ver con la ética, le equidad y la justicia social. La situación actual de degradación ambiental está conectada con la degradación humana, ética y social. Y esto nos obliga a pensar sobre el sentido de nuestros modelos de consumo y de producción, y en los procesos de educación y de concienciación para hacer que sean coherentes con la dignidad humana. Estamos frente a un “desafío de civilización” en favor del bien común.

 

La educación en la dimensión ecológica, las políticas para permitir la información, participación y justicia ambiental, el monitoreo, la ética ambiental, el estímulo de las economías verdes y el desarrollo sostenible, entre otros temas, se traducen en las buenas prácticas cotidianas individuales y colectivas que intenten, al menos en parte,  dar respuestas serias a las preguntas que se nos plantean en Laudato SI

¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? Esta pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario. Cuando nos interrogamos por el mundo que queremos dejar, entendemos sobre todo su orientación general, su sentido, sus valores. Si no está latiendo esta pregunta de fondo, no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan lograr efectos importantes. Pero si esta pregunta se plantea con valentía, nos lleva inexorablemente a otros cuestionamientos muy directos: «¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra?”

Por eso, ya no basta decir que debemos preocuparnos por las futuras generaciones. Se requiere advertir que lo que está en juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos, porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra.

María Bedrossian