
A nivel de Iglesia ha habido en Europa posturas distintas. En Roma el sacerdote y canonista Yoannis Lahzi Gaid ha dicho: “No se puede negar la comunión y la unción a los enfermos, la bendición a los difuntos. No tenemos que dar la impresión de que la Iglesia tiene miedo, cuando se piensa en el coraje de médicos, enfermeros y voluntarios que luchan en primera línea. Muchas personas necesitan un consuelo y apoyo espiritual.
Cuando todo esto haya terminado, estas personas abandonarán la Iglesia porque ella los ha abandonado cuando la necesitaban. Los fieles deben encontrar valor en sus pastores. No puede ser que queden abiertos los supermercados, los quioscos y las tabaquerías, y no las iglesias; que se lleve a domicilio las comidas y las pizzas, pero no la comunión a los enfermos y ancianos”. Por su parte el teólogo español José María Castillo adhiriéndose a las medidas del gobierno dijo: “La salud es lo primero y todo lo demás pasa a un segundo término. Dios está donde se remedia el sufrimiento de los enfermos y el hambre de los indigentes. Jesús no era médico y sin embargo como “hombre religioso” que era, lo que más le interesó fue la salud de la gente, la vida del ser humano”. Para él lo primero y más importante no fue cumplir con los rituales del templo. Por eso desconcertó a todo el mundo, hasta a Juan el Bautista a quien le recordó lo de Isaías 26,19: la buena noticia es que “los ciegos ven, los cojos andan, lo leprosos son curados, los sordos oyen..”. También el teólogo y biblista italiano p.Alberto Maggi escribe: “Es una situación totalmente nueva. En una guerra uno puede salvarse huyendo, bajando a los refugios. Con este virus no es posible; la única defensa es impedir que se difunda, evitando los contactos. Los templos son lugares privilegiados de contacto. La fe no sustituye las normas higiénicas, sino que las presume. No es legítimo ponerse en situación de peligro para uno mismo y para los demás. Para encontrar a Dios y vivir en comunión con los demás, no es indispensable ir al templo”.