Ernesto Cardenal fue discípulo de Thomas Merton, se hizo monje y antes todavía de la revolución sandinista en Nicaragua, construyó un capilla y fundó una comunidad en la isla de Solentiname del lago de Cocibolca. Fruto de esa experiencia fue el famoso libro: “El evangelio de Solentiname”, elaborado por él y los campesinos de la isla.
Fue de los primeros en apoyar la revolución y fue elegido ministro de cultura; ya era conocido como poeta y escritor. Ha quedado famosa su Oración para Marilyn Monroe (“Señor recibe a esta muchacha que ahora se presenta ante ti sin ningún maquillaje, víctima de la sociedad de consumo. Ella tenía hambre de amor y le ofrecieron tranquilizantes…”). Fue ministro de 1979 a 1987 y con su hermano Fernando, también sacerdote y ministro, organizaron una larga campaña de alfabetización que redujo el analfabetismo del 51% al 15%. Por ser teólogo de la liberación y comprometerse en un cargo de gobierno el papa Juan Pablo II a él y a otros tres sacerdotes les prohibió rezar misa; y esta prohibición duró 35 años. Sin embargo Cardenal siguió cumpliendo con el celibato sacerdotal y una vida de pobreza monástica. Renunció a toda actividad política o pastoral, dedicándose por entero a la literatura y recibiendo en este campo varios premios internacionales. Fue el papa Francisco que lo rehabilitó en febrero del año pasado y le concedió lo que pedía: volver a celebrar misa, ahora ya desde la cama de un hospital. Falleció el primero de marzo pasado. Ya se había distanciado del sandinismo y de la política, sin renunciar de sus ideas. Para él Ortega y su mujer eran unos autócratas que habían traicionado la revolución. Decía: “esta revolución fracasó, pero vendrán otras..”. Fue sepultado en Solentiname y el cínico Daniel Ortega declaró tres días de duelo nacional por ser Ernesto Cardenal “gloria y orgullo de Nicaragua”. Es de lamentar la irrupción antes de la misa de cuerpo presente en la catedral de Managua de orteguistas fanáticos al grito de “traidor”.