Los acontecimientos políticos en nuestro continente nos obligan a un análisis sereno y al mismo tiempo contundente sobre los alcances y límites de nuestras aún débiles democracias. Las enormes movilizaciones en Chile, el “golpe de Estado” en Bolivia, la polarización política de Argentina o más aún, de Brasil reforzada por la reciente libertad de Lula da Silva, la crítica situación en Ecuador, Perú o Venezuela, el regreso de la violencia política en Colombia, son solo algunas de esas expresiones más recientes.
En definitiva, esa democracia que parecía comenzar a andar y consolidarse en nuestro apremiado continente dos décadas atrás, vuelve a mostrar algunas de sus debilidades constitutivas. ¿Un indicador al respecto? El Latinobarómetro señalaba que en 1997 la preferencia de la población latinoamericana hacia la democracia era del 63%. En su último Informe del año 2018, se encuentra en su punto más bajo desde la crisis del 2001: 48%.
Se ha dicho –y con razón- que los problemas de la democracia se deben resolver con más y mejor democracia. Nuestro continente nos está demostrando la importancia que debemos asignarle a los Estados de Derecho para dirimir asuntos tan complejos como las megas corrupciones, el clientelismo, el afán de protagonismo personalista, de liderazgos de tipo mesiánico, los totalitarismos o los vicios electorales. También por medio de más y mejor democracia deberemos resolver aspectos tan movilizantes como la lucha contra la pobreza, contra las mayores inequidades o contra la opresión a los más débiles.
Nuestro Uruguay justamente dirimirá en los próximos días por medio de las urnas qué modelo de país y qué políticas privilegiar para los próximos cinco años. Lo hará, sin duda, en un clima muy diferente al que reina en muchos de nuestros países hermanos.
Aún así, también por aquí debemos encender ciertas luces de riesgo: el porcentaje de personas que señala que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, pasó del 70% al 61% en el último año (el peor registro desde que comenzó a medirse), caída similar a la registrada en Argentina (-9) y Brasil (-10). La tentación de los autoritarismos para solucionar nuestros problemas está vigente, incluso en nuestro país, que claramente liderada en varios indicadores de vigencia de los derechos humanos en la región: 16% de los uruguayos/as señala que un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático.
Por eso, más allá de a quién beneficien los resultados electorales, debemos trabajar conjuntamente en la defensa de la democracia, del Estado de Derecho, del pluralismo y de la protección de los Derechos Humanos.
Como decía la Conferencia Episcopal del Uruguay al inicio de esta campaña electoral que está por finalizar, “a los uruguayos nos alegra vivir en democracia”. Que esa alegría se exprese con entusiasmo y permita ir superando los problemas y tensiones de nuestro tiempo o mejorando aquellos logros que merecen ser defendidos.
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