Muchos católicos se extrañan de que se dedique un Sínodo de Obispos a tratar un tema como la ecología, partiendo de la realidad pastoral de la región amazónica. También se han extrañado de que el papa Francisco dedicara toda una encíclica a ese tema en “Laudato sii”, por tratarse de un tema supuestamente “profano” en el que la Iglesia no tendría competencia. Lo mismo pasó antes, cuando el papa Juan XXIII escribió una encíclica sobre la paz mundial (“Pacem in terris”) y Pablo VI sobre la justicia con los países subdesarrollados (“Populorum progressio”).
De hecho estas tres encíclicas, animadas por un profundo espíritu evangélico, son las que más hondamente han llegado al mundo de hoy, más allá del ámbito católico que en muchos casos ha quedado indiferente. Es que no se ha entendido que la fe tiene que ver con la vida. También la cuestión ecológica o ambiental en el pasado ha sido un tema marginal y olvidado en nuestras comunidades cristianas y en la catequesis. De a poco algo está cambiando. “Laudato sii” ha sido una clarinada profética para despertar a todos sobre un tema que afecta nada menos que la vida del planeta. El Papa ha recordado que no se trata tan solo de defender la naturaleza, sino de una lucha vinculada a la promoción y defensa de los derechos humanos. El tema tiene una relación intrínseca con las políticas de justicia social; por eso se habla de “ecología integral” o social. Cuando la vida, no solo de la flora y de la fauna sino la del mismo ser humano y de todos los hombres y mujeres y de las futuras generaciones está en juego, ya no se trata solo de un problema político o técnico. Es un problema moral que afecta la conciencia de todos y tiene que ver con el mensaje del Evangelio. Se nos pide por eso un cambio en la mentalidad, en los valores, en la conducta y estilo de vida. La raíz del desorden ecológico está en la avidez y en la codicia humana. Un crecimiento armonioso sería posible en el marco de una mayor equidad y solidaridad, de una mayor sobriedad de vida, de un absoluto respeto a la naturaleza y a los derechos de todos. Hace falta educar no para tener más, sino para que todos tengan lo suficiente. La contaminación del aire y del agua, la explotación ilimitada de recursos, la deforestación y la desertificación creciente, el derroche de agua y energía son problemas sociales que afectan a todos, en especial a los más pobres. Se calcula que en 2025 mil millones de personas sufrirían de falta de agua potable. Ya en los años ’70 el Club de Roma había lanzado un grito de alarma: “Los recursos de la tierra son limitados y no hay que dilapidarlos”. Dice el Papa en “Laudato sii” (n.161): “El ritmo de consumo, de desperdicio, de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta; el estilo de vida actual es insostenible y solo puede terminar en catástrofes”. El Papa se refiere aquí sobre todo al nivel de vida de los países más desarrollados (n.27) y pide una “conversión ecológica” aún en la vida cotidiana tal como nos enseña en el n.211. Esta encíclica, más que un documento en defensa del ambiente, es un documento en defensa de toda la humanidad de hoy y de la que vendrá.
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