(tema central) Lectura crítica del Génesis (Caps. 1-12)

Los primeros capítulos del Génesis son quizás los más leídos de toda la Biblia y quizás los menos comprendidos, por ser leídos como historia real o como historieta. Cuando Israel piensa en su Dios, lo ve ante todo como salvador y liberador de la esclavitud de Egipto. En un segundo momento lo descubre como creador.

El libro del Éxodo ha sido escrito antes del Génesis. El libro del Génesis, del capítulo 1 al 12, es un relato sapiencial sobre los «orígenes» del mundo y del hombre. Es la introducción al Pentateuco. No es un relato histórico ni científico, ya que se habla de tiempos inmemorables, sino más bien contiene un fondo teológico. Los primeros 11 capítulos se sitúan fuera del tiempo y de la historia. Siempre hay que recordar que la Biblia es una serie de textos inspirados por Dios para darnos un «mensaje religioso», no solo a través de historias, sino de epopeyas, poemas, parábolas, oraciones, enseñanzas.., muchas veces revestidas de un ropaje narrativo y simbólico como se acostumbraba en aquel tiempo. También en el Génesis se mezclan distintas tradiciones: la Yavista (porque llama a Dios con el nombre de Yavhé) y es la más antigua; la Eloista (por qué llama a Dios con el nombre de Elohim); la Sacerdotal, que nació en el destierro de Babilonia por parte de los sacerdotes para sostener la fe y la esperanza del pueblo. El redactor final, como sucede en todo el Pentateuco, incluye respetuosamente todas las tradiciones ya que no se contraponen sino que se complementan. Estos relatos simbólicos muestran en forma narrativa y en imágenes, como Dios está al comienzo de todo. Conociendo al Dios liberador del Éxodo, hablan de un Dios que lo hizo todo por amor al hombre. Dios es el autor de la vida, de cualquier clase que sea. Dios hizo al hombre libre para que fuera feliz El pecado lo arruinó todo: aún así, Dios siguió con su designio de amor.

 

CREACIÓN DEL UNIVERSO

La creación del mundo es narrada simbólicamente a lo largo de siete días en la versión sacerdotal. La finalidad no es mostrar «cómo» surgió el mundo; este sería un dato científico que a la Biblia no le interesa mayormente. Al autor bíblico no le preocupa ni el cómo ni el cuándo, sino el porqué y el para qué; es decir el sentido de la vida humana y del cosmos. Son intereses de tipo sapiencial, ético y teológico. Se quiere enseñar que Dios lo creó todo, inclusive el sol y la luna que los babilonios adoraban como dioses; por eso Dios es más grande y poderoso. Lo de los siete días es un poema litúrgico. Es sabido cómo el mundo se ha hecho en millones de años según la ciencia. Los autores simplemente quieren recordar la obligación del descanso después del viernes, porqué Dios ha descansado el séptimo día. En Babilonia tenían que trabajar sin parar como esclavos y los sacerdotes judíos reivindicaban el derecho para el pueblo de disfrutar al menos por un día de descanso en la semana. El número siete significa plenitud. Por eso  se dice que al final «vio Dios que todo era bueno» (1,25). Esto no significa haber logrado la perfección de un mundo ideal. La sucesión de los días indica una obra que se hizo en etapas y que tuvo su final en el hombre, el rey del cortejo para el cual todo fue hecho. Justamente hoy, a nivel científico, se ha propuesto la teoría de la evolución, por la cual el organismo humano vendría de las especies inferiores. Esta teoría no se contrapone a la fe en un Dios creador del universo y del hombre. Hubo seres primitivos que se fueron desarrollando con la fuerza que Dios había puesto en ellos hasta que Él intervino con su soplo divino para infundirles en ellos el alma a imagen suya. El relato yavista (2,4-25) de la creación del mundo es más breve y habla de un solo día en el que Dios creó el cielo y la tierra; y el primero en ser creado fue el hombre.

 

CREACIÓN DE LA HUMANIDAD

Cuando la Biblia habla de Adán y Eva, habla de los primeros hombres y mujeres en general. Los nombres son ficticios; el nombre de Adán se relaciona con el suelo, con la tierra y el de Eva con la que da la vida. En el relato yavista (2,7) se habla de Dios como de un alfarero que modela al hombre con arcilla y le inspira el aliento de la vida. Esto significa que el hombre es criatura finita; es frágil, depende en todo momento de Dios que lo sostiene y lo va trabajando. Es como un vaso de barro que se quiebra con facilidad. Pero aún admitiendo la evolución del cuerpo humano a partir de las especies inferiores, el espíritu está infundido por Dios. Se usa aquí un lenguaje metafórico porque para el escritor sagrado lo importante no es ilustrar la modalidad de la creación sino enseñar por qué y para qué lo ha creado Dios. Se usan muchos «antropomorfismos» (=tratar a Dios como si fuera un hombre) para significar que Dios es una persona viva y actuante, no como los demás dioses. En el relato sacerdotal (1,26-27), el hombre es creado varón y mujer a semejanza de Dios. Hay aquí una concepción más elevada de Dios y también del hombre. De entre todas las criaturas solo el hombre, sea la mujer como el varón, ha sido creado a imagen de Dios; de Dios recibe el espíritu que lo hace persona y colaborador suyo para multiplicar la vida y someter la naturaleza. Dios le transmite al hombre poderes divinos como la inteligencia, la voluntad, la libertad y la capacidad de amar. Hay una grandeza y supremacía del hombre sobre todo lo creado y en él (varón y mujer) se refleja el poder de Dios.

 

CREACIÓN DE LA MUJER
A diferencia de la tradición sacerdotal, la yavista presenta la creación de la mujer como sucesiva a la del varón, y a Dios como un cirujano que después de someter al varón a un profundo sueño, interviene sacando de su costado una costilla que transforma en mujer (2,18-25). Es un lenguaje metafórico primitivo por el cual Dios se adapta, para hacerse entender, a la cultura patriarcal y machista de la época. Sin embargo el contexto del Génesis no es peyorativo con respecto a la mujer. También en este texto la mujer aparece como igual al varón, de su misma naturaleza y dignidad, no inferior ni dependiente de él. La reacción de Adán (2,23) es de absoluta felicidad por tener una compañera igual a él (2,23). En un ambiente de poligamia, el escritor sagrado describe el proyecto de Dios: un varón con una sola mujer, ambos de igual dignidad. Gen 1,27 afirma que Dios los creó varón y mujer según su imagen divina; significa la igualdad de los dos sexos frente a Dios, como un reflejo del mismo Dios. Dios es Amor y el hombre no puede ser un individuo solitario sino una pareja que se ama y que con su amor produce vida. Varón y mujer se atraen y complementan para «formar una sola carne » (Gen 2,24) y ser familia a imagen de Dios que es Familia. La sexualidad ordenada al amor, no aleja de Dios sino que ha sido querida y bendecida por Dios. (1,27). Lo que importa en estos relatos no son los detalles (sueño, costilla etc.), sino la complementariedad y la reciprocidad de los dos sexos. El autor bíblico considera que la dominación del varón sobre la mujer no es voluntad de Dios sino consecuencia del pecado (3,16). La mujer no es creada simplemente como «ayuda» del varón; gracias a ella el varón llega a ser hombre. La mujer saca al varón del aislamiento, provoca la comunicación, posibilita el amor y la vida. Por ella pasa el pecado pero también la promesa de Dios. Su descendencia se opondrá a la serpiente y le aplastará la cabeza (3,15).

 

PARAÍSO TERRENAL
Mientras el relato sacerdotal no dice nada cerca del paraíso terrenal, la antigua tradición yavista nos describe un verdadero paraíso sobre la tierra (2,8-16). Cualquier persona inteligente se da cuenta de que un mundo de ese estilo no ha existido nunca. Se habla de un oasis regado por muchas aguas y una exuberante vegetación, de un «jardín» («paraíso» en el idioma persa), en el cual Dios coloca los primeros hombres. En realidad, es el plan de Dios para el hombre. No se trata de ningún lugar geográfico del pasado. Es una construcción literaria del autor sagrado que imagina cómo le gustaría a Dios que fuera el mundo. Es un proyecto, una maqueta para construir y está colocado al comienzo de la Biblia para que se sepa lo que Dios quería (y sigue queriendo) de nosotros y para nosotros. Es un proyecto de felicidad, fraternidad y paz que fue parcialmente frustrado por el pecado del hombre. Por otra parte, la felicidad del hombre antes del pecado era solamente interior y religiosa. Adán y Eva no eran inmortales; no eran superhombres. Aún sin haber pecado, hubieran muerto como cualquier hombre. La muerte no es un castigo de Dios ni lo es la enfermedad; son parte de la naturaleza humana ya que no somos dioses. El proyecto de Dios aún sigue siendo un mundo de justicia, fraternidad y paz para todos, al que Él mismo quiere construir con nuestra colaboración. Dios no es paternalista ni milagrero. Él nos ha hecho colaboradores de su creación que no ha terminado y del crecimiento de su jardín. Dios pide el respeto para la naturaleza; en el diluvio quiso salvar en el arca no solo la especie humana sino plantas y animales. La frase: «dominen la tierra» (1,28) no significa abusar de la naturaleza o depredarla; significa hacerse cargo, cuidar y cultivar la tierra que es de Dios.

 

EL ÁRBOL DEL BIEN Y DEL MAL
En Gen 2,17;3,3-7 el árbol del conocimiento del bien y del mal y su fruto (nunca se habla de manzanas) son figuras simbólicas del yavista. Dios no prohíbe ni el conocimiento ni la ciencia. Lo que el hombre tiene prohibido es negarse a aceptar sus limitaciones de hombre y querer convertirse en Dios. Solo Dios tiene la sabiduría conocedora del bien y del mal, de la verdadera felicidad. «Serán como dioses » les insinúa la serpiente. El hombre es libre pero no puede vivir sin leyes morales, ni ser el juez supremo de todo y de todos. No puede gobernarse por sí mismo como si Dios no tuviera nada que ver con su vida. Los primeros hombres vieron a Dios como un rival, que les prohibía ser árbitros de su propia vida. Es lo que le pasará, en la parábola de Jesús, al hijo pródigo de Le 15,11-32. La consecuencia de la rebelión será que el hijo pródigo terminará mendigando comida a los chanchos y Adán y Eva se encontrarán desnudos frente a Dios, sin nada. A este pecado fundamental del hombre se le llama «original», porque está en el origen de todos los demás pecados; es el pecado del hombre en general, el pecado del mundo. Es la inclinación al orgullo, a la autosuficiencia, al abuso de la libertad, a la presunción de rivalizar con Dios o de declararlo innecesario, muerto. El pecado original no es como el pecado de David, un pecado personal. Se le llama «pecado» de manera analógica, pero no es un acto sino una situación, un estado común a todos y del que solo nos librará Cristo. No es una falta cometida sino una situación contraída. Es una solidaridad en el pecado, que solo puede ser rota y sustituida por nuestra solidaridad con Cristo a través del bautismo. Lo que llamamos «pecado original» no se encuentra en el texto bíblico, sino en la carta de san Pablo a los Romanos (5,12-21). Puesto que Adán nos representa a todos y ha pecado, significa que también nosotros en él y con él somos pecadores. Pero todos somos salvados por Cristo con el cual formamos un solo Cuerpo. Cuando se dice que un niño nace con el pecado original, no significa que haya cometido pecados o tenga alguna mancha espiritual o sea poseído por el diablo, sino que entra a formar parte de nuestra condición pecadora.

 

LA SERPIENTE
La serpiente era una divinidad cananea, pagana. Dejarse seducir por la serpiente equivalía para el lector judío apostatar de la fe en Dios. Mucho más tarde en el Antiguo Testamento se identificará la serpiente con el diablo (Sab 2,24) y en el Nuevo Testamento la serpiente llegará a ser un dragón (Ap 12,9;20,2). La serpiente es engañosa, astuta, traicionera; Jesús dice que el diablo es «padre de la mentira» (Jn 8,44). Para el yavista, lo más importante de este relato es mostrar cómo el pecado del hombre es inducido por alguien que está fuera de él (no forma parte de su naturaleza). La tentación es inevitable para el hombre, justamente por ser hombre libre. Es indudable que también Cristo fue tentado por el diablo; jamás la comunidad cristiana se hubiera atrevido a pensar que el Hijo de Dios pudiera ser tentado por el diablo. La serpiente parlante busca alejar al hombre de Dios. El tema del árbol y la serpiente, del fruto prohibido y llamativo son un simple ropaje literario; significan la seducción que ejerce el mal. El acento del mensaje tiende a poner de relieve la libre decisión del hombre; pero también subraya el hecho de que el hombre llega a eso, instigado desde afuera. En el relato además, todos tratan de lavarse las manos, de echar sobre el otro la culpa. La consecuencia del-pecado es que el hombre se ha puesto en una situación tal que ya no será capaz por si solo de salir de ella; hará falta un Salvador. También la expulsión del paraíso es una representación metafórica de lo que significa el alejamiento de Dios por el pecado. El mensaje religioso del relato de Adán y Eva es que Dios les infundió un alma a todos los hombres y los creó buenos, no malos. También nosotros somos creados buenos y no malos. Sin embargo en los seres humanos hay una tendencia básica pecaminosa que va más allá de los pecados personales que podamos cometer. Y esa tendencia no procede de Dios sino que se debe a la corrupción que los seres humanos han introducido en el mundo. Según san Pablo, Adán encabeza y decide el destino de la humanidad; Jesucristo, como nuevo Adán da comienzo a una nueva humanidad. No elimina nuestra condición de pecado, pero la supera por la misericordiosa Gracia de Dios ofrecida a todos (Rom 5,19).

 

EL CASTIGO
Dios maldice a la serpiente, pero no a Adán y Eva ni a la humanidad de la cual tiene compasión y le promete que alguien, de la descendencia de la mujer, le destruirá la cabeza a la serpiente. Después del pecado Adán y Eva sienten el remordimiento, tienen miedo, se esconden. Pero Dios los sigue buscando. El parto doloroso de la mujer y el trabajo duro de la tierra por parte del varón en realidad no son castigos de Dios, sino hechos normales de la vida humana; son una forma de colaborar con Dios en la transmisión de la vida y en la creación de un mundo cada vez más hermoso. El mismo pecado tiene en si mismo el castigo. El autor explica la alteración de las relaciones del hombre con Dios, con los demás hombres y con la naturaleza por culpa del pecado. Salir del paraíso terrenal significa salir del proyecto de Dios. Dios había hecho una invitación a Adán y Eva para que vivieran en el Edén y fueran felices con la única condición de que siguieran Sus consejos, frutos de un amor verdadero. Las consecuencias del primer pecado rebotan después en los hijos (pelea entre Caín y Abel) y en la primera colectividad humana (diluvio, torre de Babel). Pero Dios no abandona al hombre. También a Caín, expulsado y errante, Dios lo marca para que nadie lo mate (Gen 4,15). Dios no lo rechaza para siempre. Los redactores bíblicos no ven en los castigos de Dios un rechazo definitivo, sino una medicina educativa como la de un padre para con sus hijos; no una condena sino un llamado al arrepentimiento, a la conversión. Dios es «justo» no tanto porque premia y castiga, sino porque es fiel a sus promesas de salvación. Sin embargo la inquietante pregunta de Caín a Dios: «¿Soy acaso yo el guardián de mi hermano? (Gen 4,9) es aún hoy una inquietante herida abierta en el corazón de la humanidad.

 

EL DILUVIO
No hay que extraer de la Biblia la noticia científica de un diluvio universal sobre toda la tierra que nunca hubo. Lo que interesa a la Biblia es seguir describiendo la historia de la salvación a pesar de nuestros pecados. Las consecuencias del mal, además de afectar a las personas, afectan a toda la sociedad. No hay que buscar la verdad de estos relatos en hallazgos arqueológicos; siempre hubo inundaciones en las tierras bíblicas. El relato del yavista quiere demostrar que Dios no quiso el diluvio; este es la consecuencia de la prevaricación humana cuando las estructuras y los mecanismos perversos (el pecado social) son capaces de poner en peligro el futuro mismo de la humanidad y de la naturaleza. Por el contrario, Dios está dispuesto a perdonar y olvidar gracias a un «pequeño resto» (Is 10,22) que en la Biblia le permaneces fiel como Noé y su familia. El poema del diluvio universal es un relato didáctico que simboliza el proceso de autodestrucción de las personas y de la sociedad cuando no se siguen los caminos de Dios. Noé demuestra su fe construyendo el barco entre las burlas de la gente, trabajando en una obra aparentemente inútil, pero siguiendo las indicaciones de Dios que se preocupa por su amigo. Seguramente hoy podría ser factible una especie de diluvio o desastre universal por la cantidad de armas atómicas almacenadas en el mundo y por la locura de los hombres. Dios sin embargo, gracias a «sus elegidos que claman a Él día y noche» (Le 17,7), cuida de sus hijos y de su creación.

 

LA TORRE DE BABEL
El autor bíblico escribe en el cautiverio de Babilonia (Babel) donde históricamente existían los «ziggurat» que eran torres de muchos pisos y muchas escaleras con numerosas terrazas. Los reyes querían perpetuar su nombre elevando una torre que llegara hasta el cielo A diferencia de las pirámides egipcias que eran las tumbas de los Faraones, estos eran templos y representaban el orgullo del hombre que quiere alcanzar a Dios y ser como Él. Con esta imagen el autor sagrado quiere simbolizar la pretensión de grandeza y de dominación sobre los demás de los poderosos, como en el caso del rey Nabucodonosor. Él también, como el Faraón de Egipto con las pirámides, utilizaba a los hombres como esclavos para construir torres que llegaran hasta el cielo y así desafiar a Dios, ser como Dios, ocupar su lugar y dominar. Pero los hombres no llegan a entenderse por el pecado que divide. Dios no necesita destruir la obra de los hombres; ellos se destruyen a sí mismos porque el orgullo y la ambición los lleva a la discordia y al fracaso. El autor quiere consolar así con este relato al pueblo de Israel que sufre la esclavitud babilónica. Sin Dios y sin el respeto de la ley de Dios, todo imperio fracasa. Todo el relato es una interpretación teológica del imperio babilónico que había pretendido con la fuerza unificar el género humano. En Pentecostés, a los apóstoles que con Maria piden humildemente el Espíritu de Dios, Él mismo baja a ellos y opera el milagro de que todos se entiendan a pesar de los idiomas distintos y formen un solo pueblo de hermanos. La unión de los hombres, rota por el pecado, será restaurada por Cristo, por medio de su Espíritu.

 

PRIMO CORBELLI

del libro «Introducción a la Biblia»
del p. Primo Corbelli (Ed. Claretianas, Buenos Aires)