Por Pablo Guerra¹

El llamado del papa Francisco a reflexionar sobre el papel de la economía para la construcción de un mundo más sustentable e inclusivo notoriamente ha conmovido a muchas personas, incluidas algunas de las más renombradas en el campo académico, caso del Premio Nóbel de Economía Joseph Stiglitz con quien se entrevistó hace pocos meses en Casa Santa Marta coincidiendo ambos en advertir sobre «los problemas de ciertas formas de economía de mercado que no ponen los mercados al servicio de los pueblos sino a los pueblos al servicio de los mercados y exacerban el comportamiento individualista».
Esta postura de opinar y orientar en materia económica, sin embargo, no siempre es comprendida. Una rápida lectura de los espacios de opinión en algunos de los portales de noticias católicas, por ejemplo, revela la posición de algunos cristianos y cristianas que defienden la idea que la Iglesia no debe abrir opinión sobre estas cuestiones sino más bien restringirse a su papel como representante de Cristo en el mundo.
Lo que ignoran estas personas, es que justamente en este mundo donde nos toca ser Iglesia, la economía cobra un papel determinante. La economía no solo es una ciencia (con sus complejidades como todas), sino que también es un campo de acción donde se mueven muchos intereses, conductas, racionalidades y fuerzas que obran en diferentes resultados con mayor o menor impacto en la satisfacción de las necesidades de todos. Claramente, una economía con mayor intensidad de fuerzas solidarias redundará en beneficios para el conjunto de la sociedad. Por contrapartida, una economía con mayor expresión de racionalidades egoístas, mal le pese a Smith y sus seguidores, contribuirá a fomentar conductas y sociedades individualistas. ¿Realmente alguien puede pensar que la Iglesia debería evitar una reflexión sobre estos asuntos?
El llamado a ser más solidarios en la vida social y económica, por su parte, no es un invento de los pensadores contemporáneos. La Biblia documenta varios pasajes que encierran una vocación comunitaria y de atención a los más desfavorecidos. Sí, la Biblia también habla de economía, desde el mismísimo Génesis, pasando por el profetismo de Isaías y las experiencias relatadas en el Libro del Éxodo. ¿Y Jesús? Coincidimos con el teólogo Pablo Ricca (ver Tema Central 7 de Octubre de 2016) que toda la predicación de Jesús giró en torno al Reino de los Cielos, un Reino que está en este mundo, pero no es de este mundo. Y si Dios es Rey y Dios es amor, pues la regla que debemos aplicar es la del amor, también en el plano de lo profano (todas las Parábolas de Jesús remiten a este campo). Recordemos en tal sentido la Parábola de la Multiplicación de los panes y de los peces. Y recordemos que el Padre Nuestro incluye desde una mirada comunitaria la petición del acceso al Pan, y por ese medio, a todo lo necesario para una vida digna. Si el Reino de Dios está cerca, parecería ser que lo está más de aquellas circunstancias donde el pan y los peces se multiplican, donde todos tenemos acceso a los satisfactores y no donde unos pocos “acaparan casa tras casa y se apropian de campo tras campo” (Isaías 5,8).
Por esa razón, el Libro de los Hechos documenta el comportamiento solidario de los primeros cristianos en el plano económico, compartiendo todos los bienes en común, de manera que nada le falte al más necesitado. ¿Cómo compartimos en la economía actual? ¿Qué hacemos con los más necesitados? Esas preguntas tienen un gran trasfondo económico que debemos responder. Y vaya si los cristianos no tenemos en el Evangelio un marco ético para guiar nuestros comportamientos. Evitar esas respuestas es evitar a Cristo mismo y su invitación a construir el Reino.
No me sorprenden las críticas al Papa Francisco cuando nos llama a reflexionar sobre esos aspectos. Los sectores conservadores que están detrás de estas críticas parecen desconocer más de un siglo de encíclicas papales que justamente por no eludir preguntas en el campo económico y orientar en el campo de los principios y valores que deben guiar nuestros comportamientos sociales, han recibido el nombre de “Encíclicas Sociales”. Francisco está en plena sintonía con esta línea de trabajo. Ni siquiera las fuertes críticas dirigidas a una “economía que mata” son fruto de un supuesto talante populista como algunos quieren hacernos creer. ¿Qué hubieran dicho los actuales detractores del Papa sobre León XIII cuando señaló que la contratación del trabajo y las relaciones comerciales “se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios”? Es notorio que León XIII tuvo también sus enemigos por animarse a decir las cosas por su nombre. También le ocurrió a Juan Pablo II cuando condenó la globalización neoliberal en la Exhortación Apostólica a todos los pueblos de América en 1999. No es sostenible la tesis de algunos neoliberales dentro y fuera de fronteras que insisten en poner a Francisco en las antípodas de pensamiento frente a sus antecesores (véase el Editorial de El País, 10 de Agosto de 2018). Francisco bebe de las fuentes de la Doctrina Social de la Iglesia y sus críticas a los modelos de desarrollo que arremeten contra la casa en común (Laudato Si) y contra los más vulnerables, no solo son pertinentes y absolutamente integradas en la Tradición de la Iglesia, sino que además y fundamentalmente, son especialmente bienvenidas para construir con esperanzas nuevas alternativas.
(1) Pablo Guerra es Profesor e Investigador en la Universidad de la República.
Coordinador de la Red Temática en Economía Social y Solidaria.
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