En ocasión del Sínodo de Amazonia lo que se está discutiendo no es el casamiento de los curas; hay muchos curas casados en el mundo, pero por lo mismo han tenido que dejar el ejercicio del sacerdocio. Tampoco se propone el celibato optativo para los candidatos al sacerdocio, si bien es posible que en el futuro se ordene a hombres casados al lado de hombres célibes, ya que el celibato de los curas no es una ley de Dios ni un dogma (es una ley eclesiástica y puede cambiarse).
Pero de lo que se trata para Amazonia, es otra cosa. Una gran cantidad de comunidades cristianas que viven en zonas remotas de la selva, no pueden ser atendidas por los sacerdotes (no nativos) que hay. Lo que se quiere es que no falte la Eucaristía a esas comunidades. La celebración de la Eucaristía por parte del sacerdote es esencial para una comunidad cristiana. La ordenación de “viri probati” (=varones de virtud comprobada) casados y del lugar, podría ser una solución alternativa válida para esas comunidades. Jesús instituyó la Eucaristía, no el celibato eclesiástico. Este último ha sido instituido por la Iglesia porque consideró que era sumamente conveniente para el sacerdote porque implica una opción radical de amor por Cristo y los hermanos. Pero siempre hubo excepciones como en el caso de las Iglesias Católica en Oriente (por ejemplo los Maronitas) o los pastores anglicanos pasados a la Iglesia Católica. En este caso de Amazonia también se trataría de algo excepcional.
Dicho esto, es bueno aclarar por otra parte algunas ideas. Se dice que el celibato “no es más que una ley eclesiástica, que tiene sus comienzos en el siglo IV”, lo que es cierto; pero no lo es si se quiere con esto relativizar el valor del celibato eclesiástico como algo de menor importancia. Cristo fue célibe y defendió su celibato como un carisma especial, es decir un don de Dios para un servicio radical al mismo Dios y a los hermanos, aún si no todos lo entienden (Mt 19,10-12) y felicitó a los que dejan casa, esposa y familia a causa del Reino de Dios (Lc 18.29). Lo que es la familia para un cristiano casado, lo es la comunidad cristiana para un sacerdote célibe. “Todos los que hacen la voluntad de Dios, son mi familia”, dijo Jesús (Mc 3,34-35). Brindándose a la comunidad cristiana, el presbítero célibe realiza en plenitud sus capacidades humanas y su amor gratuito; por eso la gente lo llama “padre”. Algunos dicen que el celibato es imposible porque es inhumano y crea personas anormales. Más allá de tantas personas normales que son obligadas a vivir el celibato sin buscarlo, en el caso del celibato voluntario “por el Reino” habría que decir entonces que Jesús, san Pablo e innumerables santos fueron personas anormales. Sería negar la realidad de legiones y legiones de personas que a lo largo de 1.700 años han vivido y siguen viviendo su celibato con naturalidad y alegría. El celibato frustra a las personas cuando son neuróticas o represivas, pero no cuando viven una entrega amorosa que lo sublima todo, como una opción voluntaria en vista del Reino. El que fracasa en la vida, soltero o casado, es el que no sabe amar.
También se dice que la Iglesia “no permite” casarse a los curas como si fuera una cuestión de poder o de un precio que hay que pagar. El celibato es voluntario, o no tiene valor; y se define no como renuncia al matrimonio sino como opción para un amor más grande y una familia más grande que abarca a tanta gente que no es amada. Y no deja de ser un signo fuerte para tanta gente que solo vive de sexo. Es signo de que otro amor es posible, de que el Amor de Dios está entre nosotros. Un sacerdote que vive intensamente su sacerdocio no encuentra en el celibato una carga más pesada de la que encuentra un hombre casado dentro del matrimonio para ser fiel a Dios; hay fracasos en la vida sacerdotal como los hay en la vida matrimonial. No se trata por lo tanto de derogar la ley del celibato para los sacerdotes, que es una conquista y gloria de la Iglesia, sino en todo caso de agregar otra para dar solución al acuciante problema de la escasez de sacerdotes.
PRIMO CORBELLI
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