(tema central) LA OLA NACIONALISTA

Como decía el Manifiesto Comunista de Karl Marx de 1848: “Un fantasma recorre Europa…”, en este caso no es el comunismo sino el nacionalismo extremista y no solo en Europa sino también en Norteamérica. Lo más grave es que muchos católicos ya no hacen caso de lo que enseña la Iglesia desde el Evangelio. En las elecciones del Parlamento Europeo el ministro italiano Matteo Salvini ganó en su país el 34,3% de los votos y agradeció a la Virgen por su triunfo. Su partido es el más votado en Italia, también por los católicos.

Salvini, que es amigo de los cardenales y obispos que se oponen a Francisco al interior de la Iglesia, se presenta como el nuevo rostro de la ultraderecha europea: blanca, católica, agresiva, nacionalista y anti islámica. Salvini quiere censar a los gitanos para expulsar a los que no han nacido en el país y, “lamentablemente” tolera a los que son italianos. El Papa Francisco reacciona recibiendo con todos los honores a unos 500 gitanos en el Vaticano. Salvini, copiando a Trump, dice: “Primero los italianos” y el Papa, haciéndose eco del Evangelio: “Primero los últimos”.

Encuentro con familias gitanas

En Hungría, país tradicionalmente católico, el 52% de la población ha votado por el gobierno autoritario y nacionalista de Viktor Orban que quiere un país “dentro de la familia cristiana europea y sin inmigrantes”. A diferencia de Italia y Francia, la Iglesia húngara (como la polaca) apoya en su mayoría al gobierno populista. Los nacionalistas y antieuropeistas se han impuesto en la Polonia católica con el 45,38% de los votos, tras una campaña basada en la defensa de los valores tradicionales y agitada por los escándalos de pederastia en la Iglesia Católica. El gobierno ultraconservador exalta los valores tradicionales de la vida, la familia y la religión y rechaza a los inmigrantes con el beneplácito de gran parte de la Iglesia que goza de grandes privilegios, poder económico e influencia política. Es sintomático que el parlamento haya declarado a Jesucristo “rey de Polonia”. Y esto a pesar de que en dos décadas la afluencia de los fieles a las misas dominicales haya disminuido del 50% al 33%. El 7 de octubre de 2017, 22 diócesis (sobre 42) de Polonia se movilizaron para reunirse en 4 mil puntos del país en una cadena de oración “para implorar la intercesión de la Madre de Dios para salvar a Europa y al mundo”, haciendo muro contra el Islam y los inmigrantes invasores. La fecha elegida era el aniversario de la batalla de Lepanto (año 1571) que conmemora la victoria de los países cristianos sobre el Islam. El diario del Vaticano ignoró el hecho. El diario de los obispos italianos “Avvenire” publicó una entrevista al ex secretario de la Conferencia Episcopal Polaca Pawel Rytel-Andrianik que reconoció que en su país “cada prófugo es un bandido que atenta contra la identidad polaca” y que “los que participaron de la marcha están en contra del pensamiento y la enseñanza del Papa Francisco”. El lema de esta ideología autoritaria, católica y nacionalista es muy conocido en América latina: “Dios, Patria, Hogar”. Fue el lema de los nacionalismos católicos y de las dictaduras militares.
Si el chivo expiatorio en el pasado fueron sucesivamente los judíos y después los comunistas, ahora son los inmigrantes. Lo que más indigna es el uso ideológico de la fe por parte de los católicos fundamentalistas (incluso cardenales y obispos) que apoyan abiertamente a estos políticos populistas que se autodefinen como los verdaderos guardianes de la identidad cristiana europea amenazada por la invasión migratoria y musulmana.

¿GUERRA ENTRE CRISTIANOS?
Esta parece una guerra entre cristianos cuando el Papa desde su primer viaje a la isla de Lampedusa sigue gritando a favor de los inmigrantes y se acerca con un auspicioso diálogo de paz con los musulmanes. Más grave aún, por parte de muchos, es confundir el mensaje evangélico de apertura y acogida a los que más sufren, con la política. El mismo cardenal Gerhard Müller ha dicho: “La Iglesia hoy hace demasiada política y poco habla de fe”, como disociando la una de la otra. No se ha entendido aún, ya sea por pastores y fieles, lo que enseña la Doctrina Social de la Iglesia; hay una “política” del bien común y de la opción preferencial por los pobres que es tarea y deber de todo cristiano. La Iglesia no es un partido político ni se vincula con ninguno de ellos. Tampoco se entromete en las que son responsabilidades propias de los gobernantes. El problema inmigratorio no se resuelve a golpes de Evangelio; pero hay instancias éticas fundamentales que provienen del Evangelio y que la Iglesia está llamada a proclamar. El Papa tampoco defiende una inmigración sin controles y condiciones. Lo que denuncia es la psicosis creada por los populistas, el miedo, la sospecha, el odio, recordando que Europa se dirige hacia un invierno demográfico y tiene necesidad de los inmigrantes. Recuerda además cómo muchos se sienten atraídos por lemas agresivos nacionalistas igual que antes de la Segunda Guerra Mundial, con las consecuencias conocidas. Estos grupos se han afianzado también en Inglaterra, Francia, Austria, Eslovenia, República Checa… y el Papa se encuentra predicando como en el desierto. Se multiplican de hecho episodios de violencia racial en todas partes, inimaginables años atrás.

EL OTRO (EXTRANJERO) QUE ASUSTA
También en Estados Unidos piensan haber encontrado el hombre fuerte que devolverá de nuevo el honor y la gloria a su país, levantando muros y deportando gente. El fundamentalismo cristiano y católico acompaña a Trump para un nuevo tipo de “guerra santa” en nombre de una “nación bendecida por Dios”. El 52% de los católicos, según el Pew Research Center, ha votado por Donald Trump. Ha vuelto a aparecer el racismo y la idea de la “supremacía blanca”. Como también en Europa, no se trata ya en general de racismo biológico sino más bien cultural: la defensa de los valores y la identidad propia. Esta aversión hacia el diferente, el extranjero, se llama “xenofobia”. Es una palabra que viene del griego: “xenos”(=extranjero) y “phobeo”(=asustarse). La Iglesia ha condenado repetidas veces cualquier tipo de discriminación racial y social. Proclama además el derecho de emigrar a otro país cuando la necesidad obliga, porque somos todos miembros de la familia humana. Por otra parte el derecho a emigrar va unido al derecho a no tener que emigrar y a vivir con dignidad en el país donde uno ha nacido. Poder emigrar para una vida mejor es un derecho; tener que emigrar para subsistir, es una injusticia. El deber de acoger a los inmigrantes está condicionado a la posibilidad de recibir a todos los que llegan, pero no por prejuicios racistas y nacionalistas, sobre todo cuando se trata de gente que huye del hambre, la guerra, la persecución. El inmigrante ha de recibir un trato de igualdad en los países donde se integra y a los inmigrantes ilegales se les debe garantizar los derechos civiles básicos como personas humanas: alimento, vestido, higiene, seguridad personal… Decía Juan Pablo II: “Una señal eficaz para medir la verdadera estatura democrática de una nación moderna es el comportamiento que se tiene para con los inmigrantes”.

DISTORSIONES PERIODÍSTICAS
En un artículo en “Clarín” del 5 de junio pasado Loris Zanatta acusa al papa Francisco de “trasplantar en Europa el modelo latinoamericano de cristiandad, un modelo poco sensible a la autonomía de la esfera política” e indirectamente de meterse en política sobre el tema de la inmigración. Lo de la “cristiandad”, un modelo común a toda la Iglesia en el pasado, es un concepto superado desde hace más de medio siglo. El Concilio Vaticano II renunció definitivamente a ese régimen para volver a su primitiva condición de Iglesia misionera en una sociedad cuya autonomía de valores fue reconocida plenamente. El Concilio habla de “autonomía de las realidades terrenas” (Gaudium et Spes n.36). Esto significa que no hace falta recurrir a la religión o a la Iglesia en cuestiones de economía, política, cultura, etc., ni para fundamentar las leyes y el derecho. El Estado laico, o aconfesional, es aceptado por la Iglesia; no es un estado ateo ni anticlerical sino respetuoso de lo religioso y tampoco pretende reducir la religión al ámbito privado.

Migrantes venezolanos recibidos por países vecinos

Es en este último aspecto donde el papa Francisco ha reaccionado con mayor fuerza desde la Doctrina Social de la Iglesia (que es en definitiva el mensaje social del Evangelio) y la Opción Preferencial por los Pobres de matriz latinoamericana, que por otra parte ya es patrimonio de toda la Iglesia. El Papa no se mete en política sino que ha hecho propias las angustias y reivindicaciones de los pueblos del Tercer Mundo y de todos los excluidos y descartados de la sociedad actual, abogando por un cambio de sistema. Recuerda que “no hay democracia con hambre”. Y esto no es exclusivo de la Iglesia latinoamericana sino que simplemente es un mensaje profético en nombre de Dios a los pueblos ricos y poderosos, insensibles a las exigencias de la justicia y la solidaridad. Esto en realidad es lo que más incomoda y molesta a los que viven en la opulencia en un mundo de millones de hambrientos; y también a muchos católicos que se olvidaron de unir la práctica religiosa a un compromiso sociopolítico inspirado en el Evangelio. No son los “edictos papales” los que obligan a los católicos a una determinada conducta, sino su propia conciencia. Los pastores de la Iglesia no obligan a los fieles a votar por alguien, sino simplemente cumplen con su misión de orientar evangelicamente a los cristianos en instancias trascendentes. El Evangelio “es siempre sujeto a interpretaciones” más profundas y comprensivas, pero siempre en el marco de la Revelación cristiana. El cristiano como ciudadano “está llamado a obedecer a  ley y a la Constitución” pero no por encima o contra el Evangelio y su propia conciencia.

                                          PRIMO CORBELLI