VUELVE A CELEBRAR MISA
Ernesto Cardenal es sacerdote y monje, famoso en todo el mundo como poeta, escritor y teólogo de la liberación, pero sobre todo por haber formado parte del primer gobierno sandinista como ministro de la cultura entre 1979 y 1987. Se había formado como monje trapense en el monasterio de Getsemaní en Kentucky (Estados Unidos) bajo la dirección espiritual de Thomas Merton y se ordenó sacerdote en Cuernavaca (México) en 1965.
Se hizo famoso como fundador de una comunidad contemplativa en una isla del archipiélago Solentiname en el Gran Lago. Fruto de sus meditaciones bíblicas con los campesinos y pescadores del lugar, fue el libro: “El Evangelio de Solentiname”. Participó de la resistencia contra Somoza, por lo que fue encarcelado. Con el triunfo de la revolución, fue elegido Ministro de la Cultura. Trabajó junto a su hermano Fernando, también él sacerdote y Ministro de la Educación. Lograron realizar una Campaña de Alfabetización con 95 mil estudiantes, maestros, profesionales y voluntarios y alcanzaron reducir el analfabetismo del 50,35% al 12,96%. Medio millón de nicaragüenses aprendieron a leer y escribir. Cuando el 4 de marzo de 1983 el papa Juan Pablo II en su viaje a Nicaragua se encontró con Ernesto Cardenal lo regañó y le intimó ponerse en regla con la Iglesia. El año siguiente fue suspendido “a divinis”, junto a otros cinco curas que estaban en el gobierno. Ya no podía ejercer su ministerio sacerdotal. Cardenal obedeció y siguió cumpliendo con la vida de celibato y pobreza, aún sin poder administrar los sacramentos. Más tarde abandonó la política y el sandinismo, declarándose en contra de la dictadura de Daniel Ortega y su mujer Rosario Murillo.
Pasaron 30 años y el 17 de febrero pasado, el papa Francisco le devolvió todas las facultades para ejercer su sacerdocio. Cardenal tiene ahora 94 años y estaba enfermo postrado en la cama de un hospital de Managua. Él había pedido al Papa esa gracia y la respuesta le llegó ese mismo día por boca del nuncio apostólico Stanislaw Sommertag, el cual quiso concelebrar con él en la cama la que fue llamada su “última primera misa”. También el obispo auxiliar de Managua Silvio Báez lo visitó y arrodillado le pidió su bendición sacerdotal, a lo cual accedió gustoso. Dijo después Báez: “Fue algo emocionante. Sus ojos se enrojecieron con algunas lágrimas. Recé por él y le encomendé que le hablara al Señor para que nos auxiliara en los momentos difíciles que estamos viviendo. Le dije: “gracias Ernesto por haber sabido cantar con belleza y fe en tus poesías los misterios de Dios y por haber vivido en las contradicciones de la historia en solidaridad y amor para con tus hermanos”. Ernesto Cardenal condenó la represión orteguista a las protestas populares iniciadas en abril pasado contra el gobierno, con 325 muertos según las organizaciones de Derechos Humanos. Según él, Daniel Ortega “es un pequeño miserable dictador, dueño de todo el país, de la Justicia, de la Policía, del Ejército. La revolución ha sido traicionada y ahora tenemos una dictadura familiar”. Agradeció al papa Francisco que lo rehabilitó; lo mismo este Papa había hecho con Fernando Cardenal y Miguel D´Escoto, ya fallecidos. Del Papa Francisco que rescató a muchos demonizados en otras épocas como Romero, Samuel Ruiz, Enrique Angelelli, dijo Cardenal: “Me siento identificado con este Papa. Es mejor de cómo podríamos haberlo soñado”. Cardenal es famoso en todo el mundo como poeta (“Canto cósmico”, “Oración para Marilyn Monroe”, etc.) y ha recibido varios premios internacionales. Dijo alguna vez: “Yo no soy grande como escritor, pero es grande la causa que inspira mi poesía: la causa de los pobres y de la liberación”. Pero siempre conservó su espiritualidad, como lector apasionado de san Juan de la Cruz, del Maestro Eckhart y entre los modernos de Teilhard de Chardin, Thomas Merton… También dijo: “La más grande revolución es poner en práctica el Evangelio”. Sobre lo que pasó con Juan Pablo II, el escritor nicaragüense Sergio Ramírez en aquel entonces vicepresidente de la república y ahora enemigo declarado de Ortega, afirmó que los religiosos que trabajaron para la revolución nunca plantearon una Iglesia paralela ni tuvieron enfrentamientos con ella. El mismo Ernesto Cardenal escribió lo siguiente sobre lo que sucedió el 4 de marzo de 1983.
LO QUE PASÓ CON JUAN PABLO II
“Entre las primeras cosas del Papa cuando pisó suelo nicaragüense en el aeropuerto, fue la humillación pública que me hizo frente a todas las cámaras de televisión. No me tomó de sorpresa; estaba preparado para ello ya que el Nuncio me había advertido que podía pasar. Éramos dos los sacerdotes en aquel tiempo en el gobierno: yo y Miguel D´Escoto, canciller, que estaba en Nueva Delhi. Como miembro del gabinete debía estar presente en la recepción. No tenía ningún interés de estar allí, pero como todo el gabinete tuve que estar. El cardenal Silvestrini de la Secretaría de Estado había estado aquí una semana antes y había negociado que el Papa pasara saludando de lejos a los ministros para no tener que encontrarse conmigo. Pero el Papa lo dispuso de otro modo. Flanqueado por Ortega y el cardenal Casaroli fue dando la mano a los ministros y cuando se acercó a mí, me quité reverentemente la boina y doblé una rodilla para besarle el anillo. No permitió que se lo besara y blandiendo el dedo como si fuera un bastón me dijo en tono de reproche: “Usted debe regularizar su situación con la Iglesia”. Como no contesté nada, volvió a repetirme la brusca admonición, mientras me enfocaban todas las cámaras del mundo. Me parece que todo esto fue bien premeditado por el Papa que no concebía que sacerdotes católicos participaran en una revolución para él “marxista”. Repitió varias veces que Nicaragua era “una segunda Polonia”. En realidad era injusta la reprimenda del Papa, porque yo tenía regularizada mi situación con la Iglesia. Los sacerdotes con cargos en el gobierno los teníamos con autorización pública de los obispos; recién después el Vaticano nos prohibió tener esos cargos. El mismo cardenal Casaroli, secretario de estado, un año antes en el Vaticano me había dicho que en el caso de Nicaragua se podía hacer una excepción para con los sacerdotes. Lo más importante fue que, con transportes gratuitos en todo el país y un día feriado, pudimos reunir para la misa papal a 700 mil personas: una cuarta parte de la población”. Hasta aquí el relato de Cardenal. Es sabido que, con respecto a América Latina que él desconocía, influyeron sobre Juan Pablo II los círculos conservadores de la curia vaticana y además lo informes secretos de Estados Unidos, que así como lo ponían al día de lo que sucedía en Polonia también lo advertían de la infiltración marxista en América Latina a través de la teología de la liberación. El Papa se convenció de que el gran peligro en el continente era el marxismo, cuando en realidad lo ha sido siempre el capitalismo salvaje provocando desigualdad y miseria en todas partes. Su actitud es por otra parte comprensible cuando muchísimos obispos de América Latina estaban convencidos de lo mismo y bastaba comprometerse con los pobres para ser tildados de “idiotas útiles” del comunismo.
Primo Corbelli
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