María Bedrossian
La canonización de Romero, el éxodo humano de Centroamérica, la elección de Bolsonaro como presidente de Brasil son algunos de los signos de los Tiempos que dan cuenta una época intempestiva y vertiginosa. Sometidos a tantos discursos, es relativamente sencillo que los medios de comunicación nos lleven y nos traigan a su antojo. En esta marea de relatos corremos alto riesgo si nuestro juicio crítico es débil. En este sentido, Umbrales propone algunas direcciones para fortalecer el pensamiento robusto y sobre todo, para iluminarnos en el camino de la entrega profunda y sincera.
Cantares de la entera libertad
El obispo emérito más conocido de Brasil, Pedro Casaldáliga, tiene hoy 90 años. Aunque nació en España, el claretiano llegó como misionero en 1968 a las tierras de São Felix do Araguaia, un municipio de poco más de 10.500 habitantes al que solo se llega tras 16 horas de carretera de tierra desde el aeropuerto más cercano ubicado en la capital del Estado de Mato Grosso. Allí, en una humilde morada, sigue viviendo uno de los religiosos que más en serio se ha tomado el Evangelio.
Primer obispo de San Felix de Araguaia (clic sobre la imagen para ver la película sobre su vida)
En 1971, Pablo VI lo nombró primer Obispo de esa región del Amazonas con una geografía en la que la naturaleza había creado un paraíso de increíble belleza. Sin embargo, paradójicamente, en ese preciso lugar algunos hombres habían dado origen al mismísimo infierno a miles y miles de campesinos e indios sin tierra para cultivar, sin dinero, sin formación, sin condiciones sanitarias, sin justicia y sin nadie que los defendiera frente a los grandes terratenientes y poderosos del lugar. Contemplando esta sangrante realidad, Pedro Casaldáliga descubrió que era preciso ponerse manos a la obra. Así que se dedicó a escribir, criticar, denunciar, y también a formar un grupo de personas que le ayudaran a mejorar las condiciones de vida de los campesinos y de los indígenas de la región. Su opción y compromiso por los pobres y desfavorecidos le llevó a vivir en la más absoluta pobreza, igual que la mayoría de la población de sao Félix. Quiso vivir tal como ellos, y ser uno más. Se relacionaba con la gente y se vestía de una manera que pocos podrían imaginarse que se trataba de un obispo al que tenían enfrente. Tres años después de su llegada, ya lo conocían quienes muchas veces quisieron asesinarlo. En ese tiempo había cometido un pecado imperdonable: había dado la espalda a los terratenientes y denunciado la esclavitud y las prácticas feudales que se usaban. “Soy incapaz -reconoce- de presenciar un sufrimiento sin reaccionar”. Pronto se convertiría en un personaje muy popular. El nombramiento episcopal le ha salvado la vida en más de una ocasión. El propio Casaldáliga así lo reconoce cuando afirma que, de haber sido un simple sacerdote cuando denunció las prácticas esclavistas “me habrían expulsado o me habrían matado”. Años después salvó la vida porque el asesino a sueldo no imaginó que el obispo pudiera vestir un pantalón, una camisa y unas alpargatas. Se equivocó de persona y mató, por error, al jesuita Joao Bosco que acompañaba a Casaldáliga, e iba mejor vestido. Hasta cinco procesos de expulsión le trajo el régimen militar brasileño. Salió bien parado gracias a la intervención de Pablo VI: “Quien toque a Pedro, encontrará a Pablo”, diría el Papa. No obstante, el temor a que no le dejaran regresar a Brasil hizo que ni siquiera viajara a España a la muerte de su madre, en 1983.
Desde el primer día, Casaldáliga quiso ser un obispo diferente. Decidió no utilizar mitra, ni báculo. El anillo episcopal que lleva es el que le regalaron los indios tapirapés. En una entrevista que le hicieron hace poco, decía que: “Ante la injusticia del latifundio, las masacres de los indios y de los campesinos, la inercia de los gobernantes, yo me sentía acorralado por la impotencia, por el miedo a caer en la depresión. Lo otro, el perder la vida violentamente, no me daba miedo. Éramos idealistas, puros, habíamos asumido una causa que creíamos justa y no nos importaba morir asesinados. De verdad, lo que nos daba miedo a mí y a mis compañeros, dos de ellos mártires, era la impotencia. Siempre tuve conciencia de que mis causas valían más que mi vida. Las causas humanas son las de Jesús, y , por tanto las mías. ¿Qué otra cosa puede Dios soñar para la raza humana?”
Sensibilidad revolucionaria y profética: la pobreza como camino hacia la libertad
En otra parte de dicha entrevista explica que asumir la opción por los pobres no fue un problema para él, ya que siempre “se me ha quebrado el corazón viendo la pobreza de cerca. No, no me ha costado mi vida de pobreza. Yo me siento mal en un ambiente burgués. Siempre me pregunté que si puedo vivir con tres camisas por qué voy a necesitar tener diez en el armario. Los pobres de mi prelatura viven con dos, de quita y pon. Además creo la libertad está muy unida a la pobreza. No se es verdaderamente libre con mucha riqueza. Siendo pobre me siento más libre de todo y para todo. Mi lema fue: ser libre para ser pobre y ser pobre para poder ser libre. Si no el corazón queda atenazado. Lo terrible es toda esa gran humanidad a la que la injusticia condena a ser pobre. Contra esa injusticia he combatido toda mi vida, pero, para ser creíble en mi lucha y en mi causa, sentí que tenía que ser pobre. Muchos me dicen que por qué ami edad sigo viajando en autobuses, a veces días enteros, sin tomar el avión. Pues por eso, porque mis pobres, a quienes predico el Evangelio de Jesús, no pueden pagarse el avión. Yo viajo feliz con ellos y como ellos”.
En 1971 fue nombrado primer obispo de la diócesis e inmediatamente convirtió su casa, pequeña, rural y pobre, en sede religiosa. Fue en estas cuatro paredes donde Casaldáliga empezó a dar muestras de su auténtica adhesión a las enseñanzas de Jesús. La Misa era para los vecinos en el huerto de su casa, entre las gallinas, y por las noches, dejaba su puerta principal abierta por si alguien sin hogar necesitaba usar el catre que siempre estaba disponible. Iba en vaqueros y sandalias y tenía dos mudas de cada prenda. Cuando tenía que reunirse con el Episcopado en Brasilia, iba en autobús, en un viaje de tres días, porque era el medio de transporte de su gente. Su lema era innegociable: “No poseer nada, no llevar nada, no pedir nada, no callar nada y, de paso, no matar nada”.
Misión ungida de Evangelio y sangre del pueblo
Años después recordaría cómo al principio, en su diócesis “faltaba todo: en sanidad, educación, administración y justicia; faltaba, sobre todo, en el pueblo la conciencia de los propios derechos y el coraje y la posibilidad de reclamar”. Decidió que ese era el camino a seguir. Construyó escuelas, dispensarios y se puso de lado de los campesinos sin tierra. Fue acusado repetidas veces de interesarse demasiado por los problemas “materiales” de los pobres. Él contestaba que no concebía “la dicotomía entre evangelización y promoción humana”.
Estas ideas progresistas le ganaron un seguimiento de culto en las calles pero también rechazo por parte de varias instituciones. Se posicionó a favor de los indígenas del Amazonas, que para los interesados en enriquecerse eran los más fáciles de echar de cada territorio: se alió con los tapirapés y los carajás, entre otros, y esto, obviamente, le enfrentó a los latifundistas y a las multinacionales y la dictadura militar. Vio cómo sicarios mataban a sus compañeros -la conclusión habitual a los conflictos en esta zona-, y él mismo tuvo que esconderse varias veces por las amenazas de muerte que recibía de continuo. Rechazó tener escolta: “La aceptaré cuando se la ofrezcan también a todos los campesinos de mi diócesis amenazados de muerte como yo”, dijo.
El Vaticano lo convocó en algunas ocasiones a dar explicaciones sobre su gestión, pero la respuesta de Casaldáliga fue invariable y coherente. El seguimiento de Jesús exige una radicalidad que no requiere muchos discursos.
A los dos años de encontrarse en Brasil, Pedro firmó el informe-denuncia(secuestrado por la policía) que recogía en letanía trágica «los casos en carne viva de peones engañados, controlados a pistola, golpeados o heridos o muertos, cercados en la floresta, en pleno desamparo de la ley, sin derecho alguno, sin humana salida. Hasta el nuncio me pidió que no lo publicase en el extranjero y uno de los mayores terratenientes me advirtió de que no debía meterme en esos asuntos».
No es habitual que un obispo no visite Roma, cuando tiene obligación de hacerlo cada cinco años y que alce su voz para corregir al Papa y denunciar los pecados del sistema eclesiástico: «A Juan Pablo II, escribe, al requerirme para que lo visitara, le hablé con mucho cariño, pero con mucha libertad».
Poesía, profecía y compromiso
Tenía encantamiento y credibilidad entre los más jóvenes por su apertura, su compromiso con la justicia, su sensibilidad poética y su capacidad de dialogar con los problemas de la cultura moderna.
Un día, al regreso de unos Cursillos de Cristiandad dados en Guinea, Pedro escribió: «Siento furiosa la realidad y la llamada del Tercer Mundo. Traigo para siempre en mi corazón, confusamente, como un feto, África, el Tercer Mundo, y esa nueva Iglesia -la Iglesia de los pobres- que diríamos luego a partir del Concilio».
Sobre la teología de la liberación escribe: «Sólo a los enemigos del pueblo no les gusta la teología de la liberación. ¡Celebrarían tanto que los cristianos pensasen sólo en el cielo… despreciando la tierra!».
Pedro no es neutral y considera idolatría ser persona cristiana y flirtear con el dios del neoliberalismo. “Yo me rebelo contra los tres mandamientos del neocapitalismo, que son: votar, callar y ver la televisión”.
Un obispo así iba a sentir prioritario el problema de la tierra: «¡Malditas sean todas las cercas! ¡Malditas todas las propiedades privadas que nos privan de vivir y de amar! ¡Malditas sean todas las leyes, amañadas por unas pocas manos para amparar cercas y bueyes y hacer la Tierra esclava y esclavos los humanos! ¡Otra es la tierra, hombres, todos! ¡La humana tierra libre, hermanos!».
Y siguieron las advertencias, las amenazas y las persecuciones. La mirada de este poeta-profeta desvela que la realidad de opresores y oprimidos la hemos creado nosotros, no Dios: «El Dios de los señores no es igual al Dios de los pobres. En todos hay un político: reaccionario, reformista o transformador». Casaldáliga no es neutral: «Yo siempre he sido de izquierdas. Y he pasado a las opciones del socialismo. Qué socialismo, no lo sé a punto fijo, como no sé a punto fijo qué Iglesia será mañana la que hoy pretendemos construir por más que sé que la queremos cada vez más cristiana».
Pedro lee el evangelio desde las víctimas que atestiguan la maldad del rodillo neoliberal: «Creo que el capitalismo es intrínsecamente malo: porque es el egoísmo socialmente institucionalizado, la idolatría pública del lucro, el reconocimiento oficial de la explotación del hombre, la esclavitud de muchos al yugo del interés y la prosperidad de los pocos. Una cosa he entendido claramente con la vida: las derechas son reaccionarias por naturaleza, fanáticamente inmovilistas cuando se trata de salvaguardar el propio tajo, solidariamente interesadas en aquel orden que es el bien… de la minoría de siempre». Su arma será la educación y la cultura para combatir el neoliberalismo inhumano y deshumanizador: «Se nos está queriendo imponer una cultura única. Una macrocultura, que nos la pasan por televisión, nos la pasan en la cama. Y yo digo que una macrocultura acaba siendo más asesina que muchas armas. Culturas impuestas, no sólo matan a los cuerpos, matan las almas, explosionan la salud de los pueblos». Y esta corriente de pensamiento y sensibilidad se traducirá en la expresión lírica de sencillos, intuitivos y evangélicos versos, que a modo de poesía insurgente, nos seducen y al mismo tiempo nos desasosiegan…
San Romero de América, Pastor y Mártir Nuestro
El ángel del Señor anunció en la víspera…
El corazón de El Salvador marcaba
24 de marzo y de agonía.
Tú ofrecías el Pan,
el Cuerpo Vivo
-el triturado cuerpo de tu Pueblo;
Su derramada Sangre victoriosa
-¡la sangre campesina de tu Pueblo en masacre
que ha de teñir en vinos de alegría la aurora conjurada!
El ángel del Señor anunció en la víspera,
y el Verbo se hizo muerte, otra vez, en tu muerte;
como se hace muerte, cada día, en la carne desnuda de tu Pueblo.
¡Y se hizo vida nueva
en nuestra vieja Iglesia!
Estamos otra vez en pie de testimonio,
¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!
Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra.
Romero en flor morada de la esperanza incólume de todo el Continente.
Romero de la Pascua latinoamericana.
Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.
Como Jesús, por orden del Imperio.
¡Pobre pastor glorioso,
abandonado
por tus propios hermanos de báculo y de Mesa…!
(Las curias no podían entenderte:
ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).
Tu pobrería sí te acompañaba,
en desespero fiel,
pasto y rebaño, a un tiempo, de tu misión profética.
El Pueblo te hizo santo.
La hora de tu Pueblo te consagró en el kairós.
Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio.
Como un hermano herido por tanta muerte hermana,
tú sabías llorar, solo, en el Huerto.
Sabías tener miedo, como un hombre en combate.
¡Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de campana!
Y supiste beber el doble cáliz del Altar y del Pueblo,
con una sola mano consagrada al servicio.
América Latina ya te ha puesto en su gloria de Bernini
en la espuma-aureola de sus mares,
en el retablo antiguo de los Andes alertos,
en el dosel airado de todas sus florestas,
en la canción de todos sus caminos,
en el calvario nuevo de todas sus prisiones,
de todas sus trincheras,
de todos sus altares…
¡En el ara segura del corazón insomne de sus hijos!
San Romero de América, pastor y mártir nuestro:
¡nadie hará callar tu última homilía!
Carta Abierta a Nuestros Mártires
Os escribo a todos vosotros y vosotras que habéis dado la vida por la Vida, a lo largo y ancho de Nuestra América, en las calles y en las montañas, en los talleres y en los campos, en las escuelas y en las iglesias, bajo la noche o a la luz del sol.
Por vosotros y vosotras, sobre todo, Nuestra América es el Continente de la muerte con esperanza.
Os escribo en nombre de todos nuestros Pueblos y de nuestras Iglesias que os deben el coraje de vivir, defendiendo su identidad, y la terca voluntad de seguir anunciando el Reino, contra el viento y la marea del antirreino neoliberal y a pesar de las corrupciones de nuestros gobiernos o de las involuciones de nuestras jerarquías o de todas nuestras propias claudicaciones. Creemos que mientras haya martirio habrá credibilidad, mientras haya martirio habrá esperanza.
Vosotros, vosotras, lavasteis las vestiduras de vuestros compromisos en la sangre del Cordero. Y vuestra sangre en Su sangre sigue lavando también nuestros sueños, nuestras fragilidades y nuestros fracasos. Mientras haya martirio habrá conversión, mientras haya martirio habrá eficacia. El grano de maíz muriendo se multiplica.
Os escribo contra la prohibición de los poderes de las dictaduras -militares, políticas o económicas-, y contra la cobardía olvidadiza de nuestras propias Iglesias. Bien que ellos y ellas quisieran imponernos una amnistía que fuera amnesia y una reconciliación que sería claudicación. Inútilmente. Sabéis perdonar, pero queréis vivir.
No permitiremos que se apague el grito supremo de vuestro amor, no dejaremos que sea infecunda vuestra sangre.
Tampoco nos contentaremos, superficiales o irresponsables, con exponer vuestros pósters y cantaros en una romería o lloraros en una dramatización. Asumiremos vuestras vidas y vuestras muertes asumiendo vuestras Causas.
Esas Causas concretas por las que vosotros y vosotras habéis dado la vida y la muerte.
Esas Causas, tan divinas y tan humanas, que desglosan en coyuntura histórica y en caridad eficaz la Causa mayor del Reino, por la que dio la vida y la muerte y por la cual resucitó el Primogénito de entre los muertos, Jesús de Nazaret, el Crucificado-Resucitado para siempre.
Os recordamos uno a uno, una a una, y no decimos ahora ninguno de vuestros claros nombres, para deciros a todos y todas en un solo golpe de voz, de amor y de compromiso: ¡nuestros mártires! Mujeres, hombres, niños, ancianos, indígenas, campesinos, obreros, estudiantes, madres de familia, abogados, maestras, militantes y agentes de pastoral, artistas y comunicadores, pastores, sacerdotes, catequistas, obispos…
Nombres conocidos y ya incorporados a nuestro martirologio o nombres anónimos pero grabados en el santoral de Dios.
Nos sentimos herencia vuestra, Pueblo testigo, Iglesia martirial, diáconos en marcha por esa larga noche pascual del Continente, tan tenebrosa todavía, pero tan invenciblemente victoriosa.
No cederemos, no nos venderemos, no renunciaremos a ese paradigma mayor de vuestras vidas que fue el paradigma del propio Jesús y que es el sueño del Dios Vivo para todos sus hijos e hijas
de todos los tiempos y de todos los pueblos, en todos los mundos, hacia el Mundo único y pluralmente fraterno: el Reino, el Reino, ¡su Reino!.Con san Romero de América y con todos vosotros y vosotras, y unidos a la voz y al compromiso común de todos los hermanos y hermanas de solidaridad que nos acompañan, nos declaramos “alegres de correr como Jesús (como vosotros y vosotras) los mismos riesgos, por identificarnos con las Causas de los desposeídos”.
En este mundo prostituido por el mercado total y por el bienestar egoísta, os lo juramos con humildad y decisión: ¡Lejos de nosotros gloriarnos a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo y en vuestras cruces hermanas de la suya!
Con Él y con vosotros y vosotras seguiremos cantando la Liberación. Por Él y por vosotros y vosotras sabremos jubilosamente que nos toca resucitar “aunque nos cueste la vida”.
Pedro Casaldáliga nunca volvió a España. Renunció al Premio Príncipe de Asturias y tampoco fue al funeral de su madre: “No quiero dar lecciones, pero mi opción personal fue radical. Yo he quemado las naves al llegar. Los emigrantes más pobres no pueden volver cuando quieren a su patria. Y yo quiero quedarme en esta América Latina que tanto amo y tanto me ha amado”.
Maravilloso y muy interperlante para uno, la vida de don Pedro Casadáliga.
Señor, que seamos dóciles a tu llamado
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Qué decir? Maravillosa obra de Dios. Salú dom Pedro!
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