A la espera de un nuevo Informe de la FAO, el último disponible, de hace apenas un año, muestra que el hambre en el mundo se ha disparado a 815 millones de personas, la mayoría de ellos niños y niñas. Las causas de tal aumento son varias, pero sobre todo se menciona el papel de algunos conflictos armados y del cambio climático. Lo que más impacta es que se trata del primer Informe luego de aprobarse la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Si de algo podemos estar seguros es que no hay desarrollo posible con gente hambrienta. A 70 años de la Declaración de los Derechos Humanos, y muy a pesar de los avances científicos y tecnológicos, la violación al derecho a la alimentación es una verdadera bofetada para las generaciones actuales, que aún produciendo mucho más que antes, continúan dejando fuera del banquete a los que más necesitan.
Para todas las personas, más allá de credos e ideologías, el tema de la hambruna es muy sensible. Para los cristianos, adquiere un significado especial: en aquel pasaje del Padre Nuestro –quizás el más “terrenal”- Jesús nos invita a pedirle al Padre “nuestro pan de cada día” (Mateo 6:11). El plural es significativo: todos –y no algunos- debemos saciar nuestras necesidades más primarias. No es “dame”, sino “danos”. No es “mi pan” sino “nuestro pan”.
A partir de esa matriz comunitaria las consecuencias para el análisis son evidentes. Recurriendo a un documento de la Iglesia de hace algunos años, podemos decir que el hambre en el mundo supone un “reto para todos: la construcción de un desarrollo solidario”.
Efectivamente, “El hambre en el mundo. Un desafío para todos: el desarrollo solidario”, es un documento de mucha actualidad. Elaborado en 1996 por el Pontificio Consejo «Cor Unum » por indicación de Juan Pablo II en el marco del Jubileo del 2000, establece líneas de reflexión que tienen exacta aplicación para lo que sucede hoy en día. Por ejemplo, el llamado a abordar el campo de la economía y la política en orden a la dimensión trascendente de la persona, el reconocer que la principal fuente del hambre es la pobreza, o poner énfasis en el papel que le cabe a las políticas económicas y a las estructuras económicas injustas. En este punto, el Documento señalaba el triste papel que cumplen los reajustes estructurales, algo que en este momento está impactando seriamente a algunos países hermanos.
También dedica todo un capítulo a la economía solidaria, destacando el papel de iniciativas locales, cooperativas y comunitarias en la lucha contra la pobreza, actuando especialmente en el campo del acceso al crédito, de la seguridad alimentaria, de la producción sustentable e incluso de la reforma agraria.
En definitiva, la situación en el mundo nos obliga como cristianos a seguir orando para que todos gocemos del pan nuestro de cada día y al mismo tiempo seguir actuando para que el principio del destino universal de los bienes tenga resultados concretos entre los más necesitados.