(Nunca sin el Otro): PEDRO OPEKA: el albañil de Dios


Después de unos 45 años de estadía y trabajo en Madagascar (África), el p. Pedro Opeka volvió recientemente a su país, Argentina, cuando su figura ya es conocida internacionalmente y ha sido propuesto para el Premio Nobel de la Paz.

Pedro Opeka es un misionero Vicentino nacido en el Gran Buenos Aires (en San Martín) de una familia eslovena de inmigrantes que habían tenido que dejar su país en 1948 huyendo del régimen del general Tito. El padre era albañil y les enseñó su oficio a los hijos. La madre crió ocho criaturas. No conocían el idioma y la vida era dura. Pedro se sintió atraído por la figura de San Vicente de Paul, el apóstol de los pobres, y entró en su Congregación. San Vicente en el año 1648 había enviado a sus primeros misioneros a una isla de África en el sur del continente: Madagascar. En aquel entonces les llevaba a los misioneros un año para llegar y casi todos morían de malaria o paludismo. Pedro pidió también hacer una experiencia misionera en Madagascar y allí estuvo dos años en las misiones lazaristas trabajando como albañil, construyendo capillas y dispensarios. De vuelta, terminados los estudios, en julio de 1975 es consagrado sacerdote en la basílica de Luján. El año siguiente, a los treinta años, ya está navegando por Madagascar. Escribió: “No quería encerrarme en las estructuras de la Iglesia. La Iglesia institucional da a menudo la impresión de tener miedo a abrir las puertas. Habla mucho de los pobres, pero no siempre se mezcla con ellos. Parecería que en general la Iglesia tenga miedo de olvidar a Dios cuando se entrega demasiado a los más humildes; y esto es absurdo para quien se dedica a evangelizar”. Lo que determinó finalmente su vocación fue el descubrimiento fuera de la capital de Madagascar, de un inmenso basural de 20 hectáreas donde la policía descargaba hombres y chicos de la calle que vivían de los restos de la comida recogida en la basura y dormían en ranchos rudimentarios dentro de una atmósfera irrespirable y maloliente. Unos mil niños peleaban por la comida con perros y chanchos en medio del vertedero. El 80% de las adolescentes estaban embarazadas antes de los 16-17 años. Los mayores nunca iban al hospital, ni las mujeres embarazadas, porque se sentían sucios y sin ropa decente. A Pedro sus amigos le decían: “No pierdas el tiempo; son gente irrecuperable”. Y él reaccionaba: “Son seres humanos igual que yo; son mis hermanos en Cristo”.

 

LA CIUDAD DE LA ESPERANZA

Pedro fue a hablar con el cardenal, que le dio su apoyo. Logró obtener del gobierno un terreno fiscal y lo ofreció a quien quería dirigirse allí para cultivar la tierra; se les daba instrumentos de trabajo, semillas y ayuda. Fueron 60 las familias que empezaron la obra y en un año construyeron decenas de casas de madera y ladrillos y un dispensario. Al mismo tiempo p. Pedro se movilizó para organizar una asociación de voluntarios y colaboradores locales que llamó “Akarmasoa” (=los buenos amigos). De a poco a lo largo de los años se fue constituyendo, también con la ayuda del gobierno, una ciudad que ahora tiene 25 mil residentes, llamada “Manantenasoa” (=esperanza). Hay escuelas primarias, secundarias, liceo, guarderías, dispensarios, un pequeño hospital con dos maternidades. Son diez mil los chicos escolarizados. Todos los adultos trabajan, los varones en el campo , construyendo casas y fabricando ladrillos en la cantera, las mujeres en los comedores, talleres de costura y dispensarios. Todos viven con lo que ellos mismos producen. El p. Pedro, con su fe a toda prueba y su ejemplo de albañil experimentado, luchó desde un comienzo para sacar a la gente de la postración y la pasividad para que fueran artífices de su propia rehabilitación. Escribe: “Ayudar a los pobres no es asistencialismo, no es sentirse apreciados por lo que se hace para ellos. Esa no es verdadera ayuda. Antes que nada Cristo dice que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda. Y cuando das, es porque tienes que dar y compartir; es un deber de justicia. A los pobres hay que ayudarlos dándoles trabajo; el asistencialismo solo crea dependencia”. La caridad cristiana hoy debe garantizar los derechos de todos con políticas sociales activas que generen empleo digno y con las protecciones laborales necesarias. Para Opeka “el pobre no es un vago. Hace falta ayudarlo a que se reencuentre con su dignidad; y eso no se consigue por decreto. La base de todo está en la educación”. Efectivamente, facilitandoles los medios, la gente construyó sus propias casas y miles de personas trabajan ahora en emprendimientos que ellos mismos ponen en marcha; medio millón de personas recibió ayuda en los centros de acogida. Se han sacado a miles de niños y jóvenes de la calle a través de la escuela y del fútbol ya que el p. Pedro es futbolista desde su juventud.

EL CURA FUTBOLISTA

Opeka se había ejercitado en el fútbol desde chico en los potreros del Gran Buenos Aires. Fue a través del fútbol que conoció a Gilbert Mitterand, otro futbolista, hijo del ex presidente francés Mitterand; de allí surgió su amistad con Danielle Mitterrand, la madre de Gilbert que lo ayudó económicamente, lo visitó en Madagascar y dejó de él un cariñoso recuerdo. Opeka recibió la Legión de Honor de Francia , premios en distintos países y varias veces fu postulado para el Premio Nobel de la Paz. Toda su obra se basa en un lema de pocas palabras: “Junto con el amor, el respeto y la oración (sus Misas son multitudinarias), mi propuesta se basa en la educación , la cultura del trabajo y la disciplina comunitaria”. Opeka recibe aportes privados, pero no de instituciones internacionales que condicionan su ayuda. Y aclara el sentido de sus viajes: “Yo voy hasta el fin del mundo para exigir justicia. No pido ni mendigo. Solo hablo a favor de un pueblo que quiere vivir de pie, con coraje y con el sudor de su frente”. Opeka acaba de visitar al Papa Francisco que le prometió ir a Madagascar para el año que viene. Son dos viejos conocidos desde los tiempos de Buenos Aires y el Papa le preguntó para el futuro de su obra. Opeka contestó que no tiene uno sino 500 colaboradores en los que confía. El misionero aprovechó también para presentar su último libro: “Rebelarse por amor”. Él siempre repite: “No me he hecho cura para ser un funcionario y tener una vida cómoda y tranquila. El llamado de Jesús y de los pobres ha hecho de mi un rebelde frente a la injusticia y a la miseria inhumana”.

Ver nota sobre la presencia del p. Opeka en la embajada de Uruguay en Buenos Aires (presidencia.gub.uy)