La Iglesia se ha pronunciado en innumerables ocasiones sobre la necesidad de cambiar los modelos económicos que generan pobreza, inequidad y desastres ambientales. La rica historia de la Doctrina Social de la Iglesia así como las infinitas propuestas transformadoras llevadas adelante por cristianos a lo largo y ancho del mundo, actuando junto a tantas personas de buena voluntad, son ejemplo en la materia.
Hoy nuestro planeta, como nos lo recuerda Francisco en Laudato Si, se encuentra atravesando momentos críticos: los modelos de desarrollo gestados en el Siglo XX han mostrado sus límites sociales y ambientales. Las Naciones Unidas en tal sentido, ha llamado a realizar un esfuerzo para cambiar la forma en que venimos actuando en la economía, lanzando la propuesta de la Agenda 2030 sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La economía solidaria, esa que Juan Pablo II catalogó como “la gran esperanza para América Latina” puede y debe cumplir un rol protagónico, impulsando una mirada alternativa sobre la manera en que producimos y consumimos.
Por eso desde estas páginas de UMBRALES adherimos a la celebración del Día Internacional de las Cooperativas, en el entendido que los principios y valores del movimiento cooperativo, constituyen una base sólida sobre la cuál es posible gestar experiencias basadas en la participación y gestión democrática, en la ayuda mutua y en la solidaridad.
Como señaló la Declaración Final de la IV Cumbre de Cooperativas de las Américas (Montevideo, 2017) “no es posible mantener las tendencias actuales de crecimiento económico, industrialización, contaminación ambiental, producción de alimentos y agotamiento de los recursos, sin comprometer a las generaciones futuras”. Es necesario por lo tanto, apuntalar aquellas expresiones sociales y económicas que puedan revertir esas tendencias, propias de una economía que mata.
Las cooperativas, actuando en el medio urbano y rural, en la producción y en la distribución, en el campo del ahorro y de la inversión, en la satisfacción de necesidades vitales como la vivienda o el consumo, deben sumar esfuerzos junto a muchas otras prácticas, experiencias e instituciones que siguen propósitos similares dirigidos al bien común. Un fuerte sector asociativo y solidario es entonces condición necesaria para avanzar hacia los Objetivos del Desarrollo Sostenible y de esa manera torcer el rumbo de un mundo en el que va ganando la concentración económica, las injusticias y la exclusión social.
En definitiva, es necesario hoy más que nunca contar con nuevos horizontes más esperanzadores en el plano económico. Como señala Francisco en una entrevista dada a los autores del libro “Papa Francesco. Questa economia uccide” (Tornielli y Galiazzi, 2014), el capitalismo no es irreversible: “no debemos considerar estas cosas como irreversibles, no debemos resignarnos /…/ tratemos de construir una sociedad y una economía en las que el hombre y su bien, y no el dinero, sean el centro”.