(editorial) ÉTICA y POLÍTICA deben ir de la mano

El escándalo de corrupción vinculado al caso Odebrecht sacude a buena parte de la región. La empresa brasilera, hasta hoy la más grande del continente en el rubro de la construcción, no escatimó recursos para sobornar a políticos de diferentes tendencias ideológicas. El pasado 22 de marzo renunció en medio de los escándalos el presidente de Perú, Pedro Pablo Kuczynski. El 4 de Abril, por su lado, el Tribunal Superior de Brasil le negó el Habeas Corpus al acusado y carismático Lula Da Silva, en el marco de un país dividido y sacudido por escándalos que han involucrado a muchos “pesos pesados”, entre los cuáles al actual presidente Michel Temer.

Justamente en Perú y ante el mismísimo Kuczynski, el papa Francisco en el mes de Enero se refirió a la crisis de la política en el continente. Fue enfático al señalar que “la política en América Latina está más enferma que sana” denunciando los casos de coimas y de la corrupción.

Uruguay, mientras tanto, no aparece en la lista de los 12 países afectados por esta maraña. Aún así, el hermano del ex presidente Sanguinetti (“Betingo”) formó parte de la trama a través de su participación en la Banca Privada de Andorra, país en el que actualmente se encuentra en libertad provisional.

Por contrapartida, nuestro país se ha visto sacudido en los últimos meses por otros escándalos, caso del uso indebido de las tarjetas corporativas o de la contratación de familiares de jerarcas en diferentes empresas públicas, ministerios e intendencias. Por el primer caso, el Vicepresidente Raúl Sendic fue conminado a renunciar por parte de su fuerza política. Es de conocimiento público que muchos otros políticos, de los diferentes partidos con responsabilidades de gobierno y desde hace muchos años, cometieron las mismas actitudes inmorales. Los casos de nepotismo también afectan a todos los partidos políticos y han obligado a la Junta de Transparencia a recordar las actuales normas que impiden contratar familiares a quienes desempeñan cargos de alta responsabilidad política.

Todos estos asuntos son muy preocupantes para la salud democrática de nuestros pueblos. Como hemos señalado antes, la corrupción y otros actos inmorales forman parte de todo el sistema político y no solo de algún partido u orientación en concreto. Eso significa que aquí no hay partidos o ideologías ganadoras y perdedoras. Todos pierden. Y especialmente pierde la legitimidad de la noble tarea política entre la masa de ciudadanos, lo que puede llegar a poner en jaque al mismísimo sistema democrático.

Es cierto que ni todos los políticos son corruptos, ni todos han caído en las tentaciones del poder. Aún así, más allá que tenemos muchos testimonios de abnegación, de desprendimiento o incluso de vida sencilla entre los políticos, cada vez menos gente confía en ellos. En conclusión, si no hacemos frente a estos dramas con fuerza y determinación, ganará terreno el irracional grito del “que se vayan todos”.

Hoy más que nunca debemos recordar que la tarea política es de fundamental importancia para la consecución del Bien Común. El acceso al poder – si tal cosa existiera- debería estar motivado para llevar adelante un programa que redunde en beneficios de la comunidad y no para sacar el máximo provecho individual. Para los cristianos en concreto, la política es una de las formas más elevadas de poner en práctica la caridad en los asuntos públicos. Un patrimonio doctrinario que debemos reconocer forma parte de todos los humanismos. Debemos relanzar esta dimensión de la sana política para hacer frente a quienes piensan que “la política es para los vivos”, “la política lo ensucia todo”, o “ética y política son incompatibles”.

Para eso necesitamos nuevos testimonios capaces de entender a la tarea política como verdaderamente “ministerial”, es decir, “servicial”. Asumiendo responsabilidades políticas sin privilegios. Apostando más al diálogo que al permanente choque. Fomentando valores como la transparencia y la vida sencilla. Teniendo como opción preferencial a los más pobres. Nuestra calidad de vida democrática depende de ello.