Nuestra fe cristiana nació en la sociedad patriarcal y machista del tiempo de Jesús y a pesar de sus actitudes cuestionadoras y de que Pablo afirmara en Gálatas 3,28 que en la Iglesia de Cristo no podía haber diferencias entre varones y mujeres, el Cristianismo se fue contaminando por el entorno pagano. Hoy felizmente la sociedad está en favor de la igualdad de la mujer con el varón en sus derechos y en su dignidad y la Iglesia, como en otras cosas, ha de ponerse al día. La participación femenina en el gobierno eclesial es casi nula. La posibilidad del diaconado para las mujeres está encontrando muchas dificultades; y esto a pesar de que no existen objeciones de principio tal como sostienen ilustres biblistas como Jean Galot, Carlos Maria Martini, Gianfranco Ravasi, etc., basándose en la práctica pastoral de la primera Iglesia. Ha habido indiscutibles progresos después del Concilio Vaticano II en la promoción de la mujer, pero aún hoy se discute si la mujer puede o no predicar la Palabra de Dios o dirigir una comunidad cristiana. Al inducir Cristo a un grupo de mujeres a seguirlo, en contraposición con la práctica de los rabinos de aquellos tiempos, evidentemente manifestó su intención de asignar a las mujeres una función en el desarrollo de la Iglesia y las trató por igual que a los discípulos varones. Esa función no sería seguramente tan solo la de ser esposas y madres de familia. Jesús jamás prohibió a las mujeres actividad alguna en su comunidad. Las discriminaciones que se dieron en la historia provinieron de la cultura imperante, no del Evangelio. El movimiento feminista actual, más allá de unas minorías radicalizadas, es hoy un signo de los tiempos que hay que asumir como inspiración de Dios, participando de sus movilizaciones y reivindicaciones a nivel de sociedad. Son evidentes las discriminaciones que sufren las mujeres en los empleos y en los demás ámbitos de la sociedad, la explotación y la irrelevancia social. Es evidente el aumento de la violencia de género. Ésta no tiene más solución que la de suprimir toda desigualdad en cuanto a derechos, respetando las diferencias: ha de haber los mismos derechos económicos para varones y mujeres, la misma dignidad en el trabajo, la misma libertad en la relaciones domésticas, profesionales, sociales y religiosas. En Madrid, el cardenal Carlos Osoro apoyó la huelga feminista del 8 de marzo y se le ocurrió decir: “Participaría también la Virgen”. Es evidente la necesidad de un cambio de cultura y de un sistema económico que deshumaniza y crea brechas profundas entre los seres humanos.