(cultura) Compromiso con la Promoción Humana

  A lo largo de este año Umbrales ha querido contribuir a una honda reflexión sobre el hecho educativo en nuestro continente, presentando un ciclo de pensamiento pedagógico latinoamericano que pretendió, en cada una de sus páginas, dar a conocer perfiles de educadores contemporáneos que han realizado transformaciones profundas, sostenibles, de carácter dinámico y permanente. El punto de partida fue mostrar parte del trabajo de quienes creen en una pedagogía que acompaña nuevos modelos de vida en una genuina inclusión en oportunidades.

Hemos transitado por las biografías, pero sobre todo por las ideas, de Gabriela Mistral, Paulo Freire y Julio Castro, entre otros ejemplos históricos y paradigmáticos de una propuesta liberadora. Hasta hace poco escribíamos sobre la construcción de saberes desde la mirada sociológica y filosófica de Boaventura de Souza Santos y de Zygmunt Bauman. Nuestro número anterior publicó una entrevista a Carmen Albana Sanz, maestra uruguaya premiada en España, con quien conversábamos sobre la relevancia de la educación emocional y de la formación docente en zonas deprivadas culturalmente. Relacionado a este tema, también hemos dialogado sobre la felicidad en los ambientes liceales con la profesora Mariana Albistur, verdadera referente de diversas propuestas educativas que se desarrollan en la zona de Casavalle. El testimonio de quienes viven auténticamente su vocación ha nutrido las páginas de esta revista que siempre quiere reconocer a personas comprometidas en la promoción humana. Por otra parte, también quisimos dar lugar a los ejes propuestos por el reciente Congreso Nacional de Educación, ya que entendemos que cualquier instancia de encuentro y debate es fundamental para toda agenda ciudadana en el ejercicio de sus derechos.

Es evidente que el análisis sobre la institucionalidad educativa requiere un abordaje multidisciplinario, dada la alta complejidad de su estructura y funcionamiento. Su masividad, distribución y diseño condicionan no solo las culturas organizacionales de los centros sino hasta su propia función de formar sujetos sociales. No obstante, es importante focalizar en su enorme potencial para generar saberes, para crecer en relación, para construir proyectos de ciudadanía y cultura, para tejer vínculos entre investigación y aprendizaje y vida. Si bien los objetivos y las metas de las políticas educativas van cambiando a lo largo del tiempo, actualmente en nuestro país las escuelas y los liceos se caracterizan por una gran segmentación y desintegración social. La pobreza y la violencia alcanzan los centros escolares, especialmente a los públicos, y simultáneamente las estructuras familiares y las nuevas modalidades de vida repercuten sobre una infancia y una adolescencia que parece contar con poco y nada de contención adulta. El impacto de la globalización y el desarrollo tecnológico modifica las formas de comunicarse y generar conocimiento, y, por ende, las nuevas generaciones acceden a infinitas posibilidades de interactuar con el mundo. Esta realidad, sin duda, repercute también en los docentes, quienes parecen estar situados en metodologías y prácticas pedagógicas arcaicas, lo cual, en un escenario de prolongada crisis educativa ha tenido y tiene notorias consecuencias. Son muchas las voces técnicas autorizadas que plantean que el fragmentado paradigma educativo actual debe cambiarse casi radicalmente por uno que logre procesos y resultados concretos. La elevada centralización y verticalidad del sistema, que en su momento contribuyeron al éxito de los sistemas educativos, no facilita la necesaria flexibilidad que demanda la diversidad de estudiantes y contextos, ni el desarrollo de capacidades para trabajar en estas nuevas realidades. Concomitantemente, se distribuyen con gran inequidad las capacidades de docentes y de directores. Quienes cuentan con mayor grado en la carrera profesional optan por los centros educativos mejor posicionados socioeconómicamente, mientras quienes recién egresan o no tienen formación docente acceden a los centros educativos con mayor grado de vulnerabilidad social. Es así que muchas escuelas y liceos públicos se han convertido en lugares de elevada complejidad para convivir y para desarrollar la tarea educativa.

Urge implementar un fuerte apoyo a los docentes, ya desde sus etapas de formación, así como también instrumentar sistemas de monitoreo y evaluación de logros eficaces y eficientes, rediseñar curriculas adecuadas a las necesidades de las nuevas generaciones. El siglo XXI requiere centros que avancen hacia organizaciones que aprendan y que sean capaces de responder a las demandas de su entorno, de instituciones que sean habilitantes del desarrollo profesional y de capacidades de autoevaluación, de gobernabilidad, de regulación interna. Es indispensable generar firmes dispositivos que aseguren la permanencia y los tiempos para la tarea compartida de enseñar, de planificar, de autoevaluar, de interactuar con las familias y la comunidad. No cabe dudas que ello prescribe una intervención estatal que promueva procesos de formación y autonomía, es decir que estimule el desarrollo de capacidades para actuar, gestionar y hacer sustentable su autonomía. El acompañamiento y la discusión pedagógica entre los actores de un centro, y la interacción entre diferentes redes, es vital para enriquecer estos procesos. El desarrollo profesional, a su vez, está en estrecha relación con una carrera que la favorezca.

Dicho esto, reafirmamos que un nuevo modelo de centro educativo debe estar cimentado en una formación integral orientada a valores y a la cooperación. No alcanzan las políticas ni los mecanismos de mejoramiento de la calidad si no aseguramos la libertad religiosa, la relevancia del rol de la familia, la presencia de perfiles de educadores inspirados y con vocación, así como también el compromiso de la comunidad. Es necesario aportar planteamientos que nacen desde nuestra identidad y de la promoción de una cultura para la solidaridad en clave de justicia, equidad y paz. Llegar al corazón, la mente y el alma de nuestros niños y jóvenes es condición principal para formar ciudadanos al servicio del país y su crecimiento, sin olvidar que la meta prioritaria de cualquier hecho educativo es favorecer el desarrollo pleno de la persona y su búsqueda de la verdad. Esperemos que el próximo año siga generando espacios de diálogo en todos los ámbitos, seculares y religiosos, para pensar y actuar haciendo foco en el ser humano, trabajando con fundamento, convicción y apertura al cambio.

María Bedrossian