A los dos años de LAUDATO SII
y a los 50 de POPULORUM PROGRESSIO
Es notorio cómo los acontecimientos son hoy más veloces que en el pasado gracias a una aluvión de informaciones y situaciones cambiantes. En su momento, hace dos años, “Laudato sii”, la encíclica del papa Francisco del 24 de mayo 20015, fue un acontecimiento que dio la vuelta al mundo. A los dos años, parecería haber ya pasado en el olvido. Parecería que esta primera y, por ahora, única encíclica de Papa Francisco haya sido más apreciada y utilizada fuera de la Iglesia que en la Iglesia. Algo parecido había sucedido con la “Populorum progressio” de Pablo VI hace 50 años.
Hay que reconocer que muchos católicos, en todos los niveles, siguen extrañándose de que los Papas, y en particular el Papa actual, hable de ciertos temas colindantes con la política y con tanta frecuencia; y se ponga además al frente de movimientos populares y reclamaciones sociales. Se piensa que sean temas que no tienen nada que ver con su ministerio pastoral o que sean por los menos muy secundarios. Sería suficiente comparar la cantidad de tiempo, de artículos, de libros y de polémicas que ha habido sobre un tema no central de “Amoris Laetitia”, si dar la comunión a los divorciados vueltos a casar en ciertas ocasiones o no. Esa obsesión doctrinaria ha hecho que se olvidara el excelente documento papal (en particular el capítulo IV), quizás el mejor sobre el tema de la familia y elaborado a lo largo de dos Sínodos, previa una consulta mundial. ¿Y cuál es el apoyo que ha recibido el Papa de estos críticos, no solo por sus esfuerzos ecuménicos sino por su lucha por la paz, en defensa de emigrantes y prófugos, del medio ambiente, de un mundo más justo y solidario? Son temas que tienen que ver con la Doctrina Social de la Iglesia (llámese Enseñanza Social, Moral Social, Pensamiento Social) que a su vez se fundamenta en el mensaje del Evangelio y es parte esencial de la evangelización como lo han dicho repetidamente Papas y Sínodos. El hambre creciente en el mundo, el planeta en estado de depredación, el abismo cada vez más profundo entre países ricos y pobres, son ciertamente los problemas primordiales y fundamentales de la humanidad y por ende de la Iglesia. No parece serlo para ciertos sectores de la Iglesia que se refugian en el culto y en la práctica religiosa o en la doctrina, reeditando las viejas tensiones entre los profetas del Antiguo Testamento y los sacerdotes del Templo. Para muchos católicos han caído en el olvido las fuertes palabras del Sínodo de Obispos sobre los Laicos en 1987: “Hoy la santidad no es posible sin un compromiso con la justicia, sin la solidaridad con los pobres y oprimidos”. Hay gente cansada de escuchar hablar de los pobres o de la opción por los pobres, pero mucho más cansados han de estar los pobres al seguir, y cada vez más, en su miseria dentro de un mundo que se ha transformado en una versión gigantesca de la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro. El bienestar de los 20 países más ricos, es 40 veces superior a los de los 20 países más pobres del mundo. Ya no hay dependencia, sino prescindencia. El Sur ya no existe a nivel económico y político, aunque más del 80% de la población mundial vive en el Sur. Dios le pedirá cuenta a esta generación y en particular a la Iglesia por esta situación dramática, aunque el tema no figure, sino marginalmente, en los catecismos. La Iglesia está llamada antes que nada a dar testimonio de mayor igualdad y respeto a los derechos humanos dentro de ella misma. Y hacia fuera, a esmerarse en la tarea promocional y concientizadora. Así como se hacen campañas insistentes contra el aborto, sería deseable que hubiera también campañas o manifestaciones contra el terrorismo económico internacional, el robo que sigue procediendo de la deuda externa para los países pobres, los intereses usureros vigentes, las empresas internacionales depredadoras del medio ambiente, la desocupación juvenil etc. En el Evangelio mismo de san Mateo, en ocasión del juicio universal, parecería que hasta para los justos ciertos temas no tengan nada que ver con la religión. Tanto los malditos como los benditos responden de la misma manera al rey: ¿Cuándo Señor? (Mt 25, 37 y 44). No hay conciencia práctica de que la justicia social, los derechos humanos, la solidaridad sean temas religiosos. El cristiano de a pie por falta de formación se deja guiar en estos temas por los medios de comunicación, lo que dicta su partido o la mentalidad común y corriente. No es de extrañar que la Iglesia, como pueblo de Dios, haya perdido fuerza y credibilidad en los ámbitos públicos.
ACLARANDO IDEAS
Hay cristianos que piensan que Dios vino para todos y no importa si son ricos o pobres, ignorantes o poderosos; lo importante es que sean buenos pobres y buenos ricos. Sin embargo Jesús se preocupó sobre todo de los excluidos de la sociedad de aquel tiempo. Desde el comienzo de su ministerio dijo sentirse enviado a los pobres (Lc 4,18) no porqué fueran buenos, sino porque eran injustamente tratados. Esa opción marcará su vida: enfermos, leprosos, mendigos, samaritanos, pecadores públicos… Riqueza y miseria no son algo natural e inevitable de la misma forma que hay personas flacas y gordas, altas y bajas. El Reino de Dios es un Reino de justicia, de hermanos, donde sea reconocida la dignidad de cada persona (por eso Jesús se preocupa más por los que no tienen reconocida su dignidad) y en el cual el rico y Lázaro puedan sentarse a la misma mesa. El Sínodo de Obispos de 1971 declaraba: “Sin la acción por la justicia, el mensaje cristiano hoy difícilmente obtendrá credibilidad”. Muchos aún piensan que la pobreza es un mal que uno quiere: Juan Pablo II en la encíclica “Sollicitudo rei socialis” (año 1987) afirmaba que hoy “la pobreza no es fruto de la fatalidad o de la vagancia de los individuos y de los pueblos, sino el resultado de un orden social concreto que beneficia a los más poderosos y hunde a los más débiles”. Hoy no se habla de “explotación” como al tiempo de la revolución industrial sino de “exclusión”. Exclusión de un empleo estable y seguro, del amparo de las leyes que protegen a los que están agremiados, de la vida social. Los excluidos, personas y hasta países enteros, son los descartados, los que quedan afuera del sistema productivo, de la economía y la política internacional; ya no cuentan ni como mano de obra ni como consumidores. La Iglesia ha de preguntarse qué lugar tienen estos nuevos pobres en nuestras parroquias, si se los conoce, si se los acoge, si están presentes en los consejos parroquiales y en los ministerios, en la oración de los fieles y en los balances parroquiales. Muchos piensan que la pastoral social es tarea de instituciones específicas como Cáritas y todo lo delegan a ella. Por el contrario, toda la pastoral debe ser social y todos los agentes pastorales deben conocer las exigencias sociales de la fe y aplicarlas en el sector en el que trabajan para que la sociedad se ordene según los designios de Dios. A veces se habla de que hay que ayudar a “los más desafortunados y desfavorecidos” como si el mundo estuviera dividido entre los que tienen suerte y los que no. Hoy nadie en el mundo de la opulencia tiene las manos limpias frente a los pobres. Si no se roba directamente, se es cómplices por silencio u omisión y se participa de los bienes robados por un sistema que es una “estructura de pecado”. Por eso hay que tomar conciencia de que ser personas honestas hoy ya no es suficiente. Se precisa una iniciativa de conjunto con todos los hombres de buena voluntad para lograr en la sociedad reformas audaces y profundas; de lo contrario, no se superará nunca la etapa caritativa y asistencial. Opción por los pobres no es simplemente amar a los pobres; es tomar partido por los pobres y oprimidos, denunciar las estructuras que explotan a los pobres y producen dependencia. No hay democracia real sin el respeto de los derechos económicos y sociales. Opción por los pobres es optar por la justicia social que no es dar a cada uno lo suyo, sino a cada uno aquello de lo que está privado o despojado y le corresponde por derecho o, como diría el lenguaje bíblico, por justicia. No se trata de trabajar “para” los pobres sino de trabajar “con” los pobres para que sean sujetos ellos mismos y protagonistas de su propia superación, acompañándolos en sus organizaciones y luchas. El papa Francisco habla constantemente de ir a las periferias. No deja de suscitar interrogantes el hecho de que la Iglesia Católica en América Latina hable tanto de opción por los pobres, en un continente donde los pobres son la inmensa mayoría, y los pobres se vuelquen a otras iglesias. Esto podría indicar que más allá de las palabras, las fuerzas activas de la Iglesia Católica se encuentran en realidad fuera del mundo de los pobres.
CARIDAD NO ES LIMOSNA

Hoy ya no se puede hablar de “limosna” porque la palabra ha perdido su sentido bíblico y original. La limosna como es entendida comúnmente es humillante para el beneficiario e ineficaz para resolver los problemas. Si bien en casos de emergencia la asistencia es indispensable, conformarse con la limosna para ayudar a los necesitados no lleva a nada y alimenta la pasividad y la mendicidad (muchas veces falsa y organizada). La limosna o el asistencialismo se produce cuando simplemente se da y el otro recibe; no se busca que las personas se capaciten para orientarse solas en la vida superando la dependencia. Es una actitud paternalista por la cual se le sirve todo en bandeja a la gente como a niños, sin ninguna colaboración o contraprestación. Dios no es paternalista porque no quiere hacer nada sin nosotros. Se trata en general de personas bondadosas pero que en definitiva eliminan la autoestima y la personalidad de los demás. También los ricos en general son disponibles para la beneficencia (son las migajas que caen de la mesa del rico epulón), a condición de que no se les cuestione su estilo de vida, sus responsabilidades, el origen de su dinero, el salario con el que pagan a sus dependientes etc. San Vicente de Paul, considerado el iniciador de la caridad moderna, decía: “No hay que dar asistencia más que a aquellos que no pueden trabajar ni buscar su sustento. Apenas tenga uno fuerzas para trabajar, habrá que comprarle unos utensilios conformes a sus capacidades, pero sin darle nada más. Las limosnas no son para los que pueden trabajar, sino para los enfermos, los huérfanos y los ancianos”. La asistencia es necesaria en casos particulares y de urgencia, pero sin dejar de promover la cultura del trabajo. No se puede llamar caridad la tele-beneficencia de quien organiza periódicamente una tele-maratón de ayuda que, si bien beneficia a alguien, no culpabiliza a nadie ni hace el más mínimo análisis crítico de la realidad o propuestas posibles; pero sí, hace aumentar la audiencia televisiva y la publicidad de las empresas. También la palabra “caridad” se ha desvalorizado y ha sido reducida a la dadiva, al dar y al dar lo que sobra. El hombre de hoy, más consciente de sus derechos, rechaza como caridad lo que él cree que se le debe por justicia. Por otra parte el verdadero significado de caridad (“cáritas” en latín y “ágape” en griego) es “amor”. Se trata del amor cristiano que es una entrega desinteresada al hermano, virtud teologal fruto del Espíritu. Es el gran mandamiento de Jesús, parte fundamental de la misión de la Iglesia. La caridad exige y supone la justicia, pero va más allá; significa una pastoral de la misericordia, atención a las personas, cercanía fraterna a los que sufren. Precede la justicia cuando esta tarda en llegar (como pasó tantas veces en la historia), impide que la justicia se transforme en venganza. Aún en la sociedad más justa, el amor y la fraternidad siempre serán necesarios. Prueba de ello es el ejemplo dejado por santa Teresa de Calcuta. La Iglesia debe reflejar en el mundo el amor de Dios Padre que nos hace hermanos.
La caridad se extiende también a las tareas públicas; ya el Papa Pío XI hablaba de “caridad política”, cuando esta incide en los ámbitos públicos. También el compromiso político partidista o el buen gobierno de un cristiano laico es “caridad política”, aún si ni el Evangelio ni la Iglesia se identifican con un determinado gobierno o partido. Pero existen opciones que son claramente incompatibles con la fe cristiana.
LA SOLIDARIDAD ES EXIGENTE
La Iglesia hace frecuentes llamados a la solidaridad, a luchar por un mundo más solidario. También esta palabra se presta a malentendidos. Muchos piensan que la solidaridad es algo circunstancial, libre, opcional, no obligatorio. Se la ve solo como una virtud particular de las personas y no como un principio ético indispensable y vinculante para la convivencia humana. Es una participación (del latín “in sólido”) de las penas y luchas comunes. Es cuando cada uno se siente responsable de la suerte de todos, en particular de los más sufridos y postergados; uno para todos y todos para uno. La palabra tuvo origen fuera de la Iglesia y fue sustituyendo la tercera bandera de la revolución francesa que era una bandera cristiana: “fraternité”. Al perder su connotación laicista, la palabra “solidaridad” ha sido asumida por la Iglesia, que le ha dado una fundamentación evangélica. Solidaridad no se conjuga con el verbo dar sino con el verbo compartir; no solo con compartir lo superfluo sino lo necesario cuando es preciso. No es una generosidad esporádica. Es una actitud permanente que orienta la vida en términos de comunión de bienes, de la prioridad de la vida de todos sobre la apropiación exclusiva de los bienes de parte de algunos. Reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como derechos anteriores al de la propiedad privada. En las primeras comunidades cristianas había comunión de bienes (He 4,32). Cristo y los apóstoles lo compartían todo en un fondo común y por eso nunca les faltó lo necesario. Escribía Tertuliano (+222): “El cuidado que tenemos de los pobres se ha convertido en un signo que nos distingue de los paganos. El dinero que ponemos en común no lo gastamos en fiestas sino en la asistencia a los pobres, en el cuidado de los huérfanos, ancianos y viudas”. Los primeros grandes obispos, llamados hoy “Padres de la Iglesia”, como Basilio, Agustín, Ambrosio, Jerónimo etc.., predicaban que todo lo que sobra al rico “pertenece” al pobre, por estricto deber de justicia. “¿No es un ladrón quien pudiendo vestir a un desnudo no lo hace?”, pregunta san Basilio. Y san Juan Crisóstomo: “Dios puso delante de todos la misma tierra. “¿Cómo pues, siendo la tierra de todos, tu posees tierras y más tierras y el otro ni un rincón?”. Todas las personas tienen derecho a lo necesario para vivir. No importa que el rico lo haya ganado todo con su esfuerzo; no todos tienen las mismas oportunidades. La propiedad privada no es un derecho absoluto; el estado debe actuar en vista de una justa redistribución de los ingresos y las riquezas. Recordando la frase de san Basilio (“La propiedad absoluta es un robo”) Pablo VI en la Populorum Progressio afirmaba: “No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad, cuando a los demás les falta lo necesario”. Sin negar la legitimidad de la superación y el progreso, todos los bienes que no son necesarios para una vida digna ni para mantener la propia condición social, son bienes superfluos. No hay derecho a ser tan ricos mientras haya tantos pobres y tan pobres. Lo superfluo se calcula no mirando hacia los que tienen más, sino hacia lo que no tienen nada. Está claro que para el egoísta nunca nada es superfluo. Bienes superfluos no son obviamente las riquezas que permiten crear nuevas fuentes de trabajo o dar más facilidades al trabajo en orden a la producción de bienes útiles a la sociedad. Un emprendedor cristiano no busca tan solo su propio beneficio sino como el dueño de la viña (Mt 20,1-16) buscará darles trabajo a los desocupados, tratar a todos por igual con un salario digno, privilegiando a los más necesitados. Quizás esto resulte utópico, pero sin una solidaridad concreta puesta en acción, jamás se superarán las injusticias y los conflictos. Del “progreso de los pueblos” promovido por Pablo VI hace 50 años, hay que llegar ahora a la “comunión de los pueblos”. En nuestros días los problemas ecológicos han llevado inesperadamente a revitalizar un ideal de vida basado en la solidaridad y en la sobriedad. El nivel de vida de los habitantes del Norte del planeta no podría extenderse nunca a todos, porque si todos consumieran como ellos, se necesitarían varios planetas como fuentes de materias primas y como basureros. La única forma que los del Sur dejen de ser tan pobres es que los del Norte dejen de ser tan ricos. Esto tan solo se logrará, al ser obligados por la necesidad. Pero los cristianos pueden y deben dar su testimonio viviendo sin lujos ni ostentación como enseña la Biblia en la oración del sabio: “Señor no me des ni pobreza ni riqueza, porque en la pobreza podría ponerme a robar y en la abundancia me olvidaría de ti” (Pro 30,8-9).
¿QUÉ ES LA DOCTRINA SOCIAL?
Después del Concilio Vaticano II no se usaba más el término “Doctrina Social” sino otros términos más dinámicos como “enseñanza” o “pensamiento” social de la Iglesia. Los últimos Papas relanzaron el término “Doctrina Social” pero no ya como una tercera vía entre capitalismo y comunismo en búsqueda de una sociedad cristiana, o una doctrina fija y uniforme del magisterio. Es parte de la reflexión teológica y por lo tanto un campo abierto a la reflexión de los teólogos y de las comunidades cristianas con la realidad cambiante como punto de partida. Hay unos principios permanentes que derivan del Evangelio, pero también cantidad de elementos variables y etapas evolutivas en el pensamiento de la Iglesia a partir de las distintas realidades. Con este enfoque que supone un mayor compromiso de parte de todos, más inductivo y abierto a los signos de los tiempos, se sigue hablando de Doctrina Social. Se criticaba justamente la Doctrina Social por ser abstracta y principista. Gracias al impulso de la Teología de la Liberación, también ella ha adquirido una base más bíblica, ha dejado la utopía de un orden social cristiano; parte ahora más de la realidad que de los principios, promueve la acción para el cambio de las estructuras. Hoy se nota más interés en el mundo por el mensaje social de la Iglesia, que es más concreto y crítico del sistema neoliberal imperante, en contra de todo tipo de guerra, en favor de emigrantes y prófugos, de los derechos humanos, de los movimientos populares y sociales, del medio ambiente. Se suele pensar que el mensaje social de la Iglesia se identifica con el magisterio de los Papas desde la Rerum Novarum de León XIII, que se interesó de la condición obrera, hasta la Laudato sii del Papa Francisco, pero en realidad tiene sus orígenes en los profetas de la Biblia y en particular en los Evangelios, en los Padres de la Iglesia, y sigue siendo actualizado en las Iglesias Particulares. En América Latina esta Doctrina Social ha sido encarnada en los grandes documentos de Medellín, Puebla, Santo Domingo, Aparecida. Abarca temas como los derechos humanos, el trabajo, la economía, la política, la propiedad, las ideologías, la solidaridad entre países ricos y países pobres, la paz, la ecología… Hay un desconocimiento casi total a nivel de laicos y muchas veces de presbíteros sobre estos temas que ni se tocan en la predicación; no se habla de los pecados sociales que son los más graves y funestos de todos. Escribía hace un tiempo el teólogo argentino p. Juan Carlos Scannone: “A veces el diagnostico de los obispos se reduce a denunciar una crisis moral, sobre todo en relación a los políticos (con el peligro de demonizar la política), sin ir a las causas estructurales. No se condenan los nuevos pecados sociales como la fuga de capitales, la evasión impositiva, la concentración y la mala distribución de la riqueza, la destrucción del ambiente…”. El apoyo de la Iglesia a los ricos y poderosos ha llevado a que en el pasado las revoluciones sociales se hayan enfrentado todas con la Iglesia. En América Latina la teología de la liberación y la opción por los pobres, promovidas ahora por el Papa a nivel mundial, van cambiando lentamente el rostro de la Iglesia, aún a costa de una reguera de mártires y perseguidos. Antes, en tiempos de cristiandad, se confundía el Reino de Dios con la Iglesia y esta se confundía con la sociedad. Por el contrario, la Iglesia está al servicio del Reino y en la sociedad debe estar presente como fermento sin identificarse con ella. Es cierto que la Iglesia ayudó siempre a los pobres con una importante acción asistencial individual y organizada. En este sentido se adelantó al estado y, durante siglos, el analfabetismo, la enfermedad, la pobreza y la marginación contaron con la casi exclusiva asistencia de la Iglesia. Pero ésta ayudó, en general, a los pobres gracias a las donaciones de los ricos. A los ricos se le pedía limosna y a los pobre resignación. Todo cambió al surgir el proletariado industrial y la clase obrera. Se empezó a pedir justicia y no limosna; se empezó no solo a ayudar a los pobres sino a denunciar las causas de la pobreza. Y hoy ya no se trata de aliviar la pobreza sino de eliminarla.
UNA CATEQUESIS SOCIAL
El obispo argentino Miguel Hesayne escribía hace un tiempo: “Existe un desconocimiento inmoral de la Doctrina Social. Es un pecado grave ignorar el Proyecto de Dios sobre las realidades terrenas. Ha habido en el pasado una pésima catequesis, tan solo sacramental y ritual sin llevar a compromiso alguno en la sociedad. Nuestras comunidades no tienen consciencia del pecado social. No se conocen ni se denuncian las injusticias desde nuestras parroquias; solo se hace beneficencia”. Hoy las cosas lentamente van cambiando. Las violencias y dictaduras pasadas han despertado en muchos, también en la Iglesia, la adhesión a los movimientos sociales y populares, al voluntariado, a la militancia en las ONG que si bien encaradas pueden ser el sustento de una nueva política. Son sobre todo los cristianos laicos que han de jugarse desde el Evangelio en estas cuestiones: para eso necesitan capacitación y formación socio-política. Cuando se habla de “promover a los laicos” no es para promoverlos a los ministerios laicales; su rol específico es en el mundo, en el compromiso temporal y extra-eclesial. Cristianos “comprometidos” no son solo los que llevan la comunión a los enfermos, sino los que se juegan como cristianos en la fábrica, en la escuela, en el club, en la oficina, en el barrio, en política; aunque no participen de las actividades en parroquia, merecen y precisan el apoyo de sus propias comunidades cristianas. Juan Pablo II pedía un enfoque social de la catequesis y desde hace décadas aún se clama por una catequesis de niños, adolescentes y adultos que apunte también a la educación para la participación cívica y democrática, el compromiso político, el respeto a la legalidad y a los derechos humanos, la cultura del trabajo y la solidaridad, la defensa del medio ambiente, la cultura de la vida y la no violencia, la defensa de la mujer y las minorías. Tarea ineludible de la Iglesia es formar las consciencias en la tarea de discernir los distintos enfoques económico-políticos, más que implementar soluciones técnicas. Frente a este desafío, ¿no sería oportuna una formación en conjunto de laicos, presbíteros y religiosos?
GRANDES DESAFÍOS
Con el derrumbe del comunismo soviético, el papa Juan Pablo II en la Centesimus Annus (1992) todavía esperaba en la posibilidad de una reforma interna del capitalismo. En realidad el capitalismo salvaje de los primeros tiempos de la revolución industrial había cambiado únicamente gracias a la presión de la clase obrera y a mucha sangre derramada. Por eso al poco tiempo el Papa advirtió que no se había sacado ninguna lección del fenómeno marxista porque se había vuelto al capitalismo salvaje en su versión neoliberal. Dijo en 1996: “Todavía hay algunos que creen que la más amplia libertad de mercado promoviendo la iniciativa y el crecimiento económico, sin intervención del estado, se traduzca automáticamente en riqueza para todos. La historia y la realidad que vemos con nuestros ojos demuestran que no es así”. Con esas históricas palabras el Papa se refería a la teoría neoliberal que afirma como a la larga el crecimiento económico también reduce la pobreza por un efecto cascada, de derrame o rebalse. El papa Francisco en Evangelii Gaudium (nn.54 y 55) casi 20 años después dice exactamente lo mismo: “Es una teoría que jamás ha sido confirmada por los hechos y que además exige una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y los mecanismos del sistema económico imperante. La realidad es que las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, mientras las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz”. Por eso también el papa Francisco ha sido acusado de comunista como lo había sido Pablo VI cuando la Populorum Progressio fue caratulada por el Wall Street Journal como “marxismo recalentado”. También se intentó experimentar una economía social de mercado dentro de un estado de bienestar o bienhechor consiguiendo en muchos países reducir las deficiencias sociales, pero entró en crisis por el incremento excesivo del gasto público, la burocracia y el asistencialismo. Hoy al hablar de los países del Norte se los llama “desarrollados”, pero se trata de un desarrollo equivocado, no sostenible y escandaloso.
GLOBALIZACION DE LA SOLIDARIDAD
También la palabra “globalización” es engañosa porque hace creer que nos orientamos hacia un mundo único y unido. En realidad lo que se está dando es la globalización de la economía neoliberal que lleva hacia un mundo cada vez más inhumano. La Iglesia pide la globalización de la solidaridad; pero esto exige que la economía mundial sea regulada por estrictas leyes internacionales. También es indispensable una nueva cultura de la sobriedad por parte de los más beneficiados. La Iglesia ha de dar ejemplo de desprendimiento. En el pasado se pensaba que los títulos, el prestigio y los honores, la riqueza y el poder eran algo que enaltecía a la Iglesia y a la religión. No es casualidad que los obreros fueron los primeros en abandonar la Iglesia en la época moderna. En el Antiguo Testamento se nos presentaba a un Dios que defiende a los pobres, pero en el Nuevo Testamento se nos presenta a un Dios pobre. “Siendo rico se hizo pobre” (2 Cor 8,9); el signo de la encarnación de Dios es la pobreza: “Encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,12). Una Iglesia de los pobres podrá serlo tan solo si es pobre. Podrá gritar: “Bienaventurados los pobres”, solo si es pobre. Pobre de una pobreza no solo personal sino institucional. En la vida religiosa, cuando está respaldada por ingentes capitales, el voto de pobreza puede llegar a ser escándalo y burla a los pobres. Proclamaba el cura Lorenzo Milani desde una pequeña parroquia de montaña sin luz, agua, teléfono ni asfalto: “Máximo bien es hablar desde la cátedra de la pobreza; es la única cátedra desde la cual podemos decirle al mundo socio-político una palabra verdadera, autentica, sin que nadie nos haya precedido”. Nunca como hoy hubo tanta riqueza, nunca como hoy hubo tanta miseria y nunca como hoy hubo tanta consciencia de lo uno y de lo otro. Por eso el papa Francisco impulsa la Iglesia a un cambio de lugar social; no es lo mismo predicar el Evangelio desde un palacio que desde las periferias. La Iglesia no está llamada a resolver los problemas económicos, sociales y políticos de un país, pero sí a una predicación más severa sobre el dinero y a decirle a los pobres desde la propia pobreza, igual que el apóstol Pedro: “No tengo oro ni plata, pero en el nombre del Señor, levántate y anda” (He 3,6). Vivimos hoy en una economía de consumo cuyo fin no es cubrir necesidades básicas, sino aumentar las ventas estimulando la demanda. El Papa Francisco, con respecto también del tema ecológico, propone un cambio de estilo de vida (Laudato sii nn.203-208); cuando las necesidades estén satisfechas y aseguradas, tenemos que ocupar nuestros recursos en beneficio de los más necesitados y de la sostenibilidad del planeta. Este último tema no es nada novedoso para la Iglesia. Sea los documentos de la Iglesia Latinoamericana como los de Juan Pablo II y Benedicto XVI han hablado del mismo. Punto de partida del surgimiento mundial de la consciencia ecológica fue la fundación del Club de Roma (1968) y su informe sobre: “Los límites del crecimiento” (1972) donde se constata que “no puede haber crecimiento infinito con recursos finitos”. Se acabó el mito del progreso ilimitado. Al ritmo actual de consumo las reservas de gas natural podrían agotarse en 35 años, las de petróleo en 70 etc. Millones de personas sufren escasez o falta de agua potable en condiciones sanitarias que provocan el 80% de las enfermedades. Está en peligro el futuro de las próximas generaciones.
LAUDATO SII Y LOS NUEVOS DESAFIOS
La encíclica del papa Francisco no es un simple documento ecologista porque va más allá del cambio climático y del problemas ambiental; relaciona directamente la destrucción del medio ambiente con la crisis social, el derroche consumista y una economía que mata. Son tres factores que hay que atacar simultáneamente (n.139). Se trata de redefinir la noción de “progreso” en la misma línea de la Populorum Progressio promoviendo un estilo de vida alternativo en pos de un desarrollo sostenible e integral. El papa encara el tema desde un punto de vista ético, desde la cultura de la vida y de la solidaridad. Frente a la conocida deuda económica de los países pobres para con los ricos, considera mucho más grave la deuda ecológica de los países ricos para con los países pobres. Dice el Papa: “Es insostenible el actual nivel de consumo de los países más desarrollados y de los sectores más ricos de las sociedades, donde el hábito de gastar y tirar alcanza niveles inauditos” (n.27). La crisis ecológica es el síntoma de una crisis más profunda, la de un modelo económico basado en la sola ganancia y en el consumo descontrolado y abusivo de los bienes, sin tener en cuenta el destino universal de los mismos y el futuro de las nuevas generaciones. El Papa sugiere una “conversión” ecológica que debe cultivarse desde la familia, la escuela, la catequesis, con pequeñas acciones cotidianas (n.211), porque “todo tiene que ver con un proyecto de amor de Dios” (n.76) que tenemos que cuidar. Hace falta educar no para “tener más” sino para “tener lo suficiente”. En realidad no es la naturaleza la que está enferma, sino el ser humano infectado de codicia. Decía Gandhi: “Vivir más simplemente para que todos puedan vivir”. Hoy vivimos una situación inhumana y brutal a nivel global, a pesar de tener todos los medios para atender a las necesidades básicas de todos los habitantes del planeta. “El planeta es de toda la humanidad y para toda la humanidad. El solo hecho de haber nacido en un lugar con menores recursos o menos desarrollado, no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad” (n. 190). La encíclica es más que un documento en defensa del ambiente; es un grito en defensa de la humanidad.
Primo Corbelli
10 PROVOCACIONES ECOLÓGICAS
1. Mucha gente no tiene conciencia de su responsabilidad en cuidar lo que es público: edificios, plazas, calles, jardines, monumentos… En vez de pensar que es de todos (y por lo tanto es lo más importante), se piensa que no es de nadie y por lo tanto se puede hacer lo que se quiere.
2. Mucha gente no respeta las leyes y las normas legales pensando que con eso se practica la viveza criolla y se burla al gobierno. En realidad nos hacemos daño a nosotros mismos, aunque estemos seguros de que nadie nos va a sancionar.
3. Se practica la ley del menor esfuerzo. Hay caños rotos, agua derrochada, basura en la calle, luces siempre aprendidas, pozos inaguantables… y nadie se mueve. No se piensa en juntarse entre vecinos, hacer una denuncia, llamar a una radio, escribir a un diario…
4. Hay que exigir que en los programas escolares se enseñe a los niños a cuidar las plantas, respetar las flores, plantar una huerta, reciclar y reutilizar residuos, separar y clasificar residuos no orgánicos, apagar luces innecesarias.
5. No tirar basura en las aguas de los ríos y arroyos. La contaminación del agua es mortífera para animales y vegetales. Pueden verse los resultados en el Pantanoso de Montevideo, Miguelete u arroyo Carrasco.
6. Evitar la quema y deforestación de bosques. La selva amazónica produce más del 20% de oxígeno para el planeta; sin embargo ya el 20% de la selva ha sido eliminado por las empresas madereras y mineras. Plantar árboles.
7. Cuidar el agua potable y reducir su consumo porque se termina. Cerrar todas las canillas que gotean. Unas 800 millones de personas carecen de agua potable. Se puede vivir sin oro, pero no sin agua. Aumentan los desiertos.
8. No exagerar en la calefacción, evitar el uso de material plástico, apagar aparatos eléctricos, no viciar el aire con el humo
9. No tirar basura y papeles en el suelo; poner todo en envoltorios y depositarlos en los contenedores. Evitar ruidos exagerados que son causa de molestia para los vecinos y en particular para enfermos y ancianos.
10. Dijo el Mahatma Gandhi: “En el mundo hay todo lo suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no para satisfacer los caprichos de cada uno”.
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