1° Corintios cap. 15
Entender, aceptar y creer en la Resurrección de Cristo, es importante para todo cristiano. Es más, como afirma San Pablo es la base de nuestra fe. Por eso, el capítulo 15 de la Primera Carta a los Corintios es muy importante. Es el anuncio por escrito más antiguo de la Resurrección de Jesús.
Fue escrito aproximadamente en el año 50 después de Cristo, y antes que los cuatro Evangelios. Pablo debe corregir algunas doctrinas equivocadas que se daban en la Iglesia de Corinto. Era Grecia, y un paradigma cultural y una visión del ser humano muy distinta a la judeocristiana.
Para los griegos, muy ligados al pensamiento de Platón, la muerte era una liberación y no una tragedia. Ellos razonaban de esta manera: decían que el cuerpo era la cárcel del alma, que éste no había sido creado por Dios sino por el demiurgo, un ser de inferior jerarquía y que la materia era mala. El espíritu o el alma humana era en cambio inmortal, y sí una creación divina.
Es por eso que les costó tanto asimilar la idea de la Resurrección, pues implicaba un rescate del cuerpo material, al que juzgaban inferior.
Por eso San Pablo reafirma claramente la Resurrección de Jesús.
“Si los muertos como dicen ustedes no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, nuestra predicación no tiene contenido y tampoco la fe de ustedes”. 1Cor 15,13-14.
Toda la fe cristiana se edifica en este fundamento, y si así no fuera y solo para esta vida esperamos, somos la gente más infeliz de la tierra. Este concepto Pablo lo machaca, obstinadamente. En efecto, la esperanza cristiana no se agota en este mundo ni en esta vida.
Pero lo más interesante que Pablo nos plantea es cuáles fueron los destinatarios y primeros testigos de la Resurrección.
Así encontramos algunas apariciones que no están señaladas en los Evangelios, como una aparición personal del Resucitado a Santiago y a Pedro. (vers. 5.7.)
Menciona una aparición a los doce, en la que coincide con los Evangelios.
Luego menciona una que tampoco encontramos en los Evangelios: “Luego se apareció a más de quinientos hermanos, algunos de los cuales aún viven, y los otros han entrado ya en el descanso”. (vers. 6)
Esta mención de Pablo es importante, pues nos permite entender cuántos seguidores de Cristo había en el momento de su muerte. Pablo no menciona la aparición a Magdalena, citada en Juan 20,1-10, ni tampoco habla de la aparición mencionada por Mateo a las mujeres que habían ido al sepulcro (Mt 28,1-10).
Luego menciona la aparición que muy probablemente hizo de Pablo un apóstol, pues significa una elección personal de Jesús:
“Y se me apareció también a mi, iba a decir al aborto, pues soy el último de todos. Porque yo soy el último de los apóstoles, y no merezco ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Sin embargo por la gracia de Dios soy lo que soy, El favor que él me hizo no fue en vano, porque he trabajado más que todos ellos aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo”. (vers. 8-10)
Resulta conmovedora esta confesión de Pablo -que no cae en la falsa humildad- y en la cual reconoce que él ha respondido con generosidad al llamado que el Resucitado le hiciera en el camino de Damasco. (Hechos 9, 1-19)
Y aunque no menciona los detalles, Pablo le da gran importancia a este acontecimiento: sólo en el Libro de los Hechos se cuenta dos veces esta aparición, y Pablo vuelve a hablar de ella en la carta a los Gálatas y aquí mismo. (Hechos 22,6-16; Gál. 1,11-24)
¿Cómo entender la Resurrección?
No hay testigos de la Resurrección, nadie estaba en el sepulcro cuando ocurrió. Lo que tenemos son los relatos de las apariciones del Resucitado.
Tampoco la Resurrección se puede comparar a lo que le ocurrió a Lázaro (Juan 11,36-44): éste fue revivido, fue devuelto a su vida mortal. Por supuesto que luego envejeció y murió.
El caso de Jesús fue distinto, Pablo mismo lo afirma en su carta a los romanos cuando dice:
“Sabemos que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y la muerte no tiene poder sobre él”. (Romanos 6,9)
Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que Jesús está más vivo ahora que ha resucitado que lo que lo estaba antes de morir. Ya no está su cuerpo sujeto a la vejez, a la enfermedad o a la muerte.
Pablo, como buen catequista que era, lo explica con un ejemplo y en forma admirable:
“Algunos dirán: ¿Pero cómo resucitan los muertos, con que tipo de cuerpo salen? Necio, lo que tú siembras debe morir para poder recobrar la vida. Lo que siembras no es el cuerpo de la futura planta, sino un grano desnudo, como de trigo, o de otra planta. Dios le dará un cuerpo diferente según lo dispuesto.
Lo mismo ocurre con la Resurrección de los muertos. Se siembra un cuerpo en descomposición, y resucita incorruptible. Se sembró como algo despreciable, pero resucitará para la Gloria. Se siembra un cuerpo impotente, y resucitará cuerpo lleno de vigor. Se siembra un cuerpo animal, y resucitará un cuerpo espiritual”. (vers. 35-38. 42-44)
La imagen de la semilla es una comparación que tiene todos los límites de las comparaciones humanas. Pero es tal vez la más clara. Nuestro cuerpo material es bueno, es creación de Dios, y si lo usamos con sabiduría para dar vida, para hacer el bien, como Jesús usó el suyo, participaremos de la suerte de Jesús Resucitado.
Esta es la Buena Noticia, de hecho la resurrección ya ha comenzado desde nuestro bautismo, pues en él hemos muerto con Cristo al pecado, para nacer ya a una vida nueva.
Por eso la esperanza cristiana no se limita a esperar un más allá más venturoso, la esperanza se construye aquí y ahora; y cada vez que somos solidarios, que luchamos por lo que es justo, y nos jugamos la vida por el Evangelio, estamos resucitando.
El testimonio del apóstol
Pero Pablo dice algo más, dice que la verdad de la cual es testigo, y que anuncia, que es la victoria de Jesús sobre la muerte, se manifiesta claramente en su ejemplo de vida. Y en el hecho de que se ha enfrentado a la muerte más de una vez por anunciar a Cristo Resucitado.
De hecho esta es la razón por la cual los cristianos creemos que la Resurrección de Jesús no es un mito, sino una realidad.
Porque sabemos que el mismo Pablo y los apóstoles, así como los que vieron al resucitado, dieron la vida por predicar la Resurrección del Señor. (vers. 30-33)
Sabemos por varios escritos de los historiadores romanos, y cristianos, que en los juicios romanos se daba a los cristianos la posibilidad de retractarse públicamente de Cristo, para salvar su vida. Así consta en la carta de Trajano el emperador, a Plinio el joven, en la cual le recomienda dejar libre al cristiano que reniegue de Jesús y haga una ofrenda de incienso en alguna de las estatuas de los dioses romanos. Pudiendo salvar su vida, los testigos de la Resurrección de Jesús prefirieron darla antes que renegar de lo que habían visto y oído, o la arriesgaron como Pablo. (Hechos 4, 19-20)
No en vano a los primeros cristianos que fueron ejecutados en la persecución del Imperio Romano, les llamamos “mártires”, palabra que viene del griego y significa “testigo”
Eduardo Ojeda.
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