En el año recordatorio de la Reforma Protestante, el objetivo de este artículo es hacer un balance del Ecumenismo tal como lo vive hoy la Iglesia Católica en América Latina, con sus características particulares.
El Movimiento Ecuménico a nivel mundial, después de siglos de guerras religiosas o en el mejor de los casos de indiferencia recíproca entre Iglesias, fue seguramente el hecho más importante del Cristianismo en el siglo XX. La Iglesia Católica recién se adhirió al Movimiento con el Concilio Vaticano II. Hubo después numerosos diálogos teológicos a nivel de expertos con las distintas Iglesias y con relevantes progresos. Se han hecho más progresos hacia la unidad de los cristianos en los últimos 50 años que en los 500 anteriores. Sin embargo en América Latina el ecumenismo sigue siendo todavía un tema tabú a nivel pastoral y de base.
No se ha tomado todavía conciencia de que la división entre cristianos “es el gran obstáculo para la futura evangelización, más que los pecados y los errores de nuestra época” (Jean Marie Tillard). Dice el teólogo protestante W. Pannemberg: “No podemos más nacer y vivir tranquilamente en Iglesias separadas, sin reconocer con el apóstol Pablo la gravedad del escándalo de la separación, porque este escándalo divide lo que es indivisible, es decir el Cuerpo de Cristo”. Efectivamente el Movimiento Ecuménico no surgió de los escritorios sino de las misiones. ¿Cómo anunciar al mismo Cristo a los no cristianos en Iglesias divididas, enfrentadas y alejadas una de otra?, se preguntaban los misioneros de las distintas Iglesias. Hoy la misión está en todas partes y sin embargo el ecumenismo aún no ha bajado a las bases del pueblo cristiano, a las parroquias, a la catequesis, a los grupos y movimientos. Parece una cuestión exclusiva de los obispos y para muchos de ellos tan solo de teólogos y especialistas. Las Iglesias cristianas se siguen ignorando, aún viviendo al lado una de otra.
PREJUICIOS
Muchos feligreses creen que el ecumenismo es un peligro para la propia fe y que practicarlo implica pensar que da lo mismo ser protestantes, ortodoxos o católicos. Sería como admitir la insuficiencia de nuestra fe. Hay obispos y sacerdotes que creen que el ecumenismo es debilitar el fervor misionero de los católicos, como si hubiera oposición entre predicar el Evangelio y hacer ecumenismo. Cuando los católicos miramos a las demás Iglesias, las consideramos inferiores a la nuestra, y no solo por el número; creemos tener mucho que dar y muy poco para recibir. Algunos piensan que evangelizar significa hacer prosélitos y convertir a los demás cristianos a la propia Iglesia; es como robarse los feligreses. Esto último no es practicar el ecumenismo; no es respetar y valorar la fe cristiana de los demás. Tampoco hay que buscar la unidad a cualquier precio, renegando de las propias convicciones o negociando con la doctrina. Y menos que menos hay que resignarse a la situación actual de división, como si fuera algo normal. Cristo fundó una única Iglesia y así se mantuvo por mil años. Las separaciones entre cristianos son consecuencia de conflictos históricos que en muchos aspectos ya no tienen sentido para la gente de hoy. La inmensa mayoría de los cristianos no tiene la menor idea de porqué están divididos. Escribe Phil Bosman: “Los cristianos sencillos no tienen dificultades de convivencia ecuménica en la vida diaria. Solo los teólogos y los pastores tienen problemas; tal vez a ellos les haga falta mayor sencillez”. Escribía hace años el p. Yves Congar: “Puede llegar el día en que los curas y teólogos se encuentren solos con sus papeles y se dé la unión de los cristianos sobre la base de un verdadero compromiso cristiano”. Lo primero que se nos pide para tener una sensibilidad ecuménica es combatir los prejuicios, que abundan de un lado y de otro. Ya se ha hecho una revisión histórica de las grandes polémicas del pasado y se han reconocidos los errores y responsabilidades de ambas partes. Aún en lo cotidiano, hay que cuidar el lenguaje. Decir por ejemplo que los protestantes son otra religión, es una barbaridad siendo ellos cristianos igual que nosotros. Decir que el Papa es el jefe de la Iglesia no es correcto, ya que es Cristo el jefe de la Iglesia y el Papa es el sucesor de Pedro como signo de su unidad visible. Decir que creemos en la Virgen no es exacto, ya que nuestra fe está puesta en Cristo y a ella solo la veneramos como madre de Jesús y nuestra. Ella también fue redimida por Cristo como todos nosotros. Como madre de Jesús y como su primera discípula, ella fue honrada de algunos privilegios en consonancia con los relatos de Lucas. Decir simplemente que los santos son nuestros intercesores es excesivo porque solo Jesús es el Mediador e Intercesor nuestro; los santos y nosotros también lo somos, en cuanto nos unimos a la intercesión de Cristo. Además hay una sensación generalizada en el pueblo católico de que el ecumenismo es una cuestión secundaria dentro de la Iglesia. No representa un patrimonio común de los católicos.
APARECIDA
El último gran documento de la Iglesia Latinoamericana enseña que ser “ecuménicos” no significa aflojar en nuestra identidad católica. Se trata de buscar el acercamiento, el conocimiento recíproco, la colaboración en las luchas por el Reino; se descubrirá que es mucho más lo que nos une de lo que nos separa. Todos somos cristianos, es decir discípulos de Jesús; creemos en su divinidad y en su Evangelio. Hasta en la Asamblea Episcopal de Aparecida, cuenta el arzobispo Víctor Manuel Fernández, había obispos que al denunciar el proselitismo englobaban a todos los no católicos bajo el nombre de “sectas”. Por otra parte, escribe Fernandez, “parecía que con el uso de esa expresión despectiva, los obispos de países que habían sufrido un mayor éxodo de católicos, querían achacarle la responsabilidad tan solo a esos grupos, sin tomar demasiado en cuenta las responsabilidades y falencias propias de la Iglesia Católica por la evangelización deficiente, la escasa formación de los cristianos, la falta de cercanía a los sectores más periféricos”. El mismo Fernández intervino frente a esas expresiones diciendo: “Si nos duele la pérdida de católicos, mostremos que nos preocupa que se vayan de nuestra casa, más que atacar a los que los reciben”. Aún en los sacerdotes y obispos hay deficiencias formativas y confusiones sobre este tema. Fernandez hace el ejemplo de una lectura bíblica del Eclesiástico en la liturgia de Aparecida que fue confiada a un pastor bautista, olvidando o quizás no sabiendo que para los protestantes ese libro no es canónico y por lo tanto no es Palabra de Dios. En Aparecida se dio un gran paso adelante reconociendo a los cristianos no católicos el derecho y el deber de ser misioneros igual que nosotros, de difundir la propuesta cristiana, sin que le tengamos miedo a su acción misionera. Ya no se trata de tolerar su existencia como un hecho inevitable y fatal mientras no molesten, no interfieran, no crezcan. Este nuevo enfoque es trascendental en vista de una comunión en la tarea misionera. Afirma el párrafo 233: “Donde se establece el diálogo y la cooperación ecuménica (entre Iglesias) disminuye el proselitismo, crece el conocimiento recíproco y se abren posibilidades de testimonio común”.

QUIÉN ES QUIÉN
Aún no se sabe diferenciar claramente entre los cristianos que pertenecen a Iglesias no católicas (Ortodoxos, Protestantes, Evangélicos, Pentecostales) y con los cuales se practica el diálogo ecuménico, y los que forman parte de nuevos grupos religiosos seudo-cristianos o para-cristianos que se han instalado entre nosotros. Estos grupos son llamados “Nuevos Movimientos Religiosos” (NMR) y son por ejemplo los Adventistas del Séptimo Día, la Iglesia Nueva Apostólica, los Testigos de Jehová, los Mormones o Santos de los Últimos Días, la secta Moon, Ciencia Cristiana etc. Dichos grupos pretenden corregir la Biblia con “revelaciones” particulares por parte de sus fundadores, no profesan verdades esenciales del Cristianismo y practican un proselitismo agresivo. Sus doctrinas se alejan del Cristianismo histórico aún si se presentan como la única y verdadera Iglesia de Cristo, con un escaso o nulo compromiso ecuménico. Otros grupos son los “Niños de Dios”, la “Iglesia de la Unificación” de Moon, “Dios es Amor”, la “Iglesia Universal del Reino de Dios” (IURD) popularmente llamada: “Pare de sufrir”. Ninguna Iglesia protestante, evangélica o pentecostal reconoce a estos grupos religiosos como Iglesias cristianas. En el pasado a estos grupos se los llamaba “sectas” (del latín “secare”=cortarse) por su fanatismo cerrado que los aislaba de las demás Iglesias y por rechazar en general el ecumenismo. Ahora se los llama “Nuevos Movimientos Religiosos” para evitar la palabra “secta” que ha llegado a tener un sentido despreciativo. Hay también otros grupos activos, no cristianos, en América Latina que se pueden llamar Nuevos Movimientos o Religiones Alternativas bastante difundidos como los cultos afrobrasileños (Umbanda, Quinbanda, Candomblé, Batuque..), el espiritismo con la Escuela Científica Basilio, el esoterismo con la New Age etc. No hay que confundir todos estos grupos o Nuevos Movimientos con las Iglesias históricas que nacieron en el año 1000 en oriente (Ortodoxos) y en el 1500 en occidente con la Reforma Protestante (Luteranos, Reformados, Anglicanos) ni con las Iglesias Evangélicas que surgieron después de la Reforma (Metodistas, Bautistas, Menonitas, Ejército de la Salvación..) ni tampoco con el Pentecostalismo clásico, porque estas son Iglesias que profesan una verdadera fe en Cristo y participan del diálogo ecuménico. No hay que hablar de “sectas protestantes”, ya que los protestantes son cristianos y las sectas no lo son; hay que desterrar conceptos como “herejes”, “hermanos separados”, “sectas”, que pertenecen a un pasado polémico de antes del Concilio.
DIÁLOGO ECUMÉNICO
El diálogo ecuménico del que tanto se habla, puede y debe darse con las Iglesias cristianas tradicionales, la mayoría de las Iglesias evangélicas y pentecostales aunque en todas ellas siempre hay franjas o grupos sectarios e intolerantes. El diálogo de los católicos con estas Iglesias en el pasado era imposible debido al clima de confrontación y competencia recíproca, pero también porque, a través de su apologética, la Iglesia Católica dominante se autojustificaba siempre y en todo. Fue el Concilio y sobre todo Juan Pablo II que empezaron a reconocer los pecados y los errores de la Iglesia y a pedir perdón. En Europa y América del Norte el diálogo ecuménico ha entrado más fácilmente en la conciencia colectiva de la Iglesia Católica, con la aceptación sincera y serena de las demás Iglesias cristianas. Sin embargo en América Latina todo esto provoca aún resistencia a raíz de la creencia de ser depositarios de un sustrato y una cultura católica vivida por la inmensa mayoría de la población. Aquí fue la Iglesia Católica que predicó el Evangelio desde los comienzos y de modo exclusivo hasta llegar casi a nuestra época. La llegada de otras Iglesias cristianas recién a partir del 1800 creó una situación nueva que fue inicialmente tolerada como un fenómeno extranjero, consecuencia de las migraciones. La situación cambió radicalmente cuando algunas Iglesias protestantes de Norteamérica consideraron que América Latina era “tierra de misión” donde era necesario anunciar a Cristo y a su Evangelio. Este impulso misionero, que tuvo un éxito imparable, se dio gracias a las comunidades evangélicas y en un segundo momento gracias al pentecostalismo. Se fue creando así en la Iglesia Católica una persistente actitud marcada por el miedo, la sospecha y la resistencia y por parte de los evangélicos el temor de ser absorbidos por la comunidad católica, todavía la más fuerte y poderosa. Ahora, frente al calo de sus miembros, muchos católicos hablan de “reconquistar” a lo fieles que se han ido a otras Iglesias, armando nuevas cruzadas. También las Iglesias Protestantes históricas han tenido un retroceso igual que la Católica. La mayoría de los cristianos no católicos forman hoy parte de las Iglesias evangélicas pentecostales con las cuales es necesario entablar un diálogo urgente.
EL EVANGELISMO
Se suele muchas veces llamar “evangélicos” a todos los protestantes. En realidad el movimiento evangélico (o de las “Iglesias libres”) aún siendo de cuño protestante, se desarrolló dentro de un protestantismo reformado. El evangelismo surgió en Estados Unidos a comienzos del siglo pasado y se difundió con mucha fuerza en América Latina. Las Iglesias evangélicas aceptan plenamente los principios fundamentales de la Reforma Protestante, es decir la autoridad exclusiva y normativa de la Sagrada Escritura, el lugar central de Cristo como único Salvador y por la sola fe, a la Iglesia no como organismo jerárquico sino como comunidad de creyentes iguales entre sí. Se caracterizan por la piedad, la austeridad de vida, la ayuda a los pobres, el impulso misionero. Se llaman “libres” por carecer de lazos institucionales con el estado y las Iglesias históricas. Son los Metodistas (wesleyanos), los Cuáqueros, los Menonitas, los Bautistas, los Discípulos de Cristo etc… Estas Iglesias rechazaron la recomendación de la Conferencia Ecuménica de Edimburgo (1910) de “no abrir misiones en territorios católicos”. Con el tiempo, a mitad del siglo pasado, la corriente mayoritaria del Evangelismo se adhirió al Consejo Mundial de las Iglesias, mientras que la corriente más conservadora y fundamentalista sirvió de apoyo a los sectores anticomunistas y a las dictaduras militares, a la Nueva Derecha norteamericana y a las llamadas “iglesias electrónicas”. Con las Iglesias evangélicas más abiertas y ecuménicas hay un buen diálogo e incluso colaboración. Siempre desde el seno del Evangelismo surgió también en el siglo pasado un movimiento que tiene hoy, según el cardenal Walter Kasper, “un crecimiento exponencial, sin precedentes” y es el Pentecostalismo. La gran mayoría de los evangélicos son hoy pentecostales. Este movimiento se define como una “experiencia” que actualiza la efusión del Espíritu Santo con sus carismas o dones como en Pentecostés (el don de lenguas, el don de curación…). A la doctrina tradicional protestante se añade la de la santificación por el Bautismo en el Espíritu. Se caracteriza por la oración espontánea y de alabanza, el predominio de lo emotivo sobre lo intelectual, una liturgia viva y alegre, las pequeñas comunidades, los testimonios de conversión, la misión. Hasta en la Iglesia Católica surgió un movimiento paralelo llamado “Renovación Carismática”. En términos numéricos los pentecostales son hoy en el mundo el segundo movimiento cristiano después de la Iglesia Católica. No se trata de una secta o nuevo movimiento religioso, pero tampoco es una Iglesia instituida y vertebrada, porque cada congregación es independiente de la otra. Hay varios grupos pentecostales; los más numerosos son las Asambleas de Dios (51 millones de personas). Estas congregaciones se administran en forma autónoma, vinculadas a un pastor que reside en el lugar y tienen un fuerte enganche con la comunidad local y sus necesidades. Estas Iglesias hicieron brecha también en millones de católicos bautizados, pero no suficientemente evangelizados.

AUGE DEL PENTECOSTALISMO
Hay varias Iglesias pentecostales activas en el diálogo ecuménico como las Asambleas de Dios, pero también hay iglesias llamadas “neopentecostales” decididamente orientadas hacia el negocio y la prosperidad material. Estas (“Pare de sufrir”, “Internacional de la Gracia de Dios”, “Congregación Cristiana de Brasil” etc.), mientras los sacerdotes católicos enseñan los dogmas cristianos, ellas predican la teología de la prosperidad a los pobres en orden a alcanzar beneficios en la salud, el trabajo, la economía. El movimiento pentecostal es por otra parte muy heterogéneo debido a la total autonomía de las congregaciones. Existen pastores que asumen la opción por los pobres y la lucha por la justicia, otros que no. Hay pastores proselitistas y manipuladores, otros que no. Lo que de alguna manera puede decirse que es común a todos, es que se trata de un Cristianismo de periferia, de los desheredados, popular. Es el tipo de Cristianismo que penetra con más facilidad en las capas más pobres de las poblaciones. Lo hacen con estructuras sencillas, de forma acogedora y personalizante, con el máximo de participación y corresponsabilidad por parte de todos (de las mujeres como de los varones), sobre la base teológica del sacerdocio común de los fieles. Dan testimonio de Cristo “con poder”, entusiasmo misionero y énfasis en los carismas (curar enfermos, echar demonios, predicar). Todos participan en la liturgia con cantos, aclamaciones, danzas y música. El templo no es el lugar del silencio donde cada uno se relaciona con Dios, sino del diálogo comunitario entre los hermanos y con Dios. La predicación no es monopolio del cura; todos pueden contar sus experiencias y dar testimonio público de su conversión. Este pentecostalismo en un siglo de existencia llegó a tener 200 millones de fieles. Las masas populares que por el fenómeno de la urbanización llenaron las periferias de las ciudades, no fueron atendidas por las Iglesias tradicionales. Los católicos que no se sintieron acogidos por la jerarquía católica en las últimas décadas, emigraron a estas Iglesias. Las parroquias católicas fueron principalmente ocupadas por la clase media. Los pentecostales concentran su predicación en Jesús y se reúnen en pequeños grupos y en cualquier lugar: en galpones, patios cerrados, casas de familia con un simple cartel en el frente. Los pastores son gente del pueblo y se hacen entender. En 25 años los pentecostales han preparado 40 mil pastores latinoamericanos, con menos teología pero más inculturación en los medios populares. La Asamblea de Dios tan solo en Brasil ya en 1984 disponían de 9.800 pastores. La gente común logra aquí acudir a la Biblia de manera directa y dialogada, sin muchas formalidades y ritos. Los convertidos o “renacidos” se comprometen a las visitas domiciliarias y a ceder un espacio de su casa. El culto aporta emociones y calor humano para los que viven solos o son impedidos de expresarse. Sin embargo la fragmentación de estos grupos a la merced de sus pastores, con una doctrina muy tradicionalista que a la postre entrará en crisis y su marcado conservadurismo social, no asegura el futuro del Cristianismo. A pesar de todo este movimiento es sin lugar a dudas un aguijón providencial para que las Iglesias históricas y en especial la Iglesia Católica se revitalicen en sus estructuras y vuelvan a la misión, a las periferias, a los pobres.
FUNDAMENTALISMO
Hoy se habla de fundamentalismo islámico, fundamentalismo judío, fundamentalismo cristiano.., sin realmente saber lo que significa la palabra. No se trata de una iglesia o de un movimiento religioso específico; está presente en todas las Iglesias y sobre todo en los Nuevos Movimientos Religiosos. La palabra “fundamentalismo” surgió en 1895 en New York cuando unos pastores protestantes se rebelaron contra la interpretación crítica de la Biblia promovida por los nuevos estudios de exégesis bíblica. Establecieron cinco “fundamentos” esenciales para la fe cristiana y que son estos: la Biblia no se equivoca nunca; Cristo es Dios; nació de una madre virgen; nos salvó por su sangre y resucitó; cuando vuelva resucitará nuestros cuerpos. Es sobre todo debido al primer “fundamento” que les quedó el apodo de fundamentalistas a los que tienen actitudes rígidas en la lectura bíblica rechazando todo cuestionamiento y toda investigación crítica. Según ellos solo se trata de leer la Biblia al pie de la letra, así como está, sin interpretar nada porqué Dios no puede equivocarse; solo hay que leer, escuchar, obedecer. Más allá del tema bíblico, el fundamentalismo fue una reacción a la modernidad en pos de una defensa estricta de la ortodoxia. La palabra pasó a referirse después a personas y grupos que pretenden ser los únicos que poseen la verdad, que cultivan un proselitismo agresivo e intolerante con las demás religiones. Son muy estrictos en lo moral; en muchos grupos se prohíbe fumar, beber alcohol, bailar, ir al cine. Exigen el diezmo y predican el fin del mundo inminente. Quieren imponer a la sociedad los principios básicos de la religión, muchas veces con el lema: “Dios, patria, hogar”. No por nada la palabra “fanatismo” está ligada en latín a un término religioso: “fanum” (=templo, lugar sagrado) porque en la historia y aún hoy las “guerras santas” en nombre de Dios y de la verdad, son las más crueles. El fundamentalismo es por su esencia antiecuménico. Predica una salvación de tipo individualista con una visión pesimista del hombre y del mundo. El término hoy es aplicado a una gran cantidad de fenómenos parecidos. Es el caso del fundamentalismo islámico que pretende volver a aplicar la ley islámica (la sharia) de los primeros tiempos en su integridad; todos los demás son “infieles”. El fundamentalismo y la intolerancia religiosa estuvieron presentes en varias épocas de la historia de la Iglesia Católica y también de la de los reformadores protestantes. Es el espíritu también hoy de los que siempre condenan y se amparan en la tradición, la autoridad, la doctrina, la disciplina, la obediencia. El fundamentalista se presenta como el profeta y portavoz de Dios. Los malos son los demás; se trata de convertirlos o combatirlos. El fundamentalista cree que solo tiene que dar cuenta a Dios y a nadie más. Desde esta postura no se argumenta, sino que se afirma; no se pide una adhesión razonada, sino tan solo sumisión.
AUTOCRÍTICA CATÓLICA
Muchos siguen pensando ingenuamente que la migración de muchos bautizados en la Iglesia Católica hacia las Iglesias evangélicas y pentecostales es una cuestión de minoría, cuando en realidad esa minoría ya es mayoría y los católicos siguen disminuyendo. En el país más católico de América Latina, Brasil, en 1970 los protestantes y evangélicos eran 4,8 millones; hoy son 42,3 millones. Cada año se abren allí 14 mil nuevos templos evangélicos. Una autocrítica honesta ha de admitir que una secular pastoral de conservación y sacramentalista, ha hecho perder su impulso evangelizador a la Iglesia Católica y demasiados bautizados católicos no han dado un testimonio creíble de vida cristiana. Tal vez las Iglesias evangélicas y pentecostales, junto a los Nuevos Movimientos Religiosos, se hayan difundido en América Latina gracias al dinero y al apoyo de gobiernos de Norteamérica para frenar el progresismo de la Iglesia Católica. Si bien hay en esto algo de verdad, las causas verdaderas del crecimiento de estos grupos está en su impulso misionero y en el estancamiento de la Iglesia Católica. Su éxito se debe a la valorización de los laicos y a la creación de un ingente ejército de predicadores: hombres y mujeres (no hay ministros ordenados), a menudo de muy humilde condición, que anuncian a Cristo desde su propia vida quebrada por luchas y sufrimientos. Mientras nosotros vivimos con constantes reuniones para planificar la pastoral, estos grupos se dedican a evangelizar todas las horas, sábado y domingo, persona a persona, casa por casa. Ya escribía en 1942 el santo sacerdote Alberto Hurtado, con disimulada admiración: “Ellos van hacia la gente con el Evangelio en la mano, hablando de Cristo con desinterés, con insistencia, buscándola en sus hogares y, faltos de formación, los bautizados en la Iglesia Católica abrazan el pentecostalismo, no por querer alejarse de la Iglesia sino porque creen acercarse a Jesucristo”. Se ha escrito también que la Iglesia Católica en América Latina optó por los pobres y los pobres optaron por los pentecostales. Es cierto que la teología de la liberación y la opción por los pobres, más allá de sus innegables méritos, han caído muchas veces en el reduccionismo político, olvidando la importancia de la espiritualidad y la religiosidad popular católica. Más que de religiosidad, hay que hablar de la fe católica del pueblo, la que no se ha sabido comprender y acompañar. Escribe el teólogo de la liberación Pablo Richard: “Hicimos una opción por los pobres, pero no supimos entender suficientemente el mundo de los pobres. No se entendió la dimensión religiosa, carismática y festiva del catolicismo popular. Se hizo quizás una opción por los pobres demasiado ideológica y no supimos entender lo que los pobres pedían a la Iglesia”. Hay una gran urgencia por parte de la Iglesia Católica ahora de una evangelización que no busque la competencia o la reconquista, sino renovar su propia metodología misionera, reavivando la oración y la religiosidad popular católica, multiplicando las pequeñas comunidades de base. El Pentecostalismo es una espina en el cuerpo eclesial que nos obliga a diversificar más los ministerios a nivel de laicos, promoviendo prioritariamente su formación. Una pastoral de la acogida y de la bienvenida, una comunidad que reza para uno que llega desde la soledad de la calle, es muy curativo y sanador. De repente uno se siente importante, siente que su vida tiene valor y puede cambiar. Hará falta multiplicar lugares de culto más modestos, alquilados o prestados, con laicos del lugar al frente y que sepan usar el lenguaje de la gente. Es preciso que la Iglesia se despoje de todo dogmatismo y baje del pedestal para confrontarse y comunicar en pie de igualdad con todas las personas.
FORMACIÓN ECUMÉNICA
La formación en este tema para sacerdotes y laicos es un tema pendiente y cada vez más indispensable. Sea entre los católicos como entre los evangélicos la ignorancia y el desconocimiento uno del otro, son largamente difundidos. Los maestros y catequistas católicos desconocen documentos fundamentales como “Unitatis Redintegratio” del Concilio o la encíclica “Ut unum sint” de Juan Pablo II en la que el Papa se declaraba dispuesto a cambiar la forma de ejercer el pontificado. Parecen haber caído en el vacío. Venimos de unas décadas en las que en América Latina hubo obispos que enfriaron en general los entusiasmos ecuménicos. Ya Juan Pablo II en “Catequesis tradendae” (n. 32) hablaba de la importancia insustituible de una “dimensión ecuménica” en la catequesis. Esto significa por primera cosa dar una información correcta y respetuosa de cada Iglesia, suscitando un deseo de acercamiento y conocimiento mutuo, combatiendo los prejuicios y el lenguaje polémico y negativo. La formación bíblica debe ser una tarea primordial hoy, una formación que resulte un eje trasversal de toda la pastoral. Por eso Aparecida evita hablar de “pastoral bíblica” como si fuera una tarea más dentro de tantas actividades pastorales. Prefiere hablar de “animación bíblica de toda la pastoral” (n. 248). La lectura orante de la Palabra de Dios es “el primer fundamento de una catequesis permanente” (n. 298). “Todo el proceso de iniciación cristiana debe ser guiado por la Palabra” (n. 289). Se está buscando superar un sacramentalismo que opacaba la centralidad de la Palabra de Dios. La formación de los laicos no ha de ser clerical.
En Evangelii Gaudium el Papa Francisco, al hablar de la formación de los laicos, insiste en que no ha de ser tanto doctrinal, cuanto y sobre todo una vivencia cotidiana de la experiencia de Dios que los impulsa a ser “callejeros de la fe” (nn. 161,106). Si hay además una cosa que el feligrés católico debería aprender de los grupos pentecostales es su capacidad y coraje de hablar de la propia fe, de compartirla con los demás y de dar testimonio de su conversión a Cristo. El Papa Francisco nos enseña que el ecumenismo se construye de forma cotidiana, con pequeños pasos y encuentros personales. Precisamos guías espirituales también entre los laicos. En la Iglesia Católica el liderazgo religioso solo lo tiene el sacerdote que es varón y que necesita por los menos 15 años de estudio y mucho dinero para capacitarse. Desde Brasil escribía tiempo atrás el pastoralista p. Alberto Antoniazzi: “En Belo Horizonte mientras la Iglesia Católica para tres millones de fieles tiene 158 parroquias y 409 sacerdotes, la Asamblea de Dios para 58 mil fieles tiene 347 pequeños templos,40 pastores,1.500 presbíteros y 2.500 diáconos”.
ECUMENISMO Y MISIÓN
El Movimiento Ecumenico no se conforma con lograr una federación de Iglesias, sino que quiere volver a la unidad inicial y plena de la Iglesia, lo que no quiere decir instaurar la uniformidad. Ya ahora se puede hablar de unidad sobre la base del bautismo común, que es uno solo en todas las Iglesias, pero es una unidad imperfecta. Los pasos dados después del Concilio han sido extraordinarios y han creado un clima totalmente nuevo. También se está dando un diálogo fecundo con muchas Iglesias evangélicas y pentecostales. En nuestros países se cree a veces que el ecumenismo es una cuestión de elite, porque se piensa en los Ortodoxos y en las Iglesias Protestantes históricas, que son minorías y por lo tanto ni se las toma en cuenta. Sin embargo la mayoría cristiana hoy, y con la cual hay que buscar un acercamiento ecuménico, son las Iglesias evangélicas y pentecostales. Además del ecumenismo de la verdad que se hace a través del diálogo teológico, está el ecumenismo de la caridad y de la acción social mancomunada que podemos practicar todos; está el ecumenismo de la oración el uno para el otro como se realiza, por ejemplo, en la comunidad ecuménica de Taizé (Francia). No hay que olvidar sobre todo que la unidad no es fin a sí misma, sino que debe darse “para que el mundo crea” (Jn 17,21). Aparecida hablaba de una misión “en diálogo con todos los cristianos”(n.13). En la Evangelii Gaudium el Papa Francisco vuelve a proponer que la evangelización apunte al anuncio de Cristo a los no cristianos, dejando en segundo lugar las cosas que nos separan de los no católicos (n. 246). Las sociedades modernas son pluralistas también en lo religioso. Dios ha estado y sigue estando presente en todas partes más allá de la Iglesia, sin que ello quite urgencia a la necesidad del anuncio cristiano y a la mediación de la Iglesia. Es extremamente positivo destacar la presencia de distintas Iglesias, Religiones y no creyentes allí donde está la vida humana amenazada , donde se defienden los derechos del indígena, del negro, de la mujer y del niño, del trabajador, del pobre, del medio ambiente. Donde hay amor, allí está Dios.
PRIMO CORBELLI
Un comentario sobre “(tema central) Ecumenismo en América Latina: CENICIENTA DE LA PASTORAL”
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