
Pensar en la condición humana atravesada por la sociedad de consumo del siglo XXI requiere contornear un estado de situación cuya constante es la pérdida de las referencias ideológicas, sociales y de comportamiento que se determinaron y establecieron en épocas anteriores. Así lo plantea Zygmunt Bauman (1928), filósofo y sociólogo polaco que definió el estado “líquido” de nuestra cultura en contraposición a aquel tiempo de estructuras “sólidas”. Sus escritos analizan, entre otras cuestiones, la posmodernidad, las clases sociales, la “nueva pobreza”, la educación, la influencia de la tecnología y de las redes sociales en los vínculos, la globalización, la ética, la identidad y la convivencia.
Bauman describe un nuevo orden que se configura en torno a la búsqueda de rápidas oportunidades y diferentes maneras de “ser feliz”. Sin embargo, lo que parece una necesidad básica, conlleva al desarraigo, a la cerrazón mental y a una revolución permanente. Tomando como punto de partida el breve ensayo “Los retos de la educación en la modernidad líquida” nos dedicamos en este artículo a reflexionar en algo que se nos presenta como una misión cada vez más difícil: la educación de los niños y jóvenes en un mundo que ya no cuenta con las certezas que confortaban a sus predecesores.
“Acceso, redundancia, desperdicio y eliminación”
Con su agudeza habitual, Bauman define una civilización cada vez más orientada a la producción de lo efímero y lo volátil. Un panorama en donde las relaciones son frágiles y con fecha de caducidad y la identidad se construye por medio de “accesorios comprados”, por el “espectro de lo superfluo” y por “la dictadura del mercado”. Nuestra cultura, fundada en el insaciable apetito de novedades y en el “estriptis emocional” (hábilmente cultivado e inducido), no admite trato con el pensamiento crítico. La dieta a la que nos somete el bombardeo de la televisión y de internet influye en nuestra manera de relacionarnos con el saber y por ende, con el trabajo. Pensar en las derivaciones de esta transformación del vínculo entre cultura y educación es una tarea necesaria e imprescindible que todos deberíamos emprender para tratar de explicarnos, con valentía, si todavía existen posibilidades de concebir la educación como un proceso de transmisión de la cultura.
Enfrentados al desconcierto propio de nuestra sociedad, muchos jóvenes sienten la tentación de quedarse al margen, de no involucrarse. Inmersos en el fenómeno conexión/desconexión, algunos de ellos se refugian en un mundo de juegos y relaciones virtuales, de anorexia, depresión, alcohol y drogas, tal vez tratando de protegerse de un mundo que se percibe como hostil y peligroso. Identificados por la industria del consumo como potenciales compradores y tierra virgen a ser cultivada por la economía capitalista, excluidos de las agendas sociales y de aquel discurso que los consideraba como una “promesa de futuro mejor”, algunos adoptan incluso conductas violentas. Múltiples identidades, reinventarse para no correr el riesgo de no aburrirse, volver a nacer compulsivamente a fuerza de la moda, en un presente sin causas ni consecuencias. Una situación que se produce bajo la mirada ciega de nuestros sistemas políticos y de padres apresurados, sobrepasados por las preocupaciones laborales y con sentimientos de culpa que compensan la falta de cuidado y atención hacia sus hijos comprando objetos (este gesto tranquilizador de la conciencia desasosegada se convierte casi en un acto moral) pero cuyo efecto colateral es el distanciamiento y la discontinuidad de los afectos. La infancia enchufada a diversas fuentes simultáneas y a múltiples tareas de doble horario, sin dirección ni referentes que asuman su papel. Todos viviendo bajo el “síndrome de la impaciencia”, así denominado por el autor. Por otra parte, Bauman refiere a los docentes que tratan de encauzar sus prácticas pedagógicas de acuerdo a las tendencias del mundo actual pero realizando grandes esfuerzos en medio del fuerte cuestionamiento y descrédito a los ojos de la sociedad. ¿Qué lugar tiene el conocimiento en este escenario de puro ruido y pura instantaneidad? ¿Cuáles serían las prácticas educativas adecuadas a estos nuevos parámetros?
La mercantilización del conocimiento
Dice Bauman que, en este mundo de cambios erráticos, el “tiempo” ha llegado a ser un recurso cuyo gasto se considera unánimemente abominable, injustificable, intolerable. La “espera” es un estigma de inferioridad. Las recompensas no admiten postergación. No hay necesidad de sufrir las molestias de tener paciencia. Los compromisos a largo plazo han perdido su antiguo encanto. La solidez de las cosas impide la libertad de movimientos. Se encoge el lapso de vida de los saberes, el conocimiento es una mercancía y la educación ya no es un producto que uno atesora y conserva. Se desalienta aquella premisa que nos decían nuestros padres: “nadie podrá quitarte aquello que has aprendido”. Los dos supuestos en que se basaba el concepto occidental de pedagogía–el primero: la justificación de la necesidad y beneficios de transmitir conocimientos de maestros a discípulos; el segundo: la confianza de los maestros en sí mismos para tallar la personalidad de sus alumnos–están en serias dificultades para ser percibidos como conceptos evidentes en sí mismos. Todo conocimiento de “cómo hacer algo” se agota rápidamente, y la “efectividad” y “productividad” no aceptan saberes establecidos. La memoria no es entendida actualmente como un valor sino como un trabajo que no hay necesidad de tomarse ya que existen otras formas de almacenamiento.
Tener competencias para el empleo no es suficiente dado el culto a “la educación permanente” y a las novedades últimas de la formación profesional, tan accesibles y al alcance de la mano. No obstante, se presenta una paradoja en la enorme masa de información acumulada.
Semejante sobresaturación derrumba cualquier orden posible. El caos simula dar una respuesta a cada problema que nos atormenta. Y sobre este punto deberíamos pensar en dos cuestiones fundamentales: por un lado en el valor, la utilidad y la calidad del conocimiento al que accedemos y por otro, en la posibilidad de hacerse preguntas que trasciendan su valor mercantil, es decir, interrogarnos de tal forma que las respuestas no puedan ser consumidas en el acto y por única vez. He aquí uno de los desafíos del acto educativo en un mundo en el que todo se desecha y olvida velozmente.
El esfuerzo de mejorar la comprensión mutua es una fuente prolífica de creatividad
Una situación de enseñanza- aprendizaje pretende anudar un breve instante, en una duración ínfima, pero que deja huella. La educación debe entenderse como Tiempo. El invariable propósito de educar era, es y siempre seguirá siendo, la preparación para la vida. Una educación de calidad necesita propiciar la apertura de la mente y no su cerrazón. El arte de navegar sobre las olas ha sustituido el arte de sondear las profundidades, pero, en esta época de expansión de todas las formas de educación superior, hay que zambullirse tan a fondo como sea posible en otra cultura, con el compromiso de la “doble direccionalidad” en el encuentro y estudio mutuo. En definitiva, una igualdad de las partes del aprendizaje realizada de modo simultáneo, en el que cada una de las partes exploraría a la otra, mientras sería, a su vez, explorada. Siempre podemos enseñar lo que aprendimos a aquellos que están llamados a aprender de nosotros y que desean hacerlo. La clave está en el esfuerzo que debemos hacer para no desperdiciar la energía vital en el consumo, sino en reorientar la vida hacia el compromiso, la devoción y la responsabilidad…el ser humano es la prioridad absoluta.
En sus conversaciones con Riccardo Mazzeo, Bauman plantea que, aunque hay muchos motivos de preocupación en este contexto de modas pasajeras y de “soledad masificada”, no hay ninguno para la desesperación. Porque no hay elección, ni decisión, ni acción que no tenga, a su vez, su alternativa. Cada circunstancia está preñada de conformismo, pero también de rebeldía. Desde luego, las alternativas esperanzadoras corresponden ser vehiculizadas tanto por las políticas estatales y su gobernanza a través de las instituciones, como a la sociedad civil a través de la conciencia y la voluntad de cada uno de sus ciudadanos.
María Bedrossian
Este artículo nos deja pensando. Hay muchos problemas sociales, pero me parece que el peor es la falta de la conciencia y compromiso de los educadores, sean padres, sean maestros, o profesores. Que entiendan que si no se involucran fuertemente con su misión y su papel en esta sociedad no podremos avanzar….hay que pasar de lo líquido a lo sólido.
Me gustaMe gusta
Muy bueno el artículo. Voy a leer a Bauman. Si bien había escuchado hablar de este filósofo, no sabía que también abordaba temas educativos. Gracias, Cecilia.
Me gustaMe gusta